Una exposición de objetos y documentos rescata la figura del líder del Batallón 206, el leonés Laurentino Tejerina.
Murió con las manos vacías. No dejó documentos ni objetos. Pese a que la historia no le ha hecho justicia, su vida fue un ejemplo de lucha por las libertades. Fotografías y enseres de la época, reunidos para una exposición que se inaugura hoy en el consistorio de San Marcelo, pretenden reconstruir la agitada vida de uno de los anarquistas leoneses más olvidados, Laurentino Tejerina Marcos, líder del audaz Batallón 206, ensombrecido, quizá, por la alargada sombra del gran Buenaventura Durruti. Investigadores y amigos de la familia persiguen rescatar a un personaje que forma ya parte de la leyenda. Fernando Gil y Miguel Suárez han seleccionado desde balas recogidas en Peña Ubiña, donde Tejerina libró una de sus más célebres batallas, a cuencos y candiles utilizados por los combatientes del Frente Norte. La exposición, en la que también han colaborado Carlos Méndez, María José González y Margarita González Bécares, muestra desde armas a fotos, libros y periódicos de un tiempo que la dictadura silenció y tergiversó. Tejerina fundó la FAI en León en 1916 y la CNT en 1919. Acabada la Guerra Civil vivió como un topo en la bodega de su hermana en Viloria de la Jurisdicción, donde falleció en 1944 aquejado de paludismo y con un avanzado cáncer de hígado. Fue sepultado clandestinamente en el mismo hoyo que le había servido de escondite durante cuatro largos años. En 1945 la policía obligó a su hijo Antonio a desenterrarle.
Su hija Aurora lleva años luchando por recuperar la memoria y la dignidad de su padre y de los que lucharon por defender la democracia tras el golpe de Estado de 1936. «Mi padre fue mi maestro durante los años de topo: sabía latín, francés, árabe y esperanto, idioma que utilizaban en los congresos anarquistas», recordaba en una entrevista en este periódico. Hoy hablará de las peripecias y las ideas de su padre en una mesa redonda, a las 20.00 horas en el consistorio de San Marcelo, junto al investigador Wenceslado Álvarez Oblanca y el historiador Javier Rodríguez.
Delegado de Hacienda y de Abastos de la CNT durante la Guerra Civil y comandante del Batallón 206, que acabaría siendo conocido como el Batallón Tejerina, el anarquista leonés nació en 1895 en Villamartín de Don Sancho. Huérfano de padre, a la temprana edad de 14 años tuvo que ponerse a trabajar en la mina. Inmediatamente comenzó a militar en la CNT. Al negarse a cumplir el servicio militar fue detenido y enviado a un batallón disciplinario africano durante tres años. De regreso a León entabló amistad con Durruti, una relación que mantendrían por carta hasta 1919. Las continuas detenciones y torturas no le hicieron cejar la lucha. Todo lo contrario, en 1931, pese a estar a salvo en Francia, se acogió a la amnistía republicana y regresó a España. Le esperaban trece años de sufrimiento.