En la comarca valenciana de La Marina es conocida la experiencia de la emigración a Estados Unidos y Canadá en los primeros años del siglo XX, pero el proceso ha trascendido escasamente fuera de este territorio. Para contribuir a paliar el vacío historiográfico, en junio de 2015 se estrenó el documental de 56 minutos “Adéu Amèrica”, dirigido por el periodista Juli Esteve y producido por InfoTV, que se presentó el 6 de octubre en la Universitat de València. El audiovisual forma parte de un ciclo de cuatro documentales titulado “Del Montgó a Manhattan. Valencians a Nova York”, del que se han realizado los dos primeros: “Cap a la terra promesa”, de 103 minutos, que inicia la serie; y “Adéu Amèrica”.
Entre 1906 y 1920, cerca de 15.000 valencianos, sobre todo de las comarcas valencianas de La Marina y La Safor, pero también de municipios más alejados, llegaron al puerto de Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos. De las entrevistas con los descendientes de los migrantes surgieron las cuatro películas. En el primer documental de la serie –“Cap a la terra promesa”- se explica el reparto injusto de la propiedad de la tierra en La Marina, controlada por “señores casi feudales que abusaban de los jornaleros”, explica Juli Esteve. Algunos trabajadores de la tierra decidieron huir de la miseria. “Durante una semana en Estados Unidos podían ganar lo mismo que a lo largo de un año en el pueblo”. La película detalla las condiciones en las que se realizó la travesía y los trabajos desempeñados en el país de destino, pero también de qué modo se divertían los emigrantes.
En “Adéu América” se entrevista a 150 personas (700 en la serie completa), que fueron en muchos casos víctimas de una “terrible mala suerte”, asegura Esteve. En 1920 llegaron cerca de 7.000 personas a Estados Unidos, procedentes sobre todo de la comarca de La Marina (el año en el que arribó un mayor número de migrantes). Pero justamente en 1920-1921 tiene lugar una crisis aguda que coincide con el final de la primera guerra mundial. Muchos de los emigrantes valencianos pierden su empleo en Estados Unidos y se ven obligados a retornar a los pueblos de origen. En algunos casos, con el bolsillo vacío y adeudando, incluso, el billete de vuelta. Fueron una minoría de los 15.000 emigrantes quienes se quedaron en Norteamérica. Otro contingente regresó después de la crisis de 1929.
Quienes vuelven a los pueblos del País Valenciano compran casas, tierras y en muchos casos dejan de trabajar para el amo. Se puede constatar, de hecho, un cambio en la estructura de la propiedad agraria. Según Juli Esteve, “la mítica reforma agraria de la II República se realizó una década antes en la comarca de La Marina con los dólares de los migrantes retornados”. La fragmentación de las parcelas fue una consecuencia de estos movimientos de población.
El audiovisual incluye no sólo testimonios de familiares de las personas que emigraron, sino también imágenes de la época, por ejemplo, las fotografías –más bien iconografía triunfante- de los recién llegados a Estados Unidos. Se les puede ver –intentando recrear lo que se entendía como el “sueño americano”- con un puro en la boca posando con traje y sombrero. Se trata de retratos individuales y colectivos, en los que asimismo figuran mujeres según la moda de los años 20. En muchos casos ellas viajaron después que los varones. Además remiten a los pueblos (Pego, Pedreguer, Oliva, Xàvia, Dènia…) cartas y postales con la Estatua de la Libertad, los puentes de Manhattan, “rodeos” o los oficios que ejercen en el extranjero.
El año 1920 es el de la crisis posterior a la primera guerra mundial (“el reajuste resultó mucho más difícil de lo esperado, los precios y la prosperidad se derrumbaron en 1920”, apunta Eric Hobsbawm en “Historia del Siglo XX”). Pero también entra en vigor en Estados Unidos el 17 de enero de 1920 la “Ley Seca”, que se mantendrá en vigor hasta 1933, lo que da lugar a fraudes, trapicheos y oportunidades de negocio. Los emigrantes valencianos son hijos de ese contexto. El declive de la economía estadounidense tiene “efectos devastadores”, informa el documental, y en consecuencia “sobran los emigrantes”. Quienes no regresan a los pueblos valencianos (por falta de recursos), han de escarbar en los contenedores para alimentarse, comen pieles de plátano, piden tabaco o duermen bajo mantas a la sombra de los puentes. Una de las pocas alternativas eran los comedores populares. Vendían hielo por las calles o recogían el carbón de las vías del ferrocarril para ganarse unos centavos.
Además, las leyes migratorias de los años 20 en Estados Unidos establecieron cuotas que afectarían a los pueblos del Sur y favorecerán, entre otros, a británicos y alemanes. Y no sólo porque fueron quienes primero se desplazaron a América: Se trataba de preservar lo que se consideraba identidad racial norteamericana. Tampoco faltaban los políticos estadounidenses que pensaban que con los italianos y españoles pudieran llegar ideas de signo “radical” y anarquista. “A partir de los años 20 ya no podía entrarse de manera legal en los Estados Unidos”, resume Juli Esteve, “había que hacerlo de manera ilegal o como polizones”.
La ida y vuelta en un año sin apenas poder trabajar generó cierta sensación de fracaso, pues se había cruzado el “charco” buscando un futuro mejor. La segunda tanda de retornos, tras la primera de 1920, sucedió en 1929, con motivo de la “Gran Depresión”. Se dio el caso de valencianos migrantes que perdieron los ahorros, y además el trabajo sólo daba de sí para unos pocos días. Sin embargo, hubo quienes al cabo de los años retornaron a los pueblos de La Marina, voluntariamente y con dinero. Antes, durante tres décadas, se estuvo remitiendo dólares desde Estados Unidos a los municipios de La Marina, La Safor y otras comarcas. Se hacía por correo, a través de los bancos, pero había dinero que se perdía por el camino y no llegaba a las familias. Establecidos de nuevo en el pueblo, al adquirir casas, bancales o tierras de marjal los recién llegados ya no iban a depender de los “señoritos”. Con el paso de los años, parte de estos terrenos se convirtieron en suelo urbanizado.
A la vuelta, el capital ahorrado también se podía invertir en negocios, como ultramarinos, coches que hicieran la ruta entre Pego y Valencia, talleres para construir carros, montar un quiosco o poner un bar. Cuando los pequeños talleres familiares ya estaban implantados, podían mejorarse o mecanizarse. “No se hicieron ricos”, advierte el audiovisual. Tampoco podría afirmarse que la experiencia americana les cambiara radicalmente la vida de labrador, lo que sí les permitió fue vivir con menos apuros.
El documental dirigido y con guión de Juli Esteve, y en el que Esther Albert y Antoni Arnau son responsables de la imagen, edición y postproducción, presenta una realidad variopinta, compleja, de casuística muy diversa. Pero lo hace sin academicismos, con una sucesión de voces populares y espontáneas. Son testimonios que llenan de emoción los recuerdos familiares. Algunos emigrantes volvieron cansados, otros por motivo de la edad avanzada; en otros casos tenían claro, desde un principio, que llegaría el momento de regresar…
El documental ofrece testimonios sobre mujeres que ven, con desagrado, la realidad que les espera a la vuelta en municipios como Orba, Murla, Teulada o Pedreguer: ser de nuevo amas de casa. Pero también hubo mujeres que no quisieron migrar a Norteamérica, y prefirieron quedarse en el hogar de toda la vida. Algunas de las que retornaron contaban que en Estados Unidos se fumaba, se conducía un coche, no se tenía por qué ir a la iglesia y el machismo estaba más atenuado. Hasta las parejas podían vivir juntas sin casarse…
Las biografías de la emigración podían romperse por motivos como el servicio militar obligatorio, aunque el documental muestra ejemplos de personas que se negaron a volver y se les consideró “desertoras”. En todos los casos se vivió el contraste enorme entre las realidades española y estadounidense en las primeras décadas del siglo XX. Acostumbrados al “estilo de vida americano”, el choque se producía cuando al llegar al pueblo se les recibía con un carro, y tenían que vivir en una casa sin luz eléctrica ni agua corriente. Además, puede que se rieran de ellos por vestir con unos bombachos o hablar en inglés, según cuentan en documental los familiares. Pero esto no significa que siempre hubiera problemas de adaptación.
A los dos primeros documentales de la serie “Del Montgó a Manhattan. Valencians a Nova York” (“Cap a la Terra Promesa” y “Adéu Amèrica”) se sumarán otras dos piezas, actualmente en fase de montaje: “La guerra de sempre” (sobre la influencia del conflicto de 1936 y la posguerra en los emigrantes que se hallaban en Estados Unidos y quienes habían regresado) y “Els valencians d’Amèrica”, sobre los emigrantes que permanecieron al otro lado del océano. Las dos primeras películas del ciclo se estrenaron el pasado mes de noviembre (“Cap a la terra promesa”) y junio (“Adéu Amèrica”). Desde entonces, cerca de 12.000 personas han asistido a las 80 proyecciones, realizadas en pueblos que fueron origen de las migraciones a Estados Unidos.