En los últimos tiempos el 1º de Mayo
ha ido perdiendo su tradicional carácter reivindicativo, y más olvidado aún queda el espíritu revolucionario de sus
orígenes. Alcanzado en Occidente un pacto amistoso entre capitalistas y socialdemócratas, las primaverales marchas de
obreros y el flamear de banderas rojas se fueron transformando en cívicas comitivas de cargos sindicales y veteranos
militantes de base.
Quedaban también los irreductibles, los rebeldes con causa, los inconformistas; esos que
ahora llaman antisistema. Pero eran épocas de bonanza, y el capital ganaba tanto que no le importaba dejar caer buenos
mendrugos de su mesa para que el arrepentido proletariado se sumara al consumismo galopante, mientras la casta dirigente
presumía de haber superado la lucha de clases.
El anarcosindicalismo ha sido durante estas décadas de transición
(esa singladura desde la esperanza al desencanto) una ignorada voz que ha seguido con sus denuncias al sistema y las
advertencias sobre los riesgos del individualismo y el derroche de unos recursos tan finitos como necesarios. Pero en plena
fiesta de los mercados, ¿quién iba prestar oídos a cuatro derrotistas, anclados en ideales del siglo XIX?
Y si no
hay mal que cien años dure, más previsible era que algo bueno para los pobres, como algunos aspectos del llamado Estado de
bienestar, no se mantuviera más allá de lo estrictamente necesario; liquidación por fin de temporada que llegó cuando los
obreros habían renunciado a transformar la sociedad y el capital derribó el Muro de Berlín.
Hoy resulta
incuestionable que ese sistema triunfal, sin ningún tipo de contestación interna ni enemigo exterior, ha demostrado su
incapacidad (por no decir su falta de interés) para mejorar los condiciones de vida de la humanidad. Las consecuencias las
estamos viviendo en estos últimos años de recortes, privatizaciones y corrupción. El paro y la pobreza se han convertido en
una amenaza para millones de ciudadanos del mundo desarrollado. Paro el mundo expoliado y explotado por los mercados el
futuro sigue siendo el mismo que el pasado: hambre, epidemias, guerras… o la emigración.
El negro panorama y la
ola de indignación que ha levantado contra banqueros y gobernantes, hacen diferente a este 1º de Mayo. Ya no se trata de
salir ritualmente a la calle; ahora saldremos porque estamos hartos y queremos que esto cambie de verdad. Es una
movilización clásica pero remozada, que llega un mes después de la última Huelga General y dos semanas antes de otra gran
movilización ciudadana en todo el mundo (12M-15M).
Ha sido esa protesta masiva en diferentes países la que ha
revitalizado la ilusión y el activismo de amplios sectores sociales; razón por la que el 29M no solo supuso un éxito por el
seguimiento en el mundo laboral, sino que lo fue todavía más por la participación en las manifestaciones y en la huelga de
consumo paralela.
Tampoco se debe ignorar el valioso papel jugado por organizaciones que no suelen copar titulares de
prensa, pero cuya implicación en la extensión y seguimiento de la huelga fue significativa. Y entre esa gente que levanta
la bandera de la resistencia han estado y seguirán estando esos anarcosindicalistas a los que tantas veces se ha dado por
trasnochados y hasta difuntos.