De la autodeterminación al municipio libre

imagesLa autodeterminación no puede concebirse sin la condición de libre pensamiento del individuo.

La palabra determinación, al preceder del prefijo «auto», concede un significado indiscutible de individualidad a dicho concepto.

No podría entenderse la autodeterminación de un Colectivo sin que cada uno de los individuos que lo componen gozara de la misma condición.

La autodeterminación así concebida garantiza la tolerancia.

Éstos son los fundamentos básicos que prioritariamente deben constituir los aspectos necesarios a un proyecto estructural del carácter libertario, en el que si hubiera que conferir una «centralidad» no sería otra que la autodeterminación del individuo.

El respecto a la individualidad es tanto más necesario, cuanto que, para su supervivencia, le es esencial la relación con el Grupo, de forma que el equilibrio entre ambas figuras no representa la anulación de aquéllos, pues ello significaría la anulación del Grupo.

El conflicto entre ambas figuras está obligatoria y felizmente servido, pues ambas son absolutamente necesarias. Su relación convivencial produce la necesidad de la autodeterminación. Es decir, el conflicto existe, ciertamente la autodeterminación no lo anula, simplemente lo regula, conduciéndolo hacia un resultado creador de la convivencia donde las dos figuras quedan respetadas.

Aunque estos aspectos son de simple alcance elemental, creemos necesario recordarlos dada la escandalosa inflación del concepto. En efecto, el alcance territorial de la autodeterminación, ligado a cualquier discurso político nacionalista, lo vacía de todo su contenido, en el sentido de que tal discurso político niega al individuo el pleno derecho de decisión. A pesar de ser tan obvio, el nacionalismo político utiliza el concepto. Un concepto sobre la autodeterminación, como el que venimos reseñando en el presente trabajo, no está recogido en ningún texto institucional o constitucional, de ningún Estado del mundo. Es lógico, ya que sería una antagónica confrontación con la esencia misma de la institución estatal. Hemos querido señalar esta observación, aunque es ciertamente obvia, porque no puede entenderse la pretensión de algunos de defender los principios libertarios más prioritarios y al tiempo querer promover una actuación de participación institucional.

Generado, en la práctica, un comportamiento individual de libre decisión, en el seno del Grupo, de lo que se trata es saber en qué espacio estructural transbordar dicho comportamiento. De todas las estructuras sociales y políticas, conocidas hasta hoy, no encontramos una más idónea que el espacio comunal, donde la persona se halla más cercana y directa de la realidad del grupo social que la rodea. Por ello mismo puede actuar sobre esa realidad con mayor conocimiento y facilidad. Un espacio social, el Municipio, que Felipe Alaiz, en su obra «Hacia una Federación de Autonomías Ibéricas», explica su desarrollo desde Roma, a través de más de dos mil años de historia, pasando por los Concejos, Comunas, o Asambleas abiertas de 1936-1939.

Un proceso histórico bimilenario, donde la experiencia comunal conoce altos y bajos, siempre sometida a las turbulencias bélicas, y a las luces y sombras teóricas y prácticas, centralistas, jacobistas y marxistas, hasta que en el seno de la Primera Internacional surge una formulación sólida y coherente donde el Federalismo, apoyado en los profundos análisis de Proudhom y Bakunin, donde aparece, en la Organización administrativa el «Consejo Local de Secciones», como prólogo – nos dice Alaiz – del Municipio futuro.

Una lectura serena y objetiva de la obra de Felipe Alaiz, nos sugiere que acaso no fuera una «confusión» de Fanelli el proponer a Mengo y a Pellicer (representantes de la Primera Internacional de la Federación de Trabajadores de la Región Española) su adhesión a la Alianza, sino que fue el discurso de contenido federalista el que decantó a los españoles a las posiciones de Bakunin en el seno de la Primera Internacional.

En efecto – siempre requiriendo a Felipe Alaiz – la autonomía local promovida por los sectores populares existe en España desde los tiempos remotos de la Roma de los centuriones, convertidos en Tributos, pasando por el Consejo Común, el Fuero de León, y el de Sepúlveda, el Consejo Local, el Colectivismo Agrario, o las «Asociaciones Comunales Laboriosas», los Germanías de Valencia o los Comuneros de Castilla, con sus libertades populares municipales. Este conjunto histórico de experiencias sociales y populares fue lo que decantó hacia las posiciones bakunistas a la sección Regional Española en la Primera Internacional. Así es, la magnitud de este macro proceso, dilatado en los siglos, no encontraba mejor acomodo que en la formulación del Federalismo elaborado por Bakunin.

El proceso histórico adquiere mayor relieve, cuando se sabe que la experiencia de la autonomía local, fue constantemente perseguida durante siglos.

Veamos lo que nos dice Felipe Alaiz al respecto en el capítulo «El Municipio Español desde la Época de Roma»: «En tiempos de Roma, la tierra que se apropiaba el conquistador quedaba gravada con canon, dando lugar al llamado señorío imperial, copiado posteriormente por el Estado hiperburocrático.

Hacia 1877 el Estado cifraba sus ilusiones en imponer a los españoles sin recursos el mismo régimen que imponía a blancos y negros en Cuba… El paralelismo es impresionante. Lo que era trata de negros en Cuba, era en España trata de blancos aldeanos, comprados y vendidos por hacendados, diputados y oficinistas. Con la ley del 77, el Municipio español, subalterno vendido del Estado, convirtió los pueblos en cárceles, prestándose los Municipios a ser una patrulla de asalto contra los campesinos.

»En el Estatuto Municipal de Primo de Rivera, decretado en marzo de 1924, cuyo autor fue Calvo Sotelo, toda su novedad consistía en dividir el sufragio para la elección de concejales en universal y condicionado. Este último había de ejercerse por las corporaciones locales. Así como a un preso no se le deja en libertad dentro de su celda, dejaba Primo de Rivera a los Municipios después de exprimirles la bolsa y la vida. El Municipio era un cero a la izquierda en su propio término, en su propia casa, en sus propios asuntos. El Municipio arrastró su parálisis hasta el mismo 19 de Julio de 1936. Dividida España en dos sectores, la zona fascistas siguió con sus Municipios intervenidos.»

Resulta curioso observar el interés mantenido durante dos mil años por el Poder sobre el Municipio, reprimiéndolo y rejuzgándolo. Ello es la prueba del peligro que representa la autonomía local para el Poder, al tiempo que confirma el interés del Pueblo en su lucha por la autonomía del Municipio, (que siempre la utilizó como arma subversiva contra el Poder en cuantos sobresaltos revolucionarios se han producido), hasta el punto que habría que preguntarse si la finalidad perseguida por el Pueblo de alcanzar el Municipio Libre no ha constituido el motor revolucionario que ha conocido este país.

En todo caso, la Historia nos ha demostrado dos cosas: 1) la lucha comunal ha constituido, en este país, el movimiento popular más prolongado a través de los siglos, y 2) en todas las subversiones revolucionarias más importantes, el primer acto popular ha sido la ocupación del Consistorio Municipal.

Ante esta lectura de la Historia sorprende que el Movimiento Libertario no haya promovido la creación de una corriente popular estructurada en un «Municipio paralelo» (por supuesto, totalmente al margen del oficial) antes del «sobresalto revolucionario».

Esta carencia no la ha cometido con la Organización Obrera, ni con la Federación específica, ni con la Escuela, ni con los Ateneos, ni con los Campos Sociales como el de la Juventud o el de las Mujeres, sin esperar el «sobresalto», con lo que nos encontramos con una incalificable discriminación del Municipio Libre, al que sólo se ha recurrido (salvo en contadas excepciones) en situaciones revolucionarias.

El peso histórico de la lucha regular por la autonomía comunal, tal como queda configurada en la obra de Felipe Alaiz «Hacia una Federación de Autonomías Ibéricas», debería haber sugerir al Movimiento Libertario la creación de una estructura, federativamente vertebrada, a través de las miles de localidades existentes, basada en el «Municipio Libre», paralelo al oficial, sin esperar al «sobresalto».

Cuando Felipe Alaiz nos está hablando de las cuencas de los ríos, de las cordilleras, de las costas, de los espacios urbanos y rurales, de las lenguas y de los usos y costumbres, nos está sugiriendo el marco social básico que pueda asumir y coordinar las lógicas diferencias: El Municipio Libre, sin necesidad de recurrir a ningún estamento político partitocrático o del Estado.

El propio Murray Bookchin (conducido no por la historiografía, como el caso de Alaiz, sino por prefundar análisis sobre la Ecología Social), coincide con Alaiz en confirmar la estructura del «Municipio Libre», como la más idónea para la transformación social.

Lo extraordinario de la coincidencia de estos dos grandes pensadores libertarios, no es que ambos opten por el Municipio Libertario como estructura idónea, sino que hayan llegado a idéntica conclusión a través de dos métodos analíticos distintos. Este fenómeno no hace sino que consolidar la figura estructural del Municipio Libre.

El hecho de que Murray Bookchin se deslice hacia una participación institucional en el seno del propio Municipio oficial —que obviamente rechazamos— para desarrollar una actividad libertaria, es una lamentable contradicción que, sin embargo, no debe impedirnos recoger lo mucho y positivo que ofrecen sus análisis.

En efecto, si la fuerza del discurso de Felipe Alaiz es la conexión entre la lucha regular a través de los siglos y la autonomía comunal, la fuerza del discurso de Murray Bookchin se sitúa en la conexión entre la estructura básica comunal y la Ecología Social. Así es, que una acción idónea y eficaz sobre ésta, no encuentra mejor acomodo que la estructura de un Municipio Libre.

En este estadio de la reflexión que estamos desarrollando en el presente trabajo, queremos abordar el tema de la alternativa a la situación del impase, cuya magnitud negativa no tiene precedentes. En la primera década del siglo pasado el impase del movimiento anarquista pudo ser superado con la creación de una nueva estructura: la fundación de la CNT. En el momento actual las estructuras del anarcosindicalismo deben mantenerse, pues pueden constituir un valioso apoyo para cualquier nueva alternativa y porque, además, la crisis generalizada del sindicalismo, que arrastra a todas las tendencias, incluida la anarcosindicalista, no tiene que ser, forzosamente, definitiva. La situación puede cambiar y su influencia puede ser recuperada, pero las estructuras de la CNT no pueden hoy servir de catalizador a una alternativa capaz de sacarnos del impase.

Se plantea que, de nuevo, acaso sea una estructura distinta la alternativa, pero de un espacio existente: el municipal; una «estructura paralela», no institucional ni institucionalizable con los estamentos oficiales: un «Municipio Paralelo» que podía ser reflejado por un «Foro Paralelo» donde desarrollar la Gran Discusión, teniendo como elemento básico el análisis de la lucha regular por la autonomía local, y la Ecología Social; Gran Discusión abierta a toda la diversidad existente de carácter libertario y antiautoritario.

Un análisis de esa lucha regular, cuyo elemento transversal fue la autonomía comunal, desencadenante de un fenómeno contemporáneo cualitativo, configurado en la libertad, propulsado por el anarquismo y que nos debe permitir abordar con eficacia las nuevas problemáticas sociales.

Un análisis sobre la Ecología Social, ofrecido por Murray Bookchin, sometiéndolo a discusión frente a las nuevas tecnologías, hoy más dudosas que nunca, especialmente por su incursión universal en las comunicaciones.

Entre otros, este podría ser el marco básico de la Gran Discusión en el «Foro Paralelo», orientándola a la eventual elaboración de una «Carta Municipal», paralela a la oficial, donde podrían quedar sugeridas las problemáticas de funcionamiento y orientación, de un futuro Municipio Libre.

Luis Andrés Edo

Fuente

http://luisandresedo.net/es/texts/view/8