En 2015 conmemoramos el centenario de Quico Sabaté (1915-2015), Para contribuir al recuerdo del que fue el “enemigo número uno” de la dictadura franquista, hemos publicado una agenda en la que hemos procurado recoger los acontecimientos más importantes de su vida y de su lucha incansable por la libertad.
Formato: 11 x 17 cm • 250 páginas • Edición en catalán y castellano • Precio: 10 euros.
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El año próximo se cumplirán cien años del nacimiento de Francesc Sabaté Llopart (El Quico). Sabaté forma parte de una larga lista de personas a las que se ha querido borrar de la historia, sencillamente porque su existencia y su lucha no encajaban en la historia oficial que el régimen de 1978 quiso vendernos. El pacto entre una izquierda cobarde y acomodaticia y los restos del franquismo hacía necesaria una imagen más suave de la dictadura de Franco, que hiciera ese pacto menos vergonzoso para la Izquierda pactante, y permitiera un futuro algo más «digno» para los franquistas reconvertidos. Es para que esta oligarquía pudiera gobernar (y saquear) este país durante los últimos 40 años que hubo que sepultar en el silencio y el olvido la historia de la resistencia popular contra el franquismo.
Hasta día de hoy siguen bajo riguroso secreto los archivos del Ejército y de la Guardia Civil sobre la guerrilla antifascista. Su historia se ha tenido que escribir a base de retazos de la memoria conservada por los protagonistas y por quienes les conocieron.
Uno de los episodios que se han conservado de la guerrilla urbana en Barcelona es el atentado contra Eduardo Quintela, ocurrido el 2 de marzo de 1949. Quintela era entonces el jefe en Barcelona de la Brigada Político Social.
Al igual que Quico Sabaté, Facerías o Caraquemada se habían convertido para la policía en objetivos muy codiciados, los guerrilleros libertarios también pusieron el ojo en algunos mandos de la policía que destacaban por su brutalidad en el trato que daban a los presos. Sin duda alguna, Quintela era la pieza más cotizada en aquellos momentos.
En febrero de 1949 el grupo de Quico entra en contacto con el grupo Los Maños a cuyo frente estaba Wenceslao Jiménez Orive (Wences). Ambos grupos, por separado, habían asumido el mismo objetivo: matar a Quintela. Para ello habían empezado a vigilar minuciosamente sus pasos, sus costumbres, entradas y salidas, recorridos habituales, etc. Una información necesaria para establecer el momento y lugar idóneos para realizar el atentado. Los dos grupos se reúnen para compartir la información obtenida y aunar recursos para alcanzar el objetivo.
Quintela salía en un coche oficial de la Jefatura Superior de Policía situada en el número 43 de la Via Laietana para ir a su casa en calle de la Vinya (barrio del Carmel); no siempre seguía la misma ruta, pero normalmente pasaba por la calle Marina entre Mallorca y Provença sobre las 15,30 y las 14,10 horas. Este les pareció un buen momento para llevar a cabo el atentado.
El día señalado, miércoles 2 de marzo de 1949, a la 13,45 horas una camioneta estaba estacionada en la calle Marina, a cien metros de la Sagrada Familia; en su interior se hallaban Carles Vidal, al volante, y, a su lado, Josep Sabaté. Quico, fuera del vehículo y vestido con un mono azul, hacía como que revisa el motor. A cierta distancia, Mariano Aguayo paseaba por la calle con un sombrero marrón. En la acera de enfrente, en un Fiat aparcado, se encontraban tres hombres: Simón Gracia, situado al volante, y José López y Wenceslao Jiménez armados ambos con metralletas. A las 13,55 horas Mariano Aguayo, el hombre que paseaba por la calle con un sombrero marrón, se quitó el sombrero, era la señal convenida que indicaba a sus compañeros que el coche de Quintela acababa de llegar. A partir de aquí se sucedieron rápidamente los acontecimientos: Quico cogió la metralleta que tenía escondida en el motor de la furgoneta y, acercándose todo lo que pudo al coche de Quintela, disparó su arma. El coche se para en seco y de su interior salen dos hombres que intentan huir de la balas. Desde el Fiat situado en la acera de enfrente les cortan la retirada y caen ambos al suelo. Quico se aproxima rápidamente para identificar a las víctimas. Comprueba que Quintela no está entre ellas. El coche contra el que habían disparado no era el del jefe de la Brigada Político Social. En el vehículo, idéntico al de Quintela, viajaban Manuel Piñol y José Tella, capitostes del Frente de Juventudes. Piñol, al igual que el chófer –Antonio Norte– estaban muertos. Tella había resultado herido.
Nunca se ha podido averiguar si se trató de una simple casualidad que un choche idéntico al de Quintela pasara por el mismo lugar a la misma hora en que solía hacerlo el policía.
El atentado contra Quintela enfureció a la policía –y, cabe suponer, que muy especialmente al propio Quintela– y desató una ola de represión inusitada en buena parte de Catalunya, especialmente en Barcelona, en donde llegó a vivirse un verdadero estado de sitio con violación y registro de domicilios, patrullas por las calles que paraban e inspeccionaban a los transeúntes, impidiendo que se formaran grupos por reducidos que fueran. Se llegó a suspender los espectáculos nocturnos, con lo que prácticamente se estableció una especie de toque de queda que hizo que, a partir de las 20,00 horas no circularan por las calles más que policías. Llegaron refuerzos policiales de distintos puntos de España. Se hizo circular por Barcelona cincuenta taxis conducidos por policías que llevaban a los clientes que les parecían sospechosos a la Jefatura Superior de Policía, donde comprobaban su documentación. Se trataba de un intento de evitar que los guerrilleros pudieran utilizar los taxis para desplazarse y así limitar su movilidad.
A aumentar la excitación de la policía contribuyen algunos hechos como el ametrallamiento de una comisaría de policía en Barcelona y el envío de un anónimo que anunciaba la voladura de la Jefatura Superior de Policía.
Aunque algunas de la medidas más extremas se dejaron de aplicar o se suavizaron, la intensidad de la represión no decayó y fue enorme el reguero de víctimas de dejó como saldo. Quintela jamás olvidó su odio hacia los anarquistas que habían querido acabar con él. Tanto es así que, en enero de 1960, estando ya jubilado y retirado en su tierra natal –Galicia–, en cuanto le avisaron de que El Quico estaba cercado en el Mas Clarà, cerca de Sarrià de Ter, no pudo resistir la tentación y corrió al lugar de los hechos para disfrutar del espectáculo, y contemplar el final de su gran enemigo, al que él nunca pudo vencer. Tampoco tuvo éxito en esto, Quico logró escapar del cerco de la Guardia Civil y llegar hasta Sant Celoni, donde finalmente cayo a manos de una de las patrullas que le seguían el rastro.
En alguna ocasión Quintela le había dicho a un preso algo parecido a «ya sé que es posible que algún día me matéis, pero antes de que eso ocurra me llevaré a algunos de vosotros por delante». Efectivamente se llevó a algunos buenos luchadores por delante, lamentablemente se equivocó en lo demás.