- Dentro de la aspiración de una nueva sociedad, la reivindicación del propio cuerpo fue irrenunciable para algunas mujeres y hombres libertarios del primer tercio del siglo XX
Estado español, principios de siglo. En un medio sociopolítico hostil, que incluye los más de 400 obreros que cayeron entre 1917 y 1923 por el pistolerismo patronal, se desarrollan diversas propuestas de vida. Una de ellas, el naturismo, clama contra la artificialidad de las condiciones sociales de la revolución industrial. También lucha por una procreación consciente y limitada, el derecho de la mujer a la libre decisión sobre la maternidad y el rechazo a la migración por causa de razones económicas. Es en sí misma una corriente feminista, anticapitalista y protoecologista. Poco a poco, y a través de los ateneos, la nueva palabra permearía en la clase trabajadora.
Revistas como Salud y Fuerza o la apología anticonceptiva de “Huelga de vientres” de Luis Bulffi se propusieron la ardua tarea de la educación sexual obrera. El rechazo a la sociedad industrial conectaba con la autodeterminación del cuerpo, especialmente el femenino: las mujeres eran consideradas por el estado como proveedoras de fuerza de trabajo proletario y de combatientes con que nutrir las filas de los ejércitos nacionales, en una época militarista cuya lógica era frontalmente rechazada por el libertarismo. La maternidad consciente se ve como una parte inevitable de la nueva moral sexual que debía acabar con el sistema burgués.
Entonces comienzan a surgir publicaciones culturales y filosóficas como Generación Consciente, en la Sociedad Naturista Cultural de Alcoi, Alicante, en 1923. Pese a las dificultades que planteaba la dictadura de Primo de Rivera, la publicación enviaría anticonceptivos por correo a petición, o bien haría populares las tesis sanitaristas y feministas defendidas por el doctor Isaac Puente bajo el pseudónimo “Un médico rural”. Esta revista llegaría a tirar hasta 75.000 ejemplares y encontró su antecedente en Helios (creada en 1916), Naturismo (1920), El Naturista (1922), o la coetánea La Revista Blanca (1923), todas ellas con diferentes enfoques pero siempre abordando la temática naturista, o incluso de librecultura, según uno de los términos usados en la época.
Para Josep María Roselló, autor del libro La vuelta a la naturaleza (Virus, 2003), la librecultura o desnudismo es una de las corrientes del movimiento naturista (junto al vegetarianismo naturista, la trofología y el vegetarianismo social) que va a interactuar con el naturismo libertario. No obstante, en el seno del movimiento existen tendencias conservadoras que tratan de desligarlo de cualquier rasgo social, irrenunciable para el libertarismo anarquista. Entre las filas libertarias, el nudismo cala con mayor solidez entre las filas más jóvenes e imbuidas de la vertiente individualista del anarquismo, si bien es cierto que el nudismo no lleva siempre implícita una nueva manera, abierta y desligada de moralidad, de enfocar la sexualidad, sino que en ocasiones representa una opción más casta que desea alejarse de artificios presuntamente surgidos de la vestimenta urbana, un control sexual en oposición a aquello considerado como libertinaje.
En el desnudo físico se encuentra la puerta de acceso al desnudo moral, vehículo que neutraliza la hipocresía social que erigía una enorme barrera entre hombres y mujeres y apartaba a ambos del estado natural. La conexión teórica entre desnudismo y anarquismo aparece cuando el segundo llega a la siguiente conclusión: la ropa ha pasado de ser un útil climatológico para ser un elemento de control social de la moral burguesa y católica.
Dos mujeres, Antonia Maymón y Federica Montseny, serán las voces más conocidas del naturismo libertario. La primera defendía el orden natural sin jerarquías de la naturaleza y pensaba que anarquismo y naturismo no eran parte del mismo todo. Sin embargo, si bien Maymón defiende el papel de la mujer como madre en clara metáfora con la naturaleza, para Montseny no hay limitación en la combinación entre vida amorosa, profesional y maternidad.
La propia Montseny ya alerta sobre el peligro de que el naturismo base su razón de ser únicamente en lo terapéutico y no en lo social, y considera que este movimiento necesita del anarquismo para ser verdaderamente transformador. No faltaron las críticas desde el seno del movimiento libertario al naturismo, considerado en ocasiones un desvío de la meta que suponía la revolución social, cuando no meramente observado bajo el prisma de unos hombres libertarios sí, pero españoles y machistas al fin y al cabo, tal y como los veía la francesa Emilienne Morin, compañera de Buenaventura Durruti. Estos son años de continuo debate acompañado de prácticas reales, en el que ni la alimentación, el alcohol, el juego o la higiene permanecen al margen.
La II República no legalizó el aborto ni protegió una educación sexual laica, lejos de los dominios morales de la iglesia católica. Su política sanitaria será una de control, policíaca en términos administrativos, que instaba a elaborar censos sobre enfermedades o certificados pre-matrimoniales, y otorgaba todo el poder al mercantilismo medicinal en detrimento de la cultura sanitaria mediante lo que Isaac Puente denunciaba como fobia antimicrobiana. Las publicaciones libertarias que propugnaban la nueva sexualidad continuaban. Ahí estaban la revista Estudios, nacida como heredera de Generación Consciente en 1928 en Valencia, Iniciales, de tendencia anarco-individualista (quizá la máxima defensora del nudismo, surgida en el barrio barcelonés del Clot, 1929-1937) y Gimnos (1934-1937). Los acontecimientos se precipitan tras el triunfo del Frente Popular y en abril de 1936 nace la organización feminista y anarcosindicalista Mujeres Libres, que llegó a contar con 20.000 afiliadas, aunque llegó a cosechar la oposición incluso desde dentro de las propias filas libertarias: “mujeres liebres” era uno de los desprecios machistas más frecuentes de la época.
En mayo, la CNT acuerda que las comunas naturistas, llegado el triunfo de la revolución social, puedan administrarse de manera autónoma y asociarse libremente a aquellas agrícolas o industriales en caso de necesidad. Son los últimos pasos del anarquismo antes de la revolución de Barcelona como respuesta al intento de golpe de estado. Al poco, el grupo Parthenon, surgido en Gavà, editor de la revista naturista-terapéutica Pentalfa y que el año anterior había sufrido ya un ataque falangista, intenta crear un sanatorio para heridos naturistas en Mont-roig del Camp, Tarragona, al igual que otro hospital de las mismas características trata de ponerse en marcha bajo el ministerio de Sanidad de Federica Montseny.
Para entonces quizá ya era tarde. El triunfo del golpe de estado sumió a estas corrientes, especialmente las más ligadas al movimiento libertario, en la más absoluta oscuridad. Cuatro décadas de vuelta a las tinieblas de la moral católica y el orden económico burgués que para el naturismo comenzarían por ilegalizar la Sociedad Naturista Cultural de Alcoi (que sólo fue vuelta a tolerar oficialmente en 1972). Casi una anécdota entre las miles de personas perseguidas, exiliadas, reprimidas, encarceladas, represaliadas y asesinadas por el franquismo.
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