No hace falta remontarse a los Pactos de la Moncloa para ver como partidos, en teoría antagónicos, olvidan sus programáticas diferencias y se ponen de acuerdo para que la cosa funcione en el sentido que los que siempre mandan (banqueros y grandes empresarios) han sugerido. Nos podemos limitar a repasar el papel que los grandes partidos (los otros sólo sirven como vistoso adorno democrático) han jugado en la última legislatura.
PP y PSOE, Rajoy y ZP/Rubalcaba, han podido estar a caer de un burro en su lucha por dominar las encuestas de intención de voto, pero cuando el Banco Europeo o el FMI han marcado una ruta, que pasa siempre por congelación salarial, flexibilidad laboral y recortes presupuestarios (muy principalmente en servicios sociales y empleo público) han aparcado sus aparentes diferencias y han defendido a pies juntillas las políticas ordenadas por los amos.
Ni ante salvajadas tan gordas como la reforma de las pensiones, el recorte salarial a los funcionarios, el abaratamiento del despido o la apresurada reforma de esa Constitución que no se podía tocar bajo ningún concepto, hemos notado la menor fisura en lo que ya se llama el PPSOE. Y cuando ha sido necesario el apoyo de otros grupos, nunca ha faltado una minoría que, previo compromiso de alguna contrapartida, se ha unido al equipo gobernante para facilitar la aprobación de esas leyes que han sugerido los de la CEOE y la AEB.
No nos hemos olvidado de que hay otros partidos, ni de que la mayoría de ellos están teóricamente muy alejados de las actitudes serviles de los dos grandes aparatos; eso parece verdad, pero no es menos cierto que –salvo raras y honrosas excepciones personales- estos partidos apenas han tocado poder, pero cuando lo han hecho se han pringado casi tanto como los demás.
El papelón jugado por Izquierda Unida en Andalucía (concesión a la Duquesa de Alba del título de Hija de Honor de Sevilla por el ayuntamiento de izquierdas y privatizaciones a tope en el ayuntamiento de Córdoba) o por sus socios de ICV en Cataluña (aprobación de innecesarios ERE por el Tripartito y actuaciones brutales de los mossos d´esquadra bajo las órdenes de Joan Saura).
En cuanto a la ultraizquierda y los verdes, no tienen grandes manchas entre nosotros (porque no suelen “rascar bola”) pero en Francia o Alemania se han tragado sapos como las leyes de extranjería, la moratoria nuclear (hasta que lo de Fukushima ha obligado a todos los partidos a cambiar de postura) o las guerras imperialistas de los EE.UU y la UE en Oriente Medio y África.
Después de todos los procesos electorales vividos y de las campañas padecidas, parece evidente que los partidos con alguna posibilidad de gobernar se deben a los que ponen la pasta y que los que no convencen a los detentadores de la riqueza, nunca tendrán esa pasta y el apoyo mediático que se necesitan para ganar unas elecciones o tener algo más que un par de diputados en el Grupo Mixto.
Así que, salvo un milagro muy improbable, el día 21 de noviembre sabremos que los que realmente han ganado las elecciones españolas han sido los bancos y las multinacionales. Pero para los que todavía no lo tienen claro, dentro de cuatro años, habrá otra oportunidad de elegir… entre Málaga y Malagón.
Antonio Pérez Collado