Hay algo muy
curioso aquí durante los últimos años, donde después de casi 80 años reaparecen en los titulares los anarquistas, casi
siempre acusados de provocar alteraciones del orden público y actos de violencia. Como que resucitan los titulares del fin
de siglo hasta los años 20 con el caso de Sacco y Vanzetti.
Ahora a cada
rato –en las movilizaciones que paralizaron Seattle en 1999, hasta más recientemente con Ocupa Wall Street, entre otras
expresiones que fueron reprimidas–, cuando hay una ruptura en lo que las autoridades llaman ley y orden, les echan la culpa
a los anarquistas. Hasta la palabra fue usada como insulto por Harry Reid, el líder demócrata del Senado, la semana pasada,
cuando acusó a ultraderechistas republicanos de ser anarquistas al provocar el cierre del gobierno. O sea, anarquista es
sinónimo de cualquiera que sea irresponsable, desmadroso y violento.
Según esto, los guardianes del orden
político, social y económico representan lo opuesto a la anarquía. Pero entonces ¿quién es el responsable de tanto desorden
ahora?
Este país se parece cada
vez más a una república bananera, cuenta un ejecutivo de Wall Street a La Jornada. Los trenes no funcionaban la semana
pasada, el gobierno no puede aprobar el presupuesto y el gobierno está cerrado y estamos al borde de provocar una crisis
financiera internacional.
El circo en Washington ha logrado clausurar parcialmente el gobierno más poderoso del mundo, todo
por un sector reducido de ultraconservadores republicanos que, según el presidente, ha tomado en rehenes al gobierno y
exigen un rescate; o sea, el gobierno de Estados Unidos es víctima de un acto de extorsión.
Hay medidas de emergencia como la
reapertura, con fondos locales y privados, de la Estatua de la Libertad (monumento federal). No permitiremos que este
símbolo internacional de libertad permanezca cerrado por la disfuncionalidad y estancamiento de Washington, proclamó el
gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, el sábado.
En tanto, se lleva a cabo una reunión de los jefes financieros del mundo en Washington, donde todos
expresaron su nerviosismo si no se encuentra una solución para elevar el llamado techo de la deuda de Estados Unidos, que
autoriza su capacidad de pedir préstamos para pagar sus cuentas. Todos afirmaron que un fracaso llevaría a consecuencias
negativas no sólo para la recuperación económica estadunidense, sino para la economía global.
El presidente Barack Obama y su equipo han
advertido que un fracaso en encontrar una solución antes del 17 de octubre sería irresponsable y podría provocar caos en el
sistema financiero internacional.
Por otro lado, otros guardianes del orden también enfrentaban problemas. Ante crecientes protestas
aquí y en varios países por el espionaje masivo de comunicaciones por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) revelada por
los documentos que filtró Edward Snowden, se considera que Washington abusa y hasta posiblemente viola leyes nacionales e
internacionales que garantizan libertades civiles. Pero el encargado, el general Keith Alexander, comentó este fin de semana
que, aunque hay algunos problemas, su agencia hace más por proteger las libertades civiles y privacidad de lo que jamás se
sabrá.
Mientras tanto, los que
revelan todos estos abusos potenciales –tanto filtradores como periodistas– son considerados criminales, o peor, asistentes
del enemigo.
En otra parte de la
estructura del orden y seguridad nacional, el viernes pasado la Fuerza Aérea cesó al general Michael Carey, encargado de
todos los misiles terrestres nucleares de Estados Unidos, por pérdida de confiabilidad en su liderazgo y juicio, según el
comunicado oficial. Sólo revelaron que ha estado bajo investigación durante meses por mal comportamiento personal, sin
ofrecer mayores detalles.
Dos días antes, la Marina de Estados Unidos cesó a un almirante que ocupaba el puesto de
subcomandante del Comando Estratégico de Estados Unidos, el cual está a cargo de todas las armas nucleares en el arsenal
estadunidense. Está bajo investigación después de que un casino en Iowa lo detectó con mil 500 dólares en fichas de casino
fraudulentas.
Esto, más una larga
lista de arrestos de alcaldes, policías y otros funcionarios encargados de la ley y orden por una amplia gama de delitos y
corrupción.
Ni hablar de la
impunidad de aquellos altos ejecutivos en las casas financieras más importantes del país, encargados de operar y controlar
el orden económico, que cometieron uno de los mayores fraudes de la historia al detonar la crisis financiera más severa
desde la gran depresión.
Ni hablar del orden que resulta de la influencia inevitablemente corruptora de enormes influjos de
dinero de multimillonarios y empresas privadas a las campañas electorales del país.
Ni hablar del orden creado por las políticas
económicas, donde se registra ahora el mayor índice de desigualdad económica desde 1928 en este país.
Y, ante amenazas constantes a todo este
orden, y en nombre de la ley, continúan de manera constante operaciones bélicas abiertas y clandestinas, entre ellas
ataques a control remoto y secuestros de ciudadanos en cualquier esquina del mundo.
Entonces, si todo esto es resultado de los
guardianes del orden, ¿será que los responsables son anarquistas disfrazados de políticos, generales, jueces y
ejecutivos?
La palabra anarquía
incomoda a casi todos en el mundo occidental; sugiere desorden, violencia, incertidumbre. Tenemos buenas razones para temer
estas condiciones, porque hemos estado viviendo con ellas durante largo tiempo, no en sociedades anarquistas (nunca han
existido), sino justo en esas sociedades más temerosas de anarquía: los poderosos estados-nación de los tiempos modernos,
escribió el historiador Howard Zinn. “En ningún momento en la historia humana ha existido tal caos social… Son estas las
condiciones con las que los anarquistas han deseado acabar; de poner algún orden en el mundo por primera
vez”.
David Brooks/LA JORNADA
/ Nueva York