Estamos ante un 1 de mayo insólito, un 1º de mayo sin pisar las calles, sin poder salir de casa, sin poder manifestarnos. Este año no tendremos nuestra especial jornada de lucha y fraternidad como clase trabajadora. Pero no renunciamos a declarar nuestro empeño en una sociedad más humana, sin desigualdades, sin excluidas, una sociedad donde unos pocos no vivan (cómo viven) del trabajo de la mayoría.
Las duras situaciones que están padeciendo hoy miles de personas deben servir para reforzar nuestros valores de solidaridad, nuestro anhelo de justicia, nuestro convencimiento que el ser humano tiene en el apoyo mutuo su mejor herramienta para superar las graves situaciones que sufre como especie, y que hoy es básicamente el esfuerzo y sacrificio de las personas trabajadoras lo que nos puede salvar de la pandemia. Son auxiliares, enfermeras, médicos quienes en primera línea se juegan incluso sus vidas para salvar las ajenas. Son las personas trabajadoras de la limpieza, los agricultores, pescadores, personal de la alimentación, conductores, marinos, estibadores, periodistas… quienes, muchas veces con escaso medios y bajos salarios, se la juegan para permitir que esto funcione.
Son las trabajadoras y trabajadores, como siempre, los que dan la cara en los momentos difíciles, las que se dejan la piel, quienes no se esconden en sus villas, ni disfrutan de un confinamiento de lujo. Hoy es necesario pararlo todo, el mercado ya no es el dios supremo, los ricos se ocultan aunque los especuladores sigan haciendo su agosto. Por suerte hoy no confundimos precio con valor, y sabemos que no todo se puede medir con la vara de la economía mercantilista que rige nuestra sociedad.
Somos nosotras, quienes sufrimos por lo propio y por los demás, quienes debemos atender a las personas enfermas, compartir los padecimientos, las muertes, las pérdidas de seres queridos. Somos nosotras quienes también pagamos la situación con la pérdida del trabajo, quienes tenemos horizontes de incertidumbre sobre nuestras vidas y la de nuestros iguales.
Hoy muchas personas conviven entre miedos; miedo a la enfermedad, miedo al desempleo, miedo al futuro.
Se dice que la solidaridad es la ternura de los pueblos, hoy más que nunca podemos sentirlo, percibir este valor como imprescindible para salir enteros, de la debacle, como personas y como sociedad.
Desde la CGT, igual que otros colectivos, llevamos luchando, desde el más absoluto ostracismo, por lo público, por una enseñanza pública y de calidad para todas, por los transportes públicos, por un ferrocarril público y social, por el salvamento marítimo, por centros para personas mayores fuera del negocio… y como no, por una sanidad pública y de calidad, donde todas tengamos asegurada la asistencia que necesitemos, y cuyos profesionales trabajen en condiciones justas y dignas. Venimos denunciando que hay muchos servicios que no pueden estar gestionados de modo privado, que el afán de lucro no puede convivir con su propósito, que nadie debe hacer negocio de ello, de nuestra salud, de la educación de nuestros hijos, del cuidado de nuestros mayores… Que no lo debemos permitir, ni ahora ni nunca.
Del mismo modo desde la Confederación luchamos y exigimos sin descanso los derechos sociales que aseguren que nadie quede excluido de tener una vida digna; del derecho a la vivienda, a un trabajo digno, de una renta de las iguales.
Hoy estas afirmaciones no resultan tan ajenas al sentir de la población general. Los defensores de “vender” los servicios públicos al mejor postor, de dejarlos en manos del sacrosanto libre mercado, callan agazapados esperando mejor momento, confiando en la corta memoria del ser humano.