La editorial VIRUS ha editado el último libro de Tomás Ibáñez, Anarquismo es movimiento*, en el que -según indica la nota de la contraportada- el autor aborda la «pujante vitalidad» que el anarquismo muestra hoy «a lo largo y ancho del planeta» y nos invita a «descubrir las razones y las nuevas modalidades de este resurgimiento, que se manifiesta especialmente en el neoanarquismo y el postanarquismo«.
Anarquismo es movimiento es, efectivamente, un libro denso en ideas (aunque no un texto extenso: sólo 150 páginas) sobre «el impetuoso resurgir del anarquismo en el siglo XXI» y sobre «el proceso de reinventarse en el triple plano de sus prácticas, de su teoría y de su difusión social«, que abre «excelentes perspectivas para todas las prácticas de resistencia, de subversión y de insumisión que se enfrentan a las imposiciones del sistema social vigente«. Pero, sobretodo, como lo enfatiza su autor, un libro «políticamente comprometido a favor de las nuevas maneras de concebir y de practicar el anarquismo» : tanto para «contribuir a impulsar el nuevo anarquismo que se está desarrollando» como para «ayudar a reformularlo en el marco de la época actual«.
El libro de Tomás Ibáñez es algo más que una simple invitación a descubrir y analizar el por qué de este «resurgimiento del anarquismo» (yo diría más bien reactualización del concepto y práctica de la anarquía). De hecho, también es un pronunciamiento comprometido con estas nuevas formas «de concebir y de practicar» la anarquía. O sea que, además de ser un libro didáctico, es también un libro polémico, puesto que su autor se compromete al afirmar que este resurgimiento del anarquismo «abre, en efecto, la posibilidad de multiplicar y de intensificar las luchas contra los dispositivos de dominación, de poner más a menudo en jaque los ataques a la dignidad y a las condiciones de vida de las personas, de subvertir las relaciones sociales moldeadas por la lógica mercantilista, de arrancar espacios para vivir de otro modo, de transformar nuestras subjetividades, de disminuir las desigualdades sociales y de ampliar el espacio abierto al ejercicio de las prácticas de libertad.» Y lo es porque su autor, al afirmar las posibilidades (reales, no quiméricas) que este resurgimiento del anarquismo abre para potenciar las luchas emancipadoras, nos incita además a vivirlas no en un hipotético y lejano «mañana o pasado mañana» sino en el presente; porque «es, en el aquí y ahora, donde se lleva a cabo la única revolución que existe y que se vive realmente, en nuestras prácticas, en nuestras luchas y en nuestro modo de ser.»
El libro es pues polémico, y lo es ya desde el comienzo, inclusive desde el propio título… Considerar que el anarquismo «es movimiento» es ya abrir el debate… ¿Qué es lo que Tomás Ibáñez quiere significar definiéndolo así? ¿Será para diferenciarlo del de «los guardianes del templo«, de esos que «quieren preservar el anarquismo en la forma exacta en la que lo habían heredado, a riesgo de asfixiarlo y de impedir que evolucione«? Además, calificar este fenómeno reactualizador del anarquismo de resurgimiento es, como el mismo lo reconoce, considerar «que se encontraba más o menos ‘desaparecido’ desde hacía algún tiempo«. Y ¿es así? ¿Había ‘desparecido’ o sólo se trataba de un «eventual ‘eclipse‘»?
Para saberlo, para «comprobar si esto ha sido efectivamente así«, Tomás nos incita a echar un «brevísimo vistazo» sobre la historia del anarquismo, aunque tomando en cuenta, previamente, «dos escenarios teóricos donde la cuestión de un eventual eclipse del anarquismo ni siquiera se plantearía…» El primero de estos escenarios sería aquel en que, de la dicotomía «anarquía versus anarquismo«, la anarquía se tome como referencia más que el anarquismo, por pensar que ella es «una entidad ontológicamente distinguible«, una «de las múltiples modalidades posibles de la realidad«. Es decir: si le damos al término anarquía un sentido esencialista y metafísico en vez de su sentido etimológico : sin dirigente, sin soberano, sin gobierno. El otro escenario, que tampoco tiene sentido plantearlo, es aquel que se presentaría al separar «el anarquismo en tanto que movimiento, por un lado, y el anarquismo como contenido teórico, por el otro»; pues no sólo «los elementos conceptuales o axiológicos que lo caracterizan» no son separables «de un pensamiento social que se fragua en el seno de las condiciones políticas, económicas, culturales y sociales muy determinadas, y a partir de luchas sociales muy precisas«, sino también porque, para aceptar tal separación, se debería aceptar previamente la existencia de dos mundos diferentes, como lo pretendían Platón y los dualistas (de entonces y de ahora).
Así pues, si «anarquía y anarquismo son dos elementos del todo inseparables«, en tanto que expresión de un deseo y una apuesta por la libertad contra la autoridad, y además es necesario fundir en «un todo inseparable el anarquismo como corpus teórico y el anarquismo como movimiento social«, cómo no reconocer que, hasta aquí y pese a posibles divergencias por la pertinencia semántica de esta o aquella palabra, expresión o concepto, es difícil no coincidir con Tomás en esta primera parte de su libro si no se es un anarquista esencialista o un anarquista plataformista de la última hornada.
En donde comienza a ser más polémica la coincidencia es a partir de sus «breves consideraciones históricas» sobre una historia, la del anarquismo, que él reconoce «ha llenado miles de páginas y que continuará llenando muchos miles más«. Y es lógico que a partir de aquí el libro se vuelva más polémico porque resumir en pocas líneas una historia tan rica y tan larga da lugar, necesariamente, a posibles desacuerdos, puesto que la historia, pese a la pretensión de objetividad de los historiadores, es un campo en el que el subjetivismo ha imperado siempre. No obstante, pese a esos desacuerdos posibles y a la polémicas que puedan suscitar, lo importante es que Tomás los asume y que no tiene miedo a decir lo que piensa. Sin duda porque prefiere suscitar el debate argumentado a la aprobación no argumentada.
Así, resumiendo la historia del anarquismo a partir de «la Revolución francesa de 1848, con los escritos de Joseph Déjacque, de Anselme Bellagarrique y, sobre todo, de Pierre-Joseph Proudhon» hasta culminar en la Revolución española de 1936, Tomás afirma que «el anarquismo fue a lo largo de esos años un pensamiento vivo (…) en contacto con el mundo en el cual se inserta (…) capaz de incidir sobre la realidad«. Y, sobre la que sigue hasta el final de la década de los años sesenta, Tomas nos dice que «el anarquismo se replegó, se contrajo y desapareció prácticamente de la escena política mundial y de las luchas sociales durante varias décadas«, y «en lugar de ser una película en movimiento» (…) el anarquismo se fue fosilizando desde los años 1940 hasta casi el final de los años 1960«. Afirmaciones que, sin duda, suscitarán controversia; pues, aunque algunos las aceptemos como consideraciones generales de esos periodos en lo concerniente al anarquismo «oficial» (el de las Organizaciones que se pretendían monopolizarlo), no me parecen corresponder al anarquismo de los que impugnaban tal fosilización y se esforzaban por ser consecuentes con un anarquismo vivo y en contacto con el mundo de su tiempo.
Así también suscitará polémica lo que afirma sobre «el resurgimiento libertario«. No sólo por situar tal resurgimiento en los finales de los años 1960 sino también por considerar que no habría podido «despuntar una nueva etapa de florecimiento anarquista» sin los «los grandes movimientos de oposición a la Guerra de Vietnam» en los «campus de los Estados Unidos, de Alemania, de Italia o de Francia», y sin «el desarrollo, en una parte de la juventud, de actitudes inconformistas, sentimientos de rebelión contra la autoridad y de reto hacia las convenciones sociales y, finalmente, con la fabulosa explosión de Mayo del 68 en Francia«.
Y ello no sólo por situar el origen de tal despunte en esos movimientos y más particularmente en el de Mayo del 68 sino también por no analizar el por qué esos movimientos pudieron producirlo, pese a ser evidente que, como el mismo lo reconoce, ninguno de esos movimientos fue o puede ser considerado propiamente «anarquista«: sea por el objetivo concreto que lo provoca o por el número de anarquistas que hayan podido participar en él. Y lo mismo puede decirse del auge del anarquismo que se ha manifestado últimamente en las luchas, en las calles y hasta en los ámbitos cultural y universitario.
De ahí que no sorprenda que Tomás termine este primer capítulo, dedicado al «impetuoso resurgir del anarquismo en el siglo XXI«, reconociendo que a él, como a muchos, «el resurgir del anarquismo no ha cesado de hacernos saltar, por así decirlo, de sorpresa en sorpresa«; pues es obvio que si al momento de producirse esas «sorpresas«, hubiese sido ya consciente – como lo es hoy – de que es «la importancia concedida al fenómeno del poder la que da cuenta de la vigorosa actualidad del anarquismo«, no se habría sorprendido entonces de que el anarquismo reaparezca y se reactualice en cada ocasión en que se plantea de manera concreta la lucha contra la dominación. No sólo por ser el anarquismo la expresión teórica y práctica más en consonancia con el rechazo de todas las formas en que la dominación se manifiesta sino también porque desde hace tiempo la historia lo ha «absuelto de la acusación de haber permanecido ciego a las causas principales de la injusticia y de la explotación, que algunos situaban exclusivamente en la esfera de lo económico«. Sin olvidar también que desde hace tiempo la historia ha puesto en evidencia el carácter ilusorio de las alternativas que prometían la libertad a través del sometimiento.
Ahora bien, no por ser Tomás consciente de ello y por ser el fundamento de su análisis, el tercer y cuarto capítulos de su libro, «Las razones del resurgimiento/renovación del anarquismo» y «El postanarquismo» respectivamente, dejarán de dar pie a la controversia, a la polémica. Al contrario, pues tanto el resurgimiento/renovación que el postanarquismo son problemáticas que, pese a estar motivadas por un indiscutible afán perfeccionador del anarquismo que les ha precedido, están necesariamente supeditadas al subjetivismo interpretativo de los lectores, tanto como lo están al de los protagonistas de tales iniciativas renovadoras…
Que finalmente esta renovación tome la forma que Tomás califica como de neoanarquismo, en un plano más práctico, y como postanarquismo, en un plano más teórico, y las dos provengan de «un nuevo análisis de las relaciones de poder y las características que adopta el ejercicio poder en la sociedad contemporánea«, no las confirma como las formas definitivas del anarquismo de hoy y aún menos las exime de crítica y polémica. Pues es evidente que una cosa es integrar a la reflexión a anarquista «la crítica posestructuralista-posmoderna, sobre todo en su variante foucaultiana» y otra es reducir el anarquismo a esta crítica. Sobre todo porque, como lo reconoce Tomás para el postanarquismo, éste y el anarquismo clásico «se diferencian, de hecho, bastante poco«, y también porque el propio Saul Newman «ha suavizado, por así decirlo, su crítica hacia el anarquismo clásico atenuando las recriminaciones contra sus contenidos modernos y haciéndole prestar mayor atención a las continuidades que a las oposiciones entre ambos anarquismos«. Lo que convierte el postanarquismo en un ejercicio de pura «creatividad intelectual anarquista«.
De ahí que, consciente de que tanto sus convicciones como sus hipótesis «pueden suscitar la conformidad de unos o bien provocar las reservas de otros«, Tomás nos proponga, en el quinto y último capítulo del libro, una «prospectiva libertaria» en base a cinco cuestiones, que él deja abiertas como posibles pistas de «los caminos por los cuales el anarquismo tendrá que adentrarse, con pasos más firmes que los que ya está dando hoy, para proseguir su expansión y profundizar en su renovación«.
Pistas que de seguro suscitarán conformidades y reservas, como las suscitadas en los cuatro capítulos que le han precedido y las que podrán suscitar las tres Adendas que completan este libro. Adendas que al versar «sobre la cuestión de la modernidad y de la postmodernidad, sobre el postestructuralismo y sobre el relativismo» pueden ser consultadas por cuantos quieran «profundizar más específicamente» en lo que es «el argumento principal del libro«. Lo que, a mi entender, redobla el interés de la lectura de Anarquismo es movimiento, para reflexionar sobre el anarquismo de ayer y el de hoy.
Octavio Alberola
* Este libro será próximamente editado en francés, en italiano y en portugués, y puede descargarse ya en :
http://www.viruseditorial.net/pdf/anarquismo_es_movimiento_baja.pdf