El próximo 20
de noviembre nos vuelven a convocar, como ejercicio ineludible para el buen funcionamiento de la democracia. La gran fiesta
de la democracia, dicen los medios de comunicación.
Y es cierto. Lo que conocemos por democracia parlamentaria se
sustenta en un proceso electoral como el del día 20. El problema es que el parlamento con sus parlamentarias y
parlamentarios no representa los intereses de las personas que nos ganamos el pan con nuestro trabajo y sí el de las
personas que viven a costa del trabajo de los demás.
Si comparamos la precaria situación laboral y social que
vivimos con las medidas que salen del parlamento para corregir dicha situación, podemos comprobar que para paliar el
elevado número de personas paradas o el aumento de población que vive bajo el umbral de la pobreza, el parlamento recorta
los derechos sociales, los servicios públicos, prolonga la edad de jubilación, etc, etc,,, provocando así un mayor
agravamiento de la situación y beneficiando exclusivamente a las grandes corporaciones multinacionales y financieras, es
decir, al sistema capitalista.
Ateniéndonos a los hechos podemos afirmar que la democracia parlamentaria es la
herramienta que utiliza el capitalismo para administrar la acumulación y el reparto de la riqueza. Mediante leyes y
decretos el parlamento nos quita la riqueza que generamos todas y todos con nuestro trabajo y se la entrega en bandeja a una
reducida élite de personas, que son los verdaderos rostros de los llamados mercados.
Aun así se nos dice que el
día 20 debemos votar, pero ¿para qué?. Hasta la fecha sólo ha servido para delegar nuestra opinión, firmar un cheque en
blanco y hasta dentro de 4 años a callar y a aguantar, haciéndonos creer que las personas elegidas se ocuparán de resolver
unos problemas que no padecen.
Entendemos que estas posiciones sean defendidas por una clase política
identificada con la clase dominante que dirige las multinacionales y la banca. Ahora bien, que hasta desde la izquierda
llamada alternativa, se insista con el mismo hincapié en la necesidad de ir a votar, argumentando que así se puede cambiar
la realidad existente, nos parece la mejor manera de confundir. Poner en los programas electorales ciertas
reivindicaciones, cuando de sobra es sabido que será inviable conseguirlo por la vía parlamentaria no parece una forma
honesta de conseguir votos. El parlamento gestiona un sistema basado en el autoritarismo y no va a permitir el desarrollo de
alternativas que pongan en riesgo su continuidad, antes te asimila, tal y como ha ocurrido en ocasiones.
De la misma
forma no consideramos acertado utilizar el enorme proceso de movilización social que estamos viviendo con fines partidistas.
El 15 M, las indignadas y los indignados somos todas y todos para algunas cosas y para otras no debemos ser nadie. Somos
todas y todos, por ejemplo, para salir a la calle a exigir justicia social, pero no somos nadie para decir que
representamos a ese movimiento o que somos portavoces de sus gritos y menos aún si va acompañado de siglas.
La
constante insistencia del voto útil nos lleva a aquello de estás conmigo o contra mí. Para ser de izquierdas hay que votar,
de lo contrario pasas a ser de derechas automáticamente. No se analizan los motivos de la elevada abstención, se da por
hecho que, en ocasiones, la mayoría de la población está equivocada. O votamos o nos caemos al abismo, cerrando así
cualquier otra posibilidad y creyéndose estar en posesión de la verdad absoluta.
Esto no quiere decir que
renunciemos a la política, pero la enmarcamos dentro de la lucha social y sindical contra los privilegios y las diferentes
formas de dominación. No queremos participar en un sistema representativo electoralista de profesionales de la política en
el que somos meros espectadores y espectadoras. Apostamos por el asamblearismo en la toma de decisiones, por la autogestión
tanto en lo económico como en lo social, en el apoyo mutuo y la libertad individual y colectiva, el libre federalismo entre
los pueblos en pro de la igualdad social.
Si nadie trabaja por nosotras y nosotros nadie debe decidir nuestras
condiciones de vida. Sabemos que ninguna de las personas que han firmado la reforma de las pensiones soportará las
consecuencias de dicha reforma. Las leyes o normas sólo deben ser válidas si son aceptadas por las personas a las que les
va a afectar.
El reto que tenemos por delante, no es escoger una papeleta el próximo día 20, sino el de crear
una estructura social que nos permita liberarnos del sistema capitalista y éste es un trabajo que no puede afrontar ninguna
clase de gobierno. Para esa tarea, la unión es nuestra única defensa y también nuestro único método de ataque. Nuestras
aspiraciones no caben en sus urnas.
CNT-AIT y CGT Región de Murcia