A partir de 1974, con la muerte del almirante Carrero Blanco, presidente del gobierno, los españoles fueron conscientes de que el final del franquismo estaba próximo. Los grupos de la oposición política establecieron alianzas para fortalecerse ante los cambios que se avecinaban. Fueron pioneros los catalanes con la Asamblea de Catalunya, que se fundó en noviembre de 1971, aunque las principales instancias unitarias fueron la Junta Democrática, que se presentó públicamente en julio de 1974 y la Plataforma de Convergencia Democrática, que se constituyó en junio de 1975. La izquierda comunista y los anarquistas quedaban fuera de estas alianzas.
Pero la muerte de Carrero Blanco también convenció a sectores del franquismo, cada vez más numerosos, de la necesidad de prepararse para un futuro que se anunciaba inminente. Así llegó a la presidencia del gobierno el 31 de diciembre de 1973 Carlos Arias Navarro, un franquista puro y duro, hasta entonces ministro de gobernación, y que durante la guerra civil había ejercido como fiscal militar. Sin embargo, llegado a la jefatura del Consejo de Ministros, se mostró como un aperturista en un discurso pronunciado en las Cortes el 12 de febrero de 1974, en el que proponía la aprobación de una Ley de Asociaciones que pretendía facilitar la vertebración política de las familias del régimen ante los nuevos retos políticos. La Ley de Asociaciones había nacido muerta, pues solo se permitieron aquellas que aceptaban las Leyes Fundamentales del régimen; entre las pocas que se legalizaron estaban la Unión del Pueblo Español de Adolfo Suarez y la Unión Democrática Española de Federico Silva Muñon.
También los anarcosindicalistas estaban convencidos de que se abrían perspectivas para la actividad sindical de los trabajadores, que estaban desbordando a la CNS (Central Nacional Sindicalista). Había llegado el momento de reconstruir la CNT.
Es importante resaltar el carácter extremadamente heterogeneo de los grupos que se iban incorporando a la reconstrucción de la Confederación. Por un lado, estaban los grupos de afinidad anarcosindicalista que habían resistido la larga noche franquista; militantes veteranos a los que era fácil sumar a la reorganización sindical. En muchas localidades, a lo largo y ancho de la península, fueron estos núcleos de antiguos militantes los que levantaron la enseña de la CNT y sirvieron de banderín de enganche para las generaciones más jóvenes.
Pero también se sumaron a esta iniciativa anarcosindicalista grupos, más o menos numerosos y más o menos organizados, que se habían desarrollado al margen de la tradición cenetista; durante casi dos décadas, sólo aquellos jóvenes que tenían lazos familiares con la clandestinidad anarcosindicalista pudieron adherirse a los grupos de afinidad de CNT; para los demás, era más fácil formar pequeñas agrupaciones, en la mayoría de las ocasiones de ámbito local, que mantenían con el anarcosindicalismo histórico una vinculación que tenía más de sentimental que de reflexiva. De hecho, algunos grupos tenían orígenes muy ajenos al movimieto libertario y habían evolucionado, unos más que otros, hasta el anarquismo gracias a la actualidad de las ideas autgestionarias y a las lecturas de los primeros libros de historia social que por entonces empezaban a publicarse.
De entre todos ellos, merece la pena destacar al grupo Solidaridad, con militantes tan destacados como Félix Carrasquery y Carlos Ramos, las asturianas Comunas Revolucionarias de Acción Socialista (CRAS) , los Grupos Autónomos de Madrid, los Grupos Obreros Autónomos (GOA), los colectivos aglutinados alrededor de la editorial ZYX (de influencia católica), el Movimiento Comunista Libertario (MCL), etc.
Paralelamente, en la sociedad española, y más especialmente entre la clase trabajadora, crecía la contestación a la dictadura; muy pronto se puso de evidencia que la represión, por dura que fuese, ya no era capaz de atemorizar al antifranquismo militante. Los conciertos de los cantautores, las presentaciones de libros, el estreno de películas o cualquier acto social o cultural eran aprovechados para forzar un poco más la libertad individual y colectiva.
La clase trabajadora se convirtió en el principal elemento dinamamizador de la oposición antifranquista, no sólo por las fuertes luchas que se estaban llevando adelante, sino también por la amplia solidaridad que despertaban los conflictos laborales, que movilizaban a personas e instituciones que normalmente no estaban implicadas en la lucha contra la dictadura. Incluso en la universidad, los estudiantes radicalizados se identificaban con el proletarido y militaban en organizaciones que se decían de trabajadores aunque, en la mayoría de los casos, apenas contaban con algún obrero entre sus filas.
Por lo tanto, no es de extrañar que la reconstrucción de la CNT fuese la aspiración común de todos aquellos españoles que se identificaban, en mayor o menor medida, con el movimiento libertario y con el anarcosindicalismo. Todos los intentos de dar vida a organizaciones de orientación ácrata ajenas a la CNT fracasaron, antes o después, incluso los Ateneos Libertarios de ámbito local o las distintas organizaciones específicas del anarquismo siempre tenían al anarcosindicalismo cenetista como referencia obligada. A partir de 1975, la CNT recogió a todos los grupos, tendencias y sensibilidades del movimiento libertario, aun cuando muchos no eran anarcosindicalistas y muchos de sus militantes no eran trabajadores.
Como signo de las profundas mutaciones que el tiempo había introducido en el anarcosindicalismo, el eje de la reorganización pasaba por Madrid, ya no estaba en Barcelona. Los numerosos intentos por reorganizar la anarcosindical terminaron por cuajar, siendo los grupos de afinidad madrileños, y en especial el Grupo Anselmo Lorenzo, en el que militaba Juan Gómez Casas, los que sentaron las bases de la refundación de la CNT desde octubre de 1975. En diciembre del mismo año se celebró en Madrid una gran asamblea de más de doscientos militantes seguida de la reestructuración del Comité Regional de Centro de la CNT. Este proceso se repitió en Cataluña y en la magna asamblea del 29 de marzo de de 1976 en Barcelona se designó un Comité Regional. Estos hechos se generalizaron y fueron apareciendo federaciones locales y comités de regionales de la CNT en toda la geografía hispánica.
Unas semanas antes, el 20 de noviembre de 1975, había muerto Franco y a los dos días, siguiendo las disposiciones del dictador, fue proclamado rey Juan Carlos I de Borbón, inaugurándose así un periodo que posteriormente sería conocido como la transición española. Frente a las ansias de renovación de la inmensa mayoría del pueblo español y los anhelos de revolución de amplios sectores de la oposición, el monarca confirmó a Carlos Arias Navarro como jefe del gobierno, para satisfacción de los que pensaban que con algunos reajustes, más en la forma que en el fondo, aún era posible un franquismo sin Franco. De cualquier modo, la muerte del dictador abrió definitivamente las puertas de la legalización a la CNT -lo que motivó aún más su relanzamiento-, aunque aún habría que esperar un tiempo más largo del previsto.
La consolidación de la CNT y el camino a su legalización
El 25 de enero de 1976 se celebró en Valencia el primer Pleno Nacional, convocado con cierto apresuramiento, pero que ya levantó acta de la incipiente reconstrucción de la CNT. El 25 de julio del mismo año se celebró un segundo pleno, ahora en Madrid, donde acabó eligiendose a la Regional de Centro para que designara a un Secretario Permanente del Comité Nacional. Se eligió Madrid como sede para este organismo, el cual fue designado el 14 de septiembre de 1976 en una asamblea de militantes y ratificado por el pleno nacional del 27 de septiembre. Quedó pues designado el primer comité nacional de este periodo de relanzamiento confederal compuesto por: Juan Gómez Casas (Sindicato de Artes Gráficas), Pedro Barrio y José Bondía (Metal), Ángel Regalado (Construcción) y José María Elizalde (Enseñanza).
En estos años, la CNT se enfrentó a un nuevo reto para el que por entonces no tenía respuesta: la aparición de la juventud estudiantil como sujeto político. Hasta hace pocos años atrás, los jóvenes españoles comenzaban a trabajar a edades muy tempranas y, por lo tanto, comenzaban a militar en los sindicatos desde la adolescencia, en igualdad de condiciones con los afiliados más veteranos. Los pocos jóvenes que seguían en las aulas mas allá de los catorce años pertenecían a las clases más acomodadas y, por eso mismo, en general no sentían simpatías por el anarcosindicalismo.
Sin embargo, la masa estudiantil no encontró fácil acomodo en las filas de los sindicatos confederales, incluso en las secciones y sindicatos de enseñanza se producían fricciones entre los asalariados, que tenían intereses laborales y defendían posiciones prioritariamente sindicalistas, y los estudiantes, que se orientaban hacia una actividad más ideológica a falta de otras tareas más profesionales.
De cualquier manera, a partir de este momento la CNT estaba de nuevo en marcha y conectó con las luchas reivindicativas que libraban los trabajadores en todos los ramos de industria.
Desde el punto de vista de las publicaciones y siguiendo también una tradición histórica, la CNT publicaba más periódicos y boletines que el resto de todas las organizaciones sindicales existentes. Entre las más destacadas se encontraban: en Madrid, CNT y Castilla Libre, órganos de expresión de la Confederación Nacional del Trabajo y de la Regional Centro, respectivamente; en Cataluña, Solidaridad Obrera; en el País Valenciano, Fragua Social; en Andalucía, Andalucía Libertaria.
Un problema importante fue la toma de posición de la CNT en relación con los compañeros organizados en el exilio. El pleno de spetiembre de 1976 reconoció por igual al Secretariado Intercontinental y a la Comisión Relacionadora del Movimiento Libertario Español, los dos sectores establecidos en Francia, separados por diferencias tenaces, aunque no esenciales y con los que la CNT de España había mantenido una actitud cordial y comprensiva de sus problemas. En este orden de cosas la organización ratificó su afiliación a la AIT.
El relanzamiento y consolidación de la CNT en España obró como enérgico revulsivo en todos los medios internacionales próximos a la organización, y una vez más ésta volvía a ser tema de estudio y de reflexión y poderoso estímulo para los anarcosindicalistas, sindicalistas revolucionarios, anarquistas y libertarios de todo el mundo.
Aún así, durante el largo año de 1976 se tuvieron que afrontar muchas dificultades. En primer lugar, hubo que vencer la resistencia de aquellos trabajadores que no querían reconstruir la CNT, pues alegaban que suponía romper la unidad sindical que se había conseguido durante el franquismo. Hay que reconocer que, en esos momentos, las Comisiones Obreras, estaban sufriendo un fuerte debate interno entre aquellos que pretendían mantener su carácter abierto y asambleario, propio de sus orígenes clandestinos, y quienes querían convertirlas en una Confederación Sindical tradicional pero que, en cualquier caso, parecía llamada a tener un carácter unitario por su hegemonía en la lucha sindical durante los últimos años de la dictadura. Se criticaba que la reconstrucción de la CNT parecía romper esa unidad de clase, más aparente que real, que se había conseguido en las últimas décadas; primero en la CNS, forzosamente, y luego en la CC.OO. voluntariamente.
A su lado Juan Gómez Casas (el segundo por la derecha). 16 de agosto de 1976.
Como ya hemos dicho, la CNT apareció como centro de aglutanamiento de las corrientes libertarias que se daban en el páis, si bien tenía aún que concretar de modo claro sus relaciones con ellas, al objeto de que se pudiera llegar definitivamente a la definición y creación de un verdadero movimiento libertario globalizador de una proyección general y armoniosa de cuantos se sentían y actuaban como libertarios.
Además, había sectores próximos al movimiento libertario que estaban influidos por las teorías consejistas, una línea ideológica marxista desarrollada por el comunista holandés Antón Pannekoek, y por las corrientes autónomas, que tenían gran presencia en Cataluña y Euskadi, que consideraban que la clase trabajadora debía organizarse al margen de partidos y sindicatos estables, mediante Consejos Obreros o asambleas de fábrica. Las tesis consejistas fueron defendidas por la Organización Izquierda Comunista (OIC), hasta su unificación en 1979 con el MC, y tuvieron menos influencia sobre el movimiento libertario. Pero los grupos autónomos siguieron durante muchos años en los aledaños de la CNT, aunque se agruparon sindicalmente en los Colectivos Autónomos de Trabajadores (CAT), que tuvieron una presencia significativa entre los trabajadores de los astilleros gaditanos o de la administración pública catalana. También hubo entre los militantes autónomos una tendencia partidaria del uso de la violencia política, cuya máxima expresión fueron los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CAA) de Euskadi.
Otra cuestión que se le planteó a la CNT fue la nueva conciencia nacionalista que durante el franquismo se había fortalecido o en algunos territorios habían nacido fruto de la represión cultural de la dictadura. La tradición federalista del anarquismo hispano, las estrechas relaciones que la CNT había mantenido con los republicanos federales y con la izquierda nacionalsita catalana, habían mantenido al anarcosindicalismo a salvo de desgarros que otros sectores sociales habían sufrido por el enfrentamiento entre el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos. Pero en la transición apareció, sobre todo en Euskadi, Cataluña y Galicia una corriente anarconacionalista que llegó a a proponer que hubiese organizaciones sindicales diferentes para algunos territorios del estado, e incluso que fuesen reconocidas como secciones de la AIT.
Al mismo tiempo, las luchas entre el pueblo español y los herederos del franquismo continuaban dándose. Los franquistas, que se resistían al poder, no permanecían impasibles ante la agitación popular. La acción terrorista de grupúsculos fascistas y la brutalidad policial alcanzaron especial intensidad en la matanza de obreros de Vitoria y en los sucesos de Montejurra. Pero al comenzar el verano de 1976, había quedado claro que el proyecto de perpetuar al franquismo sin Franco había fracasado, superado por la lucha del pueblo español, la ascensión del movimiento obrero y por la vertiginosa sucesión de cambios sociales y políticos.
El 3 de julio e 1976 el rey mandó formar gobierno a Adolfo Suárez, en sistitución de Carlos Arias Navarro. La oposición parlamentaria antifranquista había ganado su primera partida. Suarez sabía que el franquismo estaba muerto y que no quedaba más remedio que establecer una democracia homologable con las europeas. Para conseguirlo, cerrando el paso a cambios más profundos, elaboró un proyecto de ley de Reforma Poítica que, sin romper la legalidad franquista, permitía llegar a la democracia, y que fue aprobada en referendum el 15 de noviembre de 1976.
Fue entonces cuando ya quedó claro para la oposición moderada que tenía que pactar con los sectores reformistas del Franquismo. La burguesía nacionalista catalana y vasca, las débiles corrientes liberal y socialdemócrata y los partidos socialistas comenzaron a negociar. El Partido Comunista Español (PCE), partido heredero del stalinismo del que era secretario general -desde hacía ya 22 años- Santiago Carrillo, se mantuvo en contra pero la respuesta del régimen con los asesinatos de Artuo Ruiz y Mari Luz Nájera en la calle y de los cinco abogados de Atocha, convenció a los eurocomunistas de que había llegado la hora de pactar.
El 9 de abril de 1977 el gobierno legalizó al PCE y la izquierda revolucionaria y los grupos que cuestionaban al rey, se quedaron solos defendiendo la ruptura.
Un hito importante en la vida de la Confederación Nacional del Trabajo fue la legalización de la misma el 6 mayo de 1977, hecho que contribuyó a su desarollo. La CNT, última organización sindical en ser legalizada, confirmó en esta etapa sus clasicismo revolucionario: rechazaba los contactos o componendas con el estado o con el empresario en al cúspide. Durante estos meses se declinó una invitación para dialogar con el ministro de Relaciones Sindicales y otra para participar en la OIT (Organización Internacional del Trabajo) por su carácter intergubernamental y antiobrero a todas luces.
El 15 de junio se celebraron las primeras elecciones democráticas desde 1936. Todo a pesar de que ni todos los presos políticos estaban en la calle, ni todas las organizaciones políticas eran legales. Como se había previsto venció la Unión de Centro Democrático (UCD), una amalgama de franquistas reformistas y de liberales, democratacristianos y socialdemócratas, con un programa de cambio tranquilo, sin sobresaltos.
Por esta época la CNT sostuvo una gran campaña contra el sindicalismo vertical y por el abstencionismo en las elecciones generales para el parlamento democrático. A la vez se pronunció contra las elecciones sindicales de este periodo en el pleno de regionales de septiembre de 1977, acuerdo que mantendría con energía hasta el día de hoy, afirmando que aquellas significaban «una reproducción democrática de los esquemas del sindicalismo franquista».
El fracaso de la ruptura con el franquismo y la domesticación de los sindicatos
Estos acontecimientos políticos tuvieron su reflejo en el mundo laboral. Los partidos que habían aceptado la vía reformista propuesta por los sectores aperturistas del franquismo necesitaban desarmar a la clase obrera, por lo que tomaron al asalto el sistema defensivo de los trabajadores: los sindicatos. Y ninguno tan dócil como la UGT, el «sindicato hermano» del PSOE que, durante el franquismo había terminado por confundirse con el propio partido.
El importante papel negociador que jugaba el PSOE, avalado por la Internacional Socialista, y su tradicional moderación, permitieron a la UGT disfrutar de la abierta colaboración de las más altas instituciones del estado. La UGT había comenzado un acelerado proceso de reconstrucción en el que tuvo mucho que ver la memoria histórica de los trabajadores, pero que se pudo desarrollar lejos de los peligros de la clandestinidad y financiado por las organizaciones socialistas del exterior.
Más dura fue la batalla para domesticar a CC.OO. Aunque ya habían estallado algunas crisis y desencuentros entre los militantes eurocomunistas y los sectores más radicalizados de la clase obrera, en 1975 aun era un amplio y plural movimiento social. Pero finalmente CC.OO. se fragmentó en tres sectores: el mayoritario, fiel a los planteamientos eurocomunistas del PCE; el unitario, formado por militantes del PSP, MC, LCR y Partido Carlista; y el minoritario, que seguía las consignas del PTE (Partido del Trabajo de España) y la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores). Ante el crecimiento de UGT y CNT, se propuso la conversión en el plazo más corto posible de las CC.OO. en una Confederación Sinical clásica, lo que era criticado por el resto de tendencias, que alegaban que el PCE sólo quería aprovechar su liderazgo para crear una correa de transmisión que embridase a los trabajadores.
La USO (Unión Sindical Obrera) -fundada en los años 1950 en los núcleos obreros cristianos- que hacía bandera de la autonomía sindical, se vinculó muy estrechamente con sectores socialistas disidentes del PSOE que acabaron confluyendo en la Federación de Partidos Socialistas (FPS). Pero los resultados insatisfactorios de las candiaturas socialistas extramuros del PSOE, provocaron el ingreso de FPS en el PSOE de Felipe González. No tenía raón de ser que hubiese dos sindicatos socialistas cuando ya no había dos partidos socialistas, asi que un número significativo de afiliados de la USO encabezados por su secretario general José María Zufiaur ingresaron en la UGT en diciembre de 1977.
Poco a poco se conseguía adaptar el abanico sindical al parlamentario. La pérdida de su carácter socialista, llevó a Manuel Zaguirre y al sector de la USO que se resistó a la unificación con la UGT a acentuar la autogestión como seña de identidad de su sindicato. La nueva USO insitía en presentarse como una CNT razonable, como la CNT de siempre adaptada a los nuevos tiempos y a las nuevas realidades, frente a un anarcosindcialismo radical y caduco -un discurso cíclico ya en la historia del movimiento obrero de este pais-. Posteriormente, las dificultades para sostener en pie el sindicato persuadirían a Manuel Zaguirre de la imperiosa necesidad de convertirse en sindicato representativo, es decir, obtener al menos un diez por ciento de delegados en las elecciones sindicales de 1980. Por lo que, convencidos de que el fin justifica los medios, la central sindical entró en contacto con la UCD y vendió su alma al diablo por un puñado de delegados.
Entre 1976 y 1979 la clase trabajadora perdió su unidad y combatividad y quedó encuadrada en centrales sindicales disciplinadas que actuaban como correas de transmisión de los partidos que habían asumdo la reforma política de los franquistas más aperturistas, renunciando a la ruptura con la dictadura y sus instituciones; el PSOE tenía a su lado al a UGT, el PCE a CCOO, el PNV a ELA y la UCD gaba espacio poco a poco en la USO.
El modelo sindical reproducía fielmente el arco político constitucional y certificaba la derrota de la clase trabajadora y el fracaso de las tesis rupturistas con el franquismo.
Las perspectivas de una ruptura con el Franquismo, y aún más las posibilidades de dar una salida revolucionaria a la dictadura, se fueron diluyendo día a día. Creció así la sensación de traición y derrota entre los militantes más combativos de la clase trabajadora, sobre todo entre los afiliados a los partidos comunistas que, iritados y decepcionados, recalaron en los sindicatos de la CNT, que mantenia un discurso radical y antipolítico en el que ellos se reconocían. En muy pocos meses, los sindicatos cenetistas crecieron en número y afiliación pero, a cambio, se vieron reforzados por afiliados ajenos al anarcosindicalismo. Podría decirse que el desencanto (más bien el desengaño) hizo crecer a la CNT.
En cualquier caso, desde 1977 la CNT ya era un sindicato plenamente consolidado. Se pudo comprobar cuando el 27 de marzo del mismo año el gobierno autorizó un mitin a una CNT todavía ilegal en la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes, una localidad del extrarradio madrileño.
Era la primera concentración al aire libre que se consentía a la oposición y el gobierno esperaba que un sonado fracaso de una organización que consideraban prácticamente extinguida debilitase a toda la oposición antifranquista. Pero, para sorpresa de todos, más de treinta mil personas abarrotaron la Plaza y sus alrededores; anarcosindicalistas llegados desde todo el país mostraron la fuerza latente de la CNT, que ese día se puso de manifiesto.
El mitin en el Parque de Montjuich de Barcelona del 12 de julio de ese año, al que acudieron más de doscientas mil personas, ratificó el incuestionable peso específico del anarcosindicalismo. Ambos actos, miltitudinarios y fervorosos, confirmaban el dinamismo y la capacidad de movilización de la CNT y la existencia de un sentimiento libertario visceral en extensos sectores de la población española.
El 22 de julio de ese mismo año dieron comienzo las Jornadas Libertarias Internacionales organizadas por CNT en el Parque Güell de Barcelona. Durante una semana pasaron más de 600.000 personas y las jornadas fueron situadas por algunos especialistas en el segundo lugar del ranking mundial de actos populares de programación espontánea.
Todo parecía apuntar a un gran renacimiento de la CNT, no sólo como organización sindical, también como aglutinante de un importante movimiento libertario que conectaba con un amplio movimiento social contestatario. La CNT parecía revivir pasando factura a casi cuarenta años de dictadura y de falta de libertades, encabezando los anhelos, las ansias de libertad y los deseos de cambios radicales y en profundidad de amplios sectores de la población española.
Superado el miedo del fracaso, la CNT tuvo que afrontar la posibilidad de morir de éxito. El extraordinario crecimiento del anarcosindicalismo solo fue posible por la llegada a los sindicatos de afiliados de muy distinto origen e ideología, una mezcla heterogenea, como ya analizamos, que hizo posible la reconstrucción y que ganó en diversidad con el desencanto de los años 1977 y 1978. No era nada original, también el SPOE y la UGT habían vivido una experiencia semejante; la diferencia estaba en el autoritarismo con que los socialistas afrontaron la situación a partir de 1977, con la expulsión de los disidentes, la depuración de infiltraciones trotskistas y la consolidación de un discurso ideológico común.
Pero la orientación libertaria de la CNT y su orgánica de raiz ácrata no hacían posible (ni deseable) una solución autoritaria. Por eso mismo, durante esos años convivieron en la CNT ideologías y vocaciones muy diferentes y hasta contrapuestas. La única solución posible hubiese sido la diversificación del movimiento libertario, tal y como había sucedido antes de la guerra civil, pero el excepcional prestigio de la CNT y la mitificación del obrerismo jugaron en contra de este desgarro. Aunque se reconstruyeron la Federación Anarquista Ibérica (FAI), la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL), los grupos de Mujeres Libres (MMLL) y se fundaron innumerables Ateneos Libertarios, nunca terminaron de romper su cordón umbilical con la CNT, de la que dependían aunque sólo fuese como su contraimagen.
La diversidad de orígenes y de intereses dificultó la clarificación ideológica, imprescindible en una organización que había perdido parte de sus raices tras cuarenta años de clandestinidad. La confusión de la idea anarcosindicalista fue fatal para la CNT. Así, por ejemplo, la legítima crítica anarquista al sistema judicial vigente y la aspiración a destruir un régimen carcelario inicuo y degradante, se confundió con la defnesa de todos y cada uno de los presos, convertidos en una clase revolucionaria. Desde la CNT se apoyó y suplantó a la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), y la solidaridad con los presos comunes y sus justas reivindicaciones se confundió con la cooperación con sectores marginados que no tenían aspiraciones revolucionarias y que eran un vehículo fácil para la infiltración policial. Como consecuencia, muchos trabajadores identificaban a la CNT con la defensa de reivindicaciones marginales alejadas de las reivindicaciones obreras.
La misma confusión se repitió con la actitud de muchos cenetistas, sobre todo jóvenes, ante las drogas. El rechazo de toda prohibición y la crítica a la moral impuesta, siempre en defensa de la libertad individual, trajo como consecuencia la lucha por la legalización de las drogas ilegales y, en demasiadas ocasiones, la banalización de su consumo. La heroína llevó a un callejo sin salida a muchos militantes anarquistas y arruinó la combatividad de toda una generación.
Sin embargo, a pesar de la confusión en la teroía y de sus errores en la práctica, CNT se convirtió en una poderosa herramienta sindical, con un indudable protagonismo en algunas de las luchas obreras más significativas de aquellos años. Una nutrida afiliación, en torno a los 200.000 adherentes, ratificaba la vigencia del anarcosindicalismo.
Eran años de fuerte conflictividad social, cuando la inflación disparaba los precios, el paro crecía día a día y las puertas de la emigración hacia Europa del norte se habían cerrado.
Pero en España, los problemas políticos eran de tal calado que las cuestiones económicas pasaron a un segundo plano hasta que, con la Transición debidamente encauzada, los partidos políticos que habían aceptado la reforma democrática firmaron el 25 de octubre de 1977 unos acuerdos que establecían un consenso básco que permitía sosegar el debate político y «solucionar» la crisis económica: los Pactos de la Moncloa.
La sala Scala en llamas
El domingo 15 de enero de 1978 la CNT organizó una manifestación en Barcelona contra la firma de los Pactos de la Moncloa y las elecciones sindicales. En la misma se juntaron alrededor de 10.000 trabajadores que seguían oponiéndose a ese pacto social y que era prueba evidente de la gran capacidad de convocatoria que tenia la CNT en aquellos momentos.
A las 13:15 horas, terminada la manifestación, tuvo lugar un ataque con cócteles Molotov contra la sala de fiestas más conocida y de más éxito de Barcelona en aquellos momentos, la sala «Scala», situada en la esquina de la calle Consejo de Ciento y Paseo de San Juan. El resultado inmediato fue la muerte de cuatro trabajadores de la sala: Diego Montero, Bernabé Bravo, Ramón Egea y Juan Manuel López; tres de los cuales eran afiliados de la propia CNT.
Por aquellos días podría decirse que los ciudadanos estaban en cierto modo acostumbrados a las noticias de atentados terroristas. A nadie asombraba el asesinato de policías o militares, los coches-bomba y demás actos que resultaban casi habituales en aquella época. Sin embargo, un atentado contra una sala de fiestas era algo que resultaba inverosímil por lo absurdo y disparatado de la idea. Probablemente por ello en los primeros momentos se aventuraron toda clase de hipótesis. Algunos medios achacaron el atentado a vulgares asesinos, otros lo relacionaron con cuestiones particulares relacionadas con la sala de fiestas, algunos llegaron a establecer una relación con la campaña en pro de la libertad de expresión que por aquel entonces se desarrollaba en solidaridad con el dramaturgo Albert Boadella.
La duda y la incredulidad siguió siendo la tónica general para la inmensa mayoría hasta que, tan sólo cuarenta y ocho horas después, el martes 17 de enero un comunicado de la policía informó de la detención de todos los presuntos autores del atentado, a quienes inmediatamente se les relacionó con la CNT.
«Un comando de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), integrado por tres sujetos en cuyo poder se ha hallado asimismo documentación que les acredita como afiliados a la central sindical CNT ha sido autor, según la Jefatura de Policia de Barcelona, del atentado contra el restaurante-espectáculo Scala.»
Efectivamente, los detenidos eran todos afiliados a la CNT y poco antes del atentado habían participado en la manifestación. Al finalizar la manifestación -según la policía- los acusados se habían dirigido a la sala de fiestas lanzando contra ella seis cócteles molotov que ocasionaron el incendio y la muerte de los cuatro trabajadores que se hallaban dentro. De esta manera quedó establecida la relación de los detenidos con la CNT y el atentado con la manifestación. Bajo la dirección del gobernador civil José María Belloch y del comisario Francisco Álvarez, empezaron las detenciones en los medios anarcosindicalistas.
Sin duda lo que más sorprende es la insólita eficacia policial que había permitido encontrar a los culpables entre las 10.000 personas que aproximadamente participaron en la manifestación. Cómo consiguió la policía barcelonesa este alarde de perfección es algo que no se llegaría a saber hasta algún tiempo después. En aquel momento sólo dio lugar a toda clase de conjeturas que tenían como común denominador la sospecha de que detrás de todo había gato encerrado. Con el tiempo esa sospecha se acabaría convirtiendo en certeza.
Comienzo de la campaña orquestada contra el movimiento libertario
Los detenidos fueron debidamente acusados y procesados, pero eso no detuvo la operación policial. Muy al contrario, en los días posteriores fueron detenidas alrededor de 170 personas más, al mismo tiempo que se desataba una imponente campaña de descrédito contra la organización confederal por medio de los medios de comunicación y de los aparatos represivos del estado, que vieron la ocasión de amordazar y destruir la única fuerza con cierto peso social que amenazaba la amplia operación de blanqueo de la dictadura franquista y de los propios franquistas. Dicha operación pasaba por los Pactos de la Moncloa -a los que ni asistieron ni fueron invitadas las fuerzas sindicales, aunque luego la mayoría de las mismas los aceptaran- destinados a hacer recaer sobre las espaldas de la clase trabajadora el grueso de la crisis económica que se estaba viviendo, a costa de fuertes recortes salariales, subidas de impuestos sobre el consumo y pérdida de derechos laborales y a la vez sentar las bases de los cambios políticos que deberían llevar a la Constitución de 1978, fruto de un gran pacto entre el franquismo y una nueva clase política emergente ávida de poder.
La CNT, reacia al conjunto de dichos pactos y reacia, sobretodo, a olvidar el pasado y a renunciar a exigir cuentas al franquismo depurando todo el aparato estatal, ya fuese político, policial, judicial e incluso cultural, se había convertido en el gran objetivo a batir.
El simple hecho de aparecer en la agenda de teléfonos de algunos de los acusados o de una persona relacionada con alguno de los acusados se convirtió en motivo suficiente para ser detenido. Después de ser interrogados y pasar alguna noche en el calabozo, los detenidos eran puestos en libertad sin cargo alguno. Resultaba evidente que la policía no buscaba nada ni a nadie -ya tenían a los culpables- se trataba simplemente de amedrentar a los cenetistas y de ahuyentar de la organización a miles de trabajadores afiliados que, si bien se identificaban con la línea sindical de los anarconsindicalistas, no estaban dispuestos a llegar demasiado lejos en su adhesión, ni mucho menos a desafiar una represión policial de aquella envergadura.
La cosa no era de broma, las noticias de nuevas detenciones crearon un ambiente de inseguridad en gran parte de la afiliación. Por otra parte, la certeza de la implicación de la CNT en el atentado fue afianzándose en la opinión pública, lo que provocó un serio deterioro en la imagen de la organización y de los anarquistas por extensión. Si a esto añadimos las noticias de agresiones y asaltos por parte de grupos fascistas, que en aquellos días se incrementaron de forma muy considerable, podemos hacernos una imagen aproximada de la situación. Ser libertario en aquellos momentos se convirtió en algo bastante desagradable. Los medios de comunicación lo hicieron impopular, la policía y los grupos de la ultraderecha lo hicieron peligroso. Como consecuencia, se fueron debilitando las filas cenetistas, abandonadas por muchos trabajadores.
Ni que decir tiene que los Pactos de la Moncloa pasaron a un segundo plano.
Como hemos dicho la represión no sólo fue policial. El caso Scala marcó el comienzo de una intensa campaña de atentados contra el Movimiento Libertario y contra una CNT de nuevo en auge -ya contaba con 100.000 afiliados sólo en Cataluña- en particular protagonizada por grupos, al parecer de ultraderecha, que se escondían detrás de siglas desconocidas e indescifrables. En aquellos meses se tuvieron noticias de atentados en varias ciudades, sin que la policía demostrara la misma eficacia en detener a sus autores que había demostrado en el caso Scala.
El montaje policial sale a luz
La vista del caso tuvo lugar en diciembre de 1980. Los abogados defensores solicitaron que el ministro de gobernación, Rodolfo Martín Villa, compareciese a declarar, pero no lo hizo. Tampoco lo hizo Joaquín Gambín, confidente de la policía y responsable del incendio del Scala según la defensa. Gambín había logrado fugarse de la prisión de Elche en extrañas circunstancias y, a pesar de que tenía varias órdenes judiciales de busca y captura, la policía no pudo dar con su paradero.
La posición de la defensa apuntaba hacia un montaje policial orquestado mediante confidentes infiltrados en el sindicato CNT con el objetivo de desacreditar al sindicato ante los trabajadores y evitar así su progresión en Cataluña. La sentencia condenó a José Cuevas, Xavier Cañadas y Arturo Palma a 17 años de prisión como autores de un delito de homicidio involuntario y por fabricación de explosivos; Luis Muñoz fue condenado a dos años y seis meses por complicidad, y Rosa López, a 5 meses por encubrimiento. El recurso presentado por los abogados defensores, por quebrantamiento de forma y denegación de pruebas por la no comparecencia de Martín Villa en la vista, fue rechazado por el Supremo.
La presión sobre la policía por el asunto Gambín se multiplicó a raíz de la vista y de las exigencias, en aquel sentido, del indignado fiscal del caso, Alejandro del Toro, que desde instancias judiciales conservadores fue acusado de «simpatizar con los anarquistas». Con el paso de los años se fue descubriendo el papel crucial y decisivo que desempeñó Joaquín Gambín, el Grillo, o también conocido como el Rubio o el Legionario, en este asunto. Como se llegó a demostrar, fue él quien se infiltró en la CNT para dirigir el atentado. La presión de la prensa sobre la policía y la ausencia de Gambín en la vista del caso hicieron levantar sospechas sobre las verdaderas causas del atentado, provocando incluso desavenencias entre el Ministerio Fiscal y algunos miembros de la judicatura. Finalmente, a finales de 1981, Gambín fue detenido por la policía tras un tiroteo en Valencia. El Caso Scala volvía a abrirse.
La segunda vista del Caso Scala Barcelona, en diciembre de 1983, solo tuvo un acusado: Joaquín Gambín. La sentencia lo condenó a 7 años de prisión por acudir a la manifestación con armas y por preparación de explosivos.
Tras las cenizas del Scala
El Caso Scala fue la punta de lanza de la gran represión que se abatió sobre el movimiento libertario, en momentos de cierta debilidad organizativa y estructural debido a las evidentes divisiones que se estaban ya gestando en el seno de la anarcosindical.
Como posteriormente escribiría Xavier Cañadas Pérez, uno de los encausados y encarcelados durante ocho años por el Caso Scala:
La intensificación de la persecución polical contra el movimiento libertario fue alarmante. El 13 de marzo de 1978 murió Agustín Rueda, preso en la cárcel de Carbanchel, a consecuencia de la paliza que le propinaron un grupo de funcionarios de prisiones. Tres meses después Agutín Valiente falleció en Almeria mientras intentaba evitar una detención polical. En junio de 1979 el cenetista Valentín González murió por el impacto de una pelota de goma lanzada por la policía al reprimir la huega de los trabajadores del Mercado de Abastos de Valencia. Pero la represión no terminó aquí.
Ante esta situación creció el número de compañeros que optaron por la violencia como respuesta a la denominada nueva represión democrática. En febrero de 1978 se detuvo en Barcelona, Valencia y Madrid a veintidós personas acusadas de pertenecer a los Grupos Autónomos, en abril cuatro trabajadores de la SEAT de Barcelona fueron detenidos acusados de formar el Ejército Revolucionario de Ayuda al Trabajadoar (ERAT), al mes siguinete cayeron una docena de compañeros en Valladolid y ese verano continuaron las detenciones. En febro de 1979 hubo once nuevos detenido, en mayo uno más en la Junquera y en junio hubo una amplia redada contra la Federación Ibérica de Grupos Anarquistas (FIGA) en varias ciudades de la península, en agosto se produjeron cuatro nuevas detenciones en el movimeinto libertario barcelonés y en octubre otras tres en Madrid. En noviembre hubo dos heridos de bala en Valencia que pertencáin a los Grupos Autónomos Anarquistas, acusación que se repitió contra otros cuatro anarquistas detenidos en el mes de diciembre de 1979.
La ofensiva de estos miltiantes libertarios alimentó la intoxicación de los medios de comunicación, que, por jemplo, asociaban a los Comado Autónomos Anticapitalistas con ETA, y aumentó el aislamiento de la CNT y del resto de organizaciones anarquistas. Ya no había base social para revolución alguna y el movimiento libertario se fue quedando solo en la lucha por una transformación social más profunda.
El Caso Scala marcó el fin del crecimiento espectacular de la CNT y del movimiento libertario, y el inicio de su decadencia acelerada. Supuso el frenazo de una organización que crecía a ojos vista, el acentuamiento de sus divisiones y un descrédito que arrastró la organización confederal que quedó ampliamente desautorizada socialmente y prácticamente neutralizada: se consumó el gran Pacto de Estado de la Transición y de la nueva Democracia Española, sin oponentes. La monarquía democrática se consolidó con la Constitución, aprobada en referendum el 6 de diciembre de 1978.
El acoso policial, la consolidación de la monarquia democrática y el reflujo de las luchas obreras llevaron a la CNT a una seria crisis. Cerrado el periodo de luchas revolucionarias del tardofranquismo, había llegado el momento de hacer balance del largo y complicado proceso de reconstrucción y adaptarse a la nueva realidad social y política de la España de los años ochenta.
Así pues, a finales de 1979 la CNT organizaría su V Congreso y primero desde el Congreso de Zaragoza en 1936 y desde que la dictadura arrojara a la organzación a los círculos infernales de la clandestinidad y del exilio. Ya durante el periodo precongresual se hicieron evidentes las profundas divergencias que enfrentaban a los distintos grupos y tendencias que convivían en el seno de la organización. No había discrepancias en el diagnóstico de la situación por la que atravesaba la CNT y el conjunto del movimiento libertario, pero las diferencias eran muy agudas cuando se buscaban las causas y se proponían las soluciones.
Según se iba profundizando en el debate, se fueron decantando dos grandes corrientes de opinión que confluirían al Congreso para generar la primera gran División de la CNT desde 1933.
El modelo de representación sindical
- Su tendencia al corporativismo (sindicalismo de empresa)
- El freno que suponía a la sindicación
- Y la previsible separación de l@s delegad@s de sus representad@s.
No obstante, el sector renovador optó por presentarse a las elecciones sindicales (en candidaturas CNT o por decisión asamblearia), intentando superar los aspectos más negativos de la ley y aprovechando los que se consideraban positivos (información y propaganda en horas de trabajo, convocatorias de asambleas, acceso a información de la empresa, representación legal,…), dejando la puerta abierta a practicar otros modelos más participativos y directos en las empresas donde la mayoría de trabajador*s estuvieran de acuerdo.
Esta postura táctica fue duramente criticada por los sectores ortodoxos y, finalmente, se adoptó oficialmente una postura abstencionista. La radicalización del enfrentamiento en este apartado, junto a otros aspectos de carácter mucho más internista y de relaciones de poder, supuso la pérdida de una gran oportunidad para consolidar y aumentar una fuerza sindical aún significativa, y fue una de las causas fundamentales de la crisis de la CNT a finales de los 70, al tomar como una de sus señas de identidad el hecho de participar o no en las elecciones sindicales.
1979: PLENOS Y MÁS PLENOS, EXPULSIONES Y EL V CONGRESO
Con una pérdida galopante de afiliación y en general una actuación sindical cada vez menos efectiva, debido tanto a las consecuencias de la crisis económica como al cambio de las reglas del juego en la representación sindical, la CNT se enfrasca en la preparación de su primer congreso en territorio español desde 1936.
Convocado el Pleno Nacional de Regionales de febrero (en el que aparecen dos delegaciones valencianas) dará lugar a tres Plenos más (abril, junio y septiembre) en los que se pedirá la disolución del Comité Nacional de la CNT en el exilio (que no se produjo), el retraso del Congreso de octubre a diciembre y el cambio de lugar de celebración (Asturias será substituida por Madrid). Las discusiones de los Plenos fueron absolutamente peregrinas y directamente relacionadas con aspectos técnicos del Congreso. La labor organicista eclipsó completamente a la actividad sindical.
Mientras tanto las cosas se movían en una determinada dirección. En Catalunya, se procedió a la crítica, descalificación y posterior expulsión de parte de la afiliación, la perteneciente a los Grupos de Afinidad Anarcosindicalistas (grupos comprometidos a restaurar la democracia en la CNT y determinados a que la dirección anarcosindicalista de la organización prevaleciese), algun@s de ell@s eran miembros del Secretariado Permanente Confederal y otr@s tenían responsabilidades en sus sindicatos. Pronto se hizo famosa la expresión paralela , aunque la diferenciación entre organización específica (supuestamente anarquista y, sin voluntad de poder) y organización paralela nunca se acabó de entender de forma clara. De lo que se trataba era de dejar fuera de la cita congresual a los representantes de una corriente de opinión que propugnaba:
-Sindicatos conformados por trabajadores/as
-No exigencia de una determinada ideología
-Federalismo en la toma de decisiones
-Las asambleas como órganos soberanos de los sindicatos,…
Y, en general, una organización de clase que, manteniendo el objetivo último del comunismo libertario, asuma una estrategia emancipadora del sindicalismo revolucionario que se nutra de la propia experiencia de las luchas obreras.
En junio, una operación policial acaba con la muerte de un presunto miembro de la FIGA (Federación Ibérica de Grupos Anarquistas) y la detención de 17 más en Almería, Madrid y Barcelona. En el pleno de septiembre, la CNT reconoce 51 presos libertarios.
La CNT envuelta en su batalla para preparar el Congreso, estaba casi totalmente ausente de la lucha del movimiento obrero en 1979, el año en que la baja en la lucha obrera fue considerablemente mayor.
Una fase de la transición política en España había llegado a su fin, y con ello, un capítulo de la historia de la CNT.
El Congreso de la Casa de Campo
En este ambiente, los meses previos al congreso de diciembre se produce un bombardeo de artículos en los medios confederales (Montseny, Campos,…), en los que bajo un pretendido barniz histórico se daba la versión ortodoxa y gloriosa de la CNT, tanto durante la Guerra Civil como en el exilio. Historicismo e idealización de una CNT todopoderosa que “resurgiría de sus cenizas cual ave fénix”.
El V Congreso no fue otra cosa que la reafirmación de los principios, tácticas y finalidades inamovibles desde el 36, acompañadas de referencias y posiciones marginales respecto de la situación social y laboral del momento que contentaba a los sectores globalistas.
En un clima propició a las vulneraciones de reglamentos y normas (se llegaron a producir intimidaciones para obtener los resultados programados) 53 delegaciones sindicales firmaron un escrito pidiendo la suspensión del Congreso por sus irregularidades y sus delegad@s abandonaron el mismo al ser rechazada su reclamación.
DE LA RUPTURA A LA REUNIFICACIÓN
Sobre la base de los sindicatos impugnadores del V Congreso y de personas y secciones sindicales que se habían ido quedando en el camino (a raíz de los múltiples conflictos internos o de posiciones orgánicas marginales) se fueron conformando sindicatos autónomos que confluyeron en 1980 en el VI Congreso. Este congreso dio lugar a otra CNT, conocida como CNT-Congreso de Valencia (CV), en oposición a la CNT-AIT (que colocaba las siglas de la internacional –prácticamente inexistente- como símbolo de reconocimiento y esencialismo)
Las dos organizaciones, muy mermadas de afiliación y proyección sindical, iniciaron caminos y estrategias distintas:
La CNT-AIT en su línea de reafirmación ideológica.
Y la CNT-CV tratando de buscar un espacio sindical sobre la base de un acercamiento a la realidad laboral.
Tras el VI Congreso de la CNT-AIT de Barcelona, en 1983 (contemplado como VII Congreso para el sector de CNT-CV), sectores de esta organización vieron necesario provocar un cambio de rumbo. Después de más de 3 años en la reafirmación de los principios, tácticas y finalidades y de la expulsión de todos los «enemigos» internos, se continuaba sin ocupar un espacio significativo en el movimiento sindical español. Se constituyeron sindicatos de oposición de la CNT-AIT y comenzaron conversaciones con la CNT-CV con el propósito de ir fortaleciendo el conocimiento mutuo y superar las diferencias y desconfianzas que aún existían.
El VIII Congreso de la CNT-CV (29, 30 y 31 de octubre y 1 de noviembre de 1983, en Madrid) realizó un llamamiento a la reunificación confederal basado en el restablecimiento de un clima de respeto, tolerancia y apoyo mutuo. Se entendía que, de persistir en la discordia, el porvenir de la CNT y las ideas libertarias estaban seriamente amenazadas y condenadas a la extinción. Se llamaba a las bases de la CNT-AIT a iniciar un proceso transparente de unificación que confluyera en la fusión de ambas CNT, propiciando la celebración de un Congreso Extraordinario de Reunificación lo antes posible.
La respuesta fue desigual, mientras en algunos casos se procedió a un buen entendimiento y al establecimiento de mecanismos de intervención sindical y social conjuntos, en otros casos merodearon las agresiones y los asaltos de locales.
Finalmente, los días 29 y 30 de junio y 1 de julio de 1984 tuvo lugar en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid el Congreso Extraordinario de Unificación (IX Congreso CNT ya sin CV), que se desarrolló en un ambiente de gran tensión por la actuación de un grupo de iluminados en el exterior. No obstante, sus resoluciones abrieron el camino a la CNT renovada que daría lugar 5 años después a la CGT. Entre sus acuerdos destacan:
- Fuerte autocrítica de las actuaciones pasadas
- Abandono del criticismo negativista y del sindicalismo sin soluciones prácticas
- Construcción de una organización plural
- Destierro de la automarginación
- Aceptación de la participación en los comités de empresa (sólo desde dentro se les puede vaciar de contenido) sin afectar a la táctica de la acción directa.
- Elaboración de propuestas con objetivos concretos y reales que puedan ser asumidos y defendidos por los trabajadores,…
En junio de 1987 se produciría el X Congreso de la CNT en el que se constataba el crecimiento y afianzamiento de la organización, y en abril de 1989 el I Congreso Extraordinario de la CNT-CGT en el que se decide el cambio de siglas, de CNT a CGT, ante una sentencia judicial adversa.
Recogiendo la frase de J. García Oliver:
“ …Este es el momento de aclarar la enorme distancia que separa al anarquista del anarcosindicalista: aquél, siempre en vela por las esencias puras del libertarismo, y éste enfrentado con las realidades del complejo mundo social. Aquél, el anarquista, es una actitud ante la vida; y el anarcosindicalismo es una actuación en la vida… ”