Juró los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional (el partido único franquista) para alcanzar el poder. Se autoproclamó Jefe de Estado y de las Fuerzas Armadas de la sedicente democracia dentro del “paquete” que sometía a referéndum la Constitución (que Juan Carlos nunca juró). Metió bajo siete llaves la documentación secreta que revelaba su papel en el golpe de Estado del 23-F. Y ahora dimite de penalti sin que exista siquiera la Ley Orgánica que regula la abdicación para evitar cumplir con el trámite de ratificación popular exigido para reformar el Título II de la C.E.
Y encima pretenden tomarnos por tontos hablando de que se trata de una decisión muy meditada y que estaba en la programación de La Zarzuela. ¡Gañanes!. Ocultan que en el mensaje del pasado Fin de Año el Rey confirmó su permanencia en el puesto; que este mismo lunes 2 de julio de 2014 en que se hecho pública la abdicación Juan Carlos tenía previsto inaugurar un congreso en Barcelona; que la Reina Sofía ha mantenido en su agenda un viaje para mañana martes a Nueva York; que al Príncipe Felipe le ha sorprendido el gatillazo papal regresando de un acto oficial en El Salvador, y que en las últimas semanas el propio monarca había relanzado su imagen de Rey Campeador con giras chanchullo a las monarquías del Golfo para hacer caja para la Marca España y una majestuosa presencia en el palco de honor de la final de la Liga de Campeones.
Por no hablar del esperpento de esa corte, la del trágala dinástico gobernante PP-PSOE, encarnado por el dúo sacapuntas Rajoy-Rubalcaba, que con su habitual babosería se ha coronado de sandeces impasible el ademán. Mendacidad sin igual, que recuerda a aquella otra “abdicación” que defenestró a Adolfo Suarez, y cuya comunicación real a todos los españoles a través de la televisión ha sufrido parecido “retraso técnico” a la del mensaje del Rey para “salvar la democracia” aquella noche de los tricornios de 1981. Juan Carlos abdica por el sindicato de las prisas en la misma mañana en que el primer partido de la oposición estaba reunido en cónclave para decidir si hacían primarias para elegir a un nuevo líder, y a semejante zafarrancho lo llaman gesto de estabilidad institucional. ¡Unos linces!
La inmaculada transición se va al garete. Aunque de momento hagan como si no pasara nada y la mayoría borbónica que okupa el Parlamento apruebe ceder el testigo a Felipe como sucesor a título de Rey con las mismas tretas como se hereda una finca cuando el dueño está gagá. Sin importarles que las elecciones europeas hayan demostrado que con menos del 50% de respaldo popular carecen de legitimidad para decidir por todos los españoles como reclama el artículo 92 de la vigente Constitución (“Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”). Sin reformar previamente la Constitución para zanjar la feminicida discriminación de género en la trasmisión de la corona. Manteniendo el esperpento que permite condensar en la figura de un rey jurídicamente irresponsable la jefatura del Estado y la de las Fuerzas Armadas.
No saben que con ello, desde este mismo momento, pavimentan la campaña electoral para que las elecciones que deben celebrarse el próximo año 2015 (locales, autonómicas y generales) se conviertan en un rotundo plebiscito contra la monarquía, como ya sucedió en abril de 1931. Por cierto, la patronal CEOE ha colgado en su web (luego la retiró) una nota sobre la abdicación del Rey Juan Carlos “agradeciéndole los servicios prestados”. Más transparencia, imposible.
Rafael Cid