El sábado 9 se presentó en Madrid una nueva organización llamada Apoyo Mutuo. Aunque nadie está en condiciones de adivinar cuál será su recorrido futuro, creo que a día de hoy lo suyo es afirmar –y no enuncio otra cosa que opiniones personales- que es un libro en blanco en el que podemos escribir lo que queramos. No se trata, pues, de ningún proyecto cerrado: si a su amparo no se han perfilado normas acotadas –todo, o casi todo, puede discutirse-, menos aún cabe hablar de grupos organizados o de personas decididas a asumir un papel protagonista. En mi percepción de los hechos, habrá que juzgar mañana a Apoyo Mutuo por su consecuencia en lo que se refiere a la práctica de la autogestión y, con ella, de la democracia y la acción directas. Sea cual sea el derrotero de la nueva organización, en suma, creo que son varias las razones que justifican, hoy, su aparición.
1. La urgencia de recordar que hay muchas personas que siguen creyendo en la autogestión, la horizontalidad, la democracia directa, el rechazo de liderazgos y personalismos, y, cómo no, el apoyo mutuo. No sólo eso: que practican cotidianamente todos estos principios y demuestran que hay formas de ser y de actuar distintas de las que el sistema nos impone. Propiciar, desde una acción militante, el acercamiento de esas personas en todos los ámbitos parece una tarea honrosa.
2. El designio de sacar adelante un proyecto cristalinamente anticapitalista, y no meramente antineoliberal. Nuestro proyecto no puede consistir, como parece entender la izquierda que cree en las instituciones y vive en ellas, en reclamar sin más un regreso a 2007, antes del inicio de la crisis financiera. Tiene que contestar, antes bien, la lógica del trabajo asalariado y de la mercancía, al tiempo que tiene que dar réplica a lo que suponen la alienación, la explotación y la represión imperantes.
3. La necesidad de escapar a una superstición: la que afirma que el Estado es una institución que nos protege. Al respecto tanto hay que recordar la dimensión represiva, policial, militar y carcelaria de aquél, como hay que deshacerse de las ilusiones ópticas que acompañan a una formidable ficción, los llamados Estados del bienestar, inexorablemente unida al capitalismo, visiblemente hostil a la práctica de la autogestión, ratificadora, pese a las apariencias, de la explotación de tantas mujeres, ecológicamente agresiva e insolidaria con la mayoría de los habitantes de los países del Sur.
4. En paralelo con lo anterior, parece imperativo subrayar el sinfín de miserias que rodean a la democracia liberal y a sus elecciones, y señalar, en singular, el papel central que estas últimas desempeñan en la absorción de iniciativas aparentemente contestatarias, en la gestación de castas burocráticas, en la desmovilización y en el fortalecimiento, en fin, de la lógica toda del sistema.
5. El propósito de encarar una transformación radical de nuestras sociedades que parta de la conciencia de que el capitalismo se adentra en una etapa de corrosión terminal que nos acerca, a marchas forzadas, al colapso. En este terreno es inevitable huir del mito del crecimiento, y se impone desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar y descomplejizar el mundo que nos han entregado.
6. El objetivo de permitir el asentamiento y el engrosamiento de los espacios autónomos autogestionados y desmercantilizados que han ido apareciendo –ahí están, por ejemplo, las cooperativas integrales-, de propiciar su federación y de acrecentar su dimensión de confrontación con el capital y con el Estado.
7. La comprensión de que formamos parte indeleble del sistema que queremos echar abajo –de que somos, mejor dicho, el sistema-, de tal suerte que sus principios y valores influyen, a menudo poderosamente, en nuestra conducta cotidiana, a través, por ejemplo, de la constante preservación de las miserias de la sociedad patriarcal. Si no somos conscientes de ello, difícilmente progresaremos en el camino de la liberación.
8. La saludable intención de colaborar en la consolidación de lo que, en el ámbito laboral y en el social, despunta en el terreno de la contestación y de la emancipación. No debe haber ningún motivo para concluir que sindicatos, grupos de afinidad, ateneos, centros sociales o cooperativas integrales van a experimentar un menoscabo, antes al contrario, al calor del nuevo proyecto.
9. El empeño en atraer a muchas gentes –también el de dejarse atraer por ellas- que, sin ninguna connotación ideológica y ninguna militancia tradicional, practican, sin embargo, la autogestión y son conscientes de los retos que se derivan de la corrosión terminal del capitalismo en sus múltiples manifestaciones.
10. La conciencia de los retos que se derivan de una represión que visiblemente va ganando terreno, y que recae de manera cada vez más evidente sobre quienes prefieren seguir contestando la lógica del Estado al tiempo que hacen otro tanto con la del capital. El escenario anterior al que pretende perfilar la llamada ley mordaza –el escenario que padecemos hoy- es suficientemente inquietante por sí solo.
Aunque es legítimo el recelo que suscitan los elementos meramente simbólicos y las manifestaciones de cariz fundamentalmente emocional, creo que somos muchas las que pensamos que es importante dejar claro que estamos aquí y que no tenemos ninguna intención de dar un paso atrás ante la miseria cotidiana que genera el capitalismo, la catástrofe ecológica que se adivina, la marginación y la explotación que en todos los ámbitos padecen tantas mujeres, los atavismos imperial-militares que se mantienen, el hechizo que en muchas cabezas provocan elecciones y liderazgos, o la represión que nos atenaza por todas partes.
Carlos Taibo