En este cuaderno número 38 de Balance se reproduce la correspondencia mantenida de 1970 hasta 1979 entre Juan García Oliver, uno de los más destacados militantes anarcosindicalistas de los años veinte y treinta, y Diego Camacho Escámez, militante anarcosindicalista desde los años cuarenta hasta su muerte, autodidacta y sobresaliente historiador, autor bajo el seudónimo de “Abel Paz”, de una biografía sobre Durruti, traducida a 17 idiomas y plagiadísima por una legión de oportunistas plumíferos, que la industria cultural fomenta y paga, porque pulidas las aristas y aguado el contenido, todo puede y debe recuperarse, venderse y consumirse.
La correspondencia abarca el período en el que Diego Camacho está ultimando la redacción de su primer libro sobre Durruti, y en el que García Oliver está redactando sus memorias. La relación entre ambos es muy difícil, y adquiere por parte de García Oliver unos tintes de despotismo y rechazo iniciales, que sólo la paciencia, la condescendencia y sobre todo la excelencia e inteligencia de las reflexiones de Diego Camacho consiguen sostener y prolongar.
En 1978 Juan García Oliver publicó en Ruedo Ibérico su libro de memorias, titulado El eco de los pasos. La redacción del libro fue una auténtica batalla campal, frase a frase, palabra a palabra, corrección a corrección, de García Oliver contra Martínez, su editor. En el archivo del Ateneu Enciclopèdic Popular (AEP) se guarda el manuscrito original; en el que se puede consultar unas páginas que rebosan correcciones de todo tipo: gramaticales, sintácticas, de estilo, etcétera. La edición del libro fue, pues, una guerra entre editor y autor, prolongada, agotadora y minuciosa.
Se trata de un libro de memorias redactado sin consultar fuente alguna de archivo, fiado a una memoria portentosa, pero no infalible, y por tanto fuente de errores que aquí no vamos a detallar ni analizar. El lector, en este mismo número de Balance, podrá leer la reseña que le hizo Abel Paz, en 1979.
Ha de advertirse al lector que se respetan siempre las mayúsculas y los subrayados de los textos originales de García Oliver y de Diego Camacho (“Abel Paz”), pero que las negritas son siempre responsabilidad de la revista Balance, cuando se ha querido resaltar al lector las afirmaciones realizadas por uno y otro.
Del mismo modo, salvo indicación en contra, las notas a pie de página son autoría de Balance, y pueden ser de tres tipos:
1.- Para indicar la fuente.
2.- Para ampliar la información o hacer comprensible el texto al lector.
3.- Para efectuar algún comentario.
Todas las cartas reproducidas se encuentran depositadas en el Centro Ascaso-Durruti de Montpellier, archivo y biblioteca a cuya fundación y sostenimiento Diego Camacho dedicó sus esfuerzos durante años. A ese centro cedió lo mejor y la mayor parte de su biblioteca y de su archivo personal, porque no halló en Barcelona ningún archivo ni biblioteca que se interesara seriamente por conseguir su cesión y custodia. Solía explicar la anécdota de cómo echó de su casa, a patadas. al director de un destacadísimo archivo barcelonés, porque le ofreció una cantidad ridícula por su archivo y biblioteca, al tiempo que Diego gritaba que él era y había sido pobre toda su vida, pero que miserable no lo había sido nunca, ni lo sería, y que su oferta era un insulto a la inteligencia y la honestidad. Ignoro si el excelentísimo director del archivo, azorado entre empujones y patadas en el culo, comprendió nunca la diferencia entre ser pobre y ser un miserable.
El interés de esta correspondencia entre García Oliver y Diego Camacho reside en la pasión, a veces obsesión, de ambos militantes anarcosindicalistas, de dos generaciones distintas, por una serie de hechos, problemas y temas fundamentales de la revolución y la guerra de julio de 1936, que se centran sobre todo en uno sólo: el Pleno de Locales y Comarcales de la CNT que aceptó el colaboracionismo de los anarcosindicalistas con el resto de fuerzas antifascistas y decidió la creación del Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA), organismo de colaboración de clases con el que se renunciaba a “ir a por el todo”, y también a la profunda revolución que se estaba produciendo en las calles de Barcelona.
Las reflexiones expresadas por uno y otro, en la correspondencia sostenida entre ambos, tienen la virtud de ser concisas, pero de una gran altura intelectual y de una enorme valía militante, como se intentará poner de manifiesto a lo largo de todo el texto y en las conclusiones.
Agustín Guillamón