En la mañana del 18 de septiembre de 1911, hace ahora cien años, Cullera era
una población fantasmal. La mayor parte de sus vecinos habían secundado la huelga general promovida por sociedades obreras
valencianas que se unieron a la convocatoria de la Confederación Nacional de Trabajadores en solidaridad con los obreros de
Bilbao y contra la guerra de Marruecos.
Destacadas personalidades como Pérez Galdós, Ramón y Cajal, Benlliure, Sorolla, Muñoz Degrain o
Morote pidieron el indulto de los acusados.
Huelga que contaba con el apoyo de los diversos partidos
republicanos. Los motivos eran suficientemente conocidos: carestía, hambruna, explotación laboral, inexistencia de garantías
sociales y políticas, desigualdad e injusticia social. Sin embargo, en estos años, a estas cuestiones, se unía el malestar
por la subida de precios de los alimentos básicos, especialmente el notorio incremento del pan, agravado por el «odiado»
sistema de consumos que afectaba a diario los precios de los alimentos básicos.
Además, desde hacía dos años,
otra cuestión aunaba también el malestar de las clases trabajadoras y de las capas medias: la guerra de África. Pese a que
el gobierno conservador, de Maura primero, y liberal, de Canalejas después, habían «tranquilizado» a la población diciendo
que no llamarían a filas a reservistas, ambos incumplieron sus promesas y movilizaron a contingentes licenciados desde
1902.
A las razones estructurales se les unieron las coyunturales. El cóctel fue explosivo. Ya en el verano de
1909, en plena celebración de la Exposición Regional en Valencia, las autoridades valencianas repartían octavillas con la
letra del Himno que el maestro Serrano había compuesto para la ocasión —después se convertirá en el Himno Regional— para
que la población lo cantara tras los conciertos de las noches de julio. Y los valencianos empezaron a cantar… pero solo una
estrofa que para ellos significaba «otra cosa»:
«Ja en el taller
i en el camp remoregen
càntics
d´amor
himnes de pau».
Los cánticos de la estrofa fueron repetidos varias noches seguidas, por lo que al
final acabó con la intervención de las fuerzas de seguridad dispersando a los «cantores» y prohibiendo el cántico las
siguientes noches, estableciendo el estado de sitio una vez más y sacando las autoridades militares el ejército a la calle.
La palabra Paz resonó una y otra vez hasta que se convirtió más que en una glosa del regionalismo valenciano en una
reivindicación de la clase trabajadora valenciana que veía cómo sus hijos, maridos, padres y hermanos morían en una guerra
cruel e injusta de la que los ricos se podían librar pagando la redención cifrada en 1.500 reales. Ése era el inalcanzable
precio para la mayor parte de los valencianos de la redención, de la exención de ir a la guerra… de morir por la ¿Patria?
Ése era también el diferente concepto que los valencianos tenían de la marca que por estos meses acuñó el regionalismo
valenciano: «Levante feliz».
Ese verano de 1909 terminaría con la Semana Trágica de Barcelona y una cruenta
represión que culminó con un maestro de la pedagogía de prestigio internacional como Ferrer i Guardia en el patíbulo,
acusado de instigar las revueltas a través de su red de Escuela Moderna.
Dos años después, la situación lejos de
mejorar, se agravó. Los pueblos de la Ribera, la Costera, la Safor y la Marina sufrieron especialmente estos problemas al
acentuarse, de forma específica, la crisis del arroz.
La mayor parte de estas poblaciones secundaron la huelga
general. Estaban literalmente hartos. Hoy diríamos también «indignados». Aconteció que en Cullera ocurrieron los «hechos»
más dramáticos y luctuosos. Pero bien pudieron acontecer en Carcaixent, Alzira, Dénia, Xàtiva, Silla, Gandia o Alberic, por
citar solo algunas poblaciones en donde la huelga se transformó en revuelta.
En Cullera ocurrió que Jacobo López
Rueda, juez de primera instancia del distrito judicial de Sueca, al enterarse de que el comité de huelga había cortado los
accesos a la ciudad e impedía la salida de reservistas, al igual que en otras poblaciones, enroló en un coche a su propio
hijo, a sus ayudantes y a los hijos de uno de ellos y se fue a la población cullerense. En la entrada de Cullera se
encontraron con un piquete huelguista y tras un enfrentamiento detuvo a dos de ellos y los subió al carruaje. Uno de ellos
era un vecino muy conocido en la población: el Xato de Cuqueta, que posteriormente tendrá una destacada participación en los
acontecimientos.
La comitiva judicial se adentró con los detenidos en el pueblo. De inmediato, autoridad
judicial y detenidos fueron reconocidos por los piquetes y la población, que estaba en la calle apoyando el movimiento
contra la guerra. Numerosas personas rodearon el carruaje con el objeto de liberar a los detenidos. Y de la liberación se
pasó a la ira. El secretario y el alguacil resultaron muertos en la refriega. Los demás pudieron refugiarse en el
ayuntamiento. La Guardia Civil, movilizada por el gobernador militar para «sitiar» la ciudad de Valencia en previsión de
manifestaciones, no pudo intervenir. No estaba. Pasó lo mismo en las demás poblaciones.
Encerrados en el
consistorio el juez y parte de la comitiva, la corporación municipal intentó apaciguar los enfurecidos ánimos de los
huelguistas. En esta situación el juez sacó una pistola y disparó varias veces contra la población desde el balcón del
ayuntamiento. Lejos de dispersarlos, como parecía que era su intención, embraveció aún más los ánimos populares, los cuales
acabaron asaltando el ayuntamiento, dando muerte al juez y a su habilitado.
Cullera solo fue una excepción por
las luctuosas muertes. Las poblaciones valencianas estaban en pie de guerra. En Carcaixent los manifestantes levantaron las
vías del tren, hicieron descender a los reservistas, los alojaron en sus casas, cortaron el telégrafo, levantaron piquetes
en la entrada de la población y acabaron quemando la administración de consumos, asaltando el ayuntamiento y quemando su
archivo, las dependencias del juzgado municipal y de la Junta de la Acequia.
En Alzira también bloquearon la
salida de los reservistas y acabó el motín destrozando la casa del cacique conservador José Bolea y quemando el casino del
partido conservador. Acontecimientos similares, como hemos dicho, se sucedieron en una multitud de poblaciones valencianas.
Fue la Semana Trágica valenciana. Mientras tanto, la ciudad de Valencia estaba tomada por el Ejército y la Guardia Civil.
¿Levante feliz?
Con la llegada de la Guardia Civil y del Ejército a estas poblaciones, se restableció la calma.
También empezaron las detenciones. Y estas fueron masivas. Se detuvo tanto a los supuestos implicados en las revueltas como
a los líderes de las sociedades obreras, partidos republicanos y especialmente cenetistas. A todos se les aplicó la Ley de
Jurisdicciones, es decir, pasaban a ser juzgados por el fuero militar. Muchos de los detenidos estuvieron meses en la
cárcel Modelo de Valencia sin cargos. Los casinos republicanos, las agrupaciones socialistas, las escuelas racionalistas
fueron clausurados. Los periódicos opositores a liberales y conservadores tampoco se libraron de la dura represión. El
Pueblo y El Mercantil Valenciano sufrieron censuras, multas económicas, registros e, incluso, amenazas de clausura y
detención de sus redactores.
Los sumarios contra los detenidos por los «Sucesos» del mes de septiembre se
abrieron un mes después. A los detenidos en Cullera, Alzira, Carcaixent y Xàtiva se les aplicó un consejo de guerra. Por
supuesto el juicio que más expectación y trascendencia tuvo fue el de los veintidós procesados de Cullera. El juicio se
desarrolló en Sueca en diciembre, con esta población y la de Cullera tomadas por la Guardia Civil. La sentencia militar
impuso siete condenas a muerte, una a cadena perpetua y las restantes condenas que iban de los doce a veinte años de
prisión.
Republicanos y socialistas se movilizaron en contra de las condenas a muerte. El Pueblo y El Mercantil
Valenciano abanderaron la causa. Las peticiones de indulto se multiplicaron. Destacados miembros de la cultura se sumaron a
las peticiones de indulto: Galdós, Ramón y Cajal, etc. Las peticiones también llegaron de personalidades e instituciones
europeas. Los «Sucesos» de Cullera empezaron a ser conocidos a partir de su juicio. La petición de indulto llegó al
presidente de Gobierno, el liberal José Canalejas. El Consejo de Ministros indultó a seis de ellos, manteniendo la pena al
Xato de Cuqueta. La sombra de Ferrer i Guardia planeó otra vez sobre la opinión pública española. Los republicanos hicieron
de este tema una verdadera cuestión. Una comisión de personalidades valencianas pidió audiencia a Alfonso XIII para pedirle
el indulto del último procesado. Entre ellos Benlliure, Sorolla, Muñoz Degrain y Morote. El 13 de enero el rey le conmutó
la pena de muerte al Xato de Cuqueta por cadena perpetua.
Los «Sucesos» de Cullera quedaron durante mucho
tiempo en el recuerdo de muchos cullerenses, de muchos valencianos. Cullera se convirtió en bandera reivindicativa contra la
injusticia social, la desigualdad económica y la falta de libertades políticas. Justo es recordar cien años después a
aquellos y aquellas que las padecieron y lucharon contra ellas.
MANUEL CHUST/Levante
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