- Heleno Saña combina la tradición libertaria, el cristianismo de base y la filosofía clásica para proponer un camino hacia una nueva sociedad.
Predestinado por su nombre de pila, Heleno Saña cultiva la filosofía moral como en la Grecia Clásica, para mejorar la convivencia en la polis. A sus 84 años, este barcelonés de nacimiento visita Madrid, “mi ciudad”, donde presenta su último libro El Camino del Bien. Respuesta a un mundo deshumanizado, editado por CGT y la Fundación Salvador Seguí.
En la presentación se opone a la perversión de la conciencia, por ser la antorcha que alumbra el sentido de la vida: “El hombre vive hoy por debajo de sus posibilidades antropológicas y existenciales. La influencia nociva que el discurso ideológico imperante ejerce sobre él, le aleja cada vez más de una autorrealización basada en una tabla superior de valores y conduce, irremisiblemente, a una destrucción de su autoconciencia”.
“El anarquismo es la última versión colectiva del cristianismo español”
Después de una intervención leída, esclarecedora y sin circunloquios, y él, cansado e invadido por la emoción del aplauso, levanta la sesión cual rebelde para firmar libros y salir a fumar, sin que nadie le retenga. En el exterior, tras prender la cazoleta de su pipa, el humo contornea su cara, al tiempo que escucha y observa inclinando la cabeza hacia delante, sintonizando con las del resto.
De ojos pequeños y oscuros que no necesitan gafas y elegancia de antaño, con camisa abrochada hasta el último botón, entra puntual al Hotel Regina, donde suele hospedarse. En el habla se advierte una llaneza que quiebra formalismos, además, como en su prosa de estilo nítido, demuestra la lucidez y sabiduría de un maestro, capaz de acercar la historia del pensamiento universal al común de los mortales. Su don para la síntesis también se manifiesta en cada respuesta improvisada.
¿Es hoy más difícil elegir la bondad que antes?
Sí, es más difícil porque la vida es más jodida. Estamos en una sociedad competitiva donde tienes la alternativa de joder al prójimo o caer. Se llama ‘sociedad de la competencia’ pero esto es el eufemismo que no viene más que a decir lo que Hobbes, el primer teórico de la sociedad inglesa en el Leviatán, llamaba ‘la guerra de todos contra todos’. La competencia crea un tipo de individuo que, por necesidades de sobrevivir, vive y sobrevive pisoteando a los demás. La persona que le rodea no es el amigo o el compañero en potencia, es el rival.
¿Qué opina de la deshumanización de la ciudad?
La civilización creada por la burguesía, en el curso de los últimos siglos, se caracteriza por la ausencia de una tabla de valores humanos morales y espirituales que sirva al hombre para dar a su vida un mínimo de coherencia y firmeza. Yo soy enemigo de la gran cuidad, de la mega-metrópoli. La ciudad ideal sería la ciudad de Sócrates. Atenas tenías 30.000 habitantes. La gente iba al ágora, allí es donde Sócrates buscaba diálogo y donde se reunía la asamblea.
¿Podría haber una regeneración en el mundo rural?
La visión de que es posible retornar a la vida rural me da risa, es irreal.
¿Porque está destruido?
[Asiente con la cabeza]. No se puede volver atrás.
¿El dolor forma parte del camino para llegar al Bien?
Sobre todo es el dolor y la preocupación lo que induce a reflexionar sobre las causas de la condición humana. Cuando goza, el individuo no piensa sino que vive en estado de alegría y euforia. [Tras una pausa, continua]. El dolor, sentir compasión, son sentimientos naturales. Cuando ves sufrir a una persona, la primera reacción es dolerte y, si puedes, ayudar. Yo soy Rousseauniano. [Como señala en su libro Atlas del Pensamiento Universal, “Rousseau afirma que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo pervierte”]. Hobbes, sin embargo, atacaba al hombre primitivo, al hombre animal; tenía una concepción muy pesimista. [La idea fundamental Hobbesiana es, tal y como la recoge dicha obra: “El instinto más profundo del hombre es la voluntad de poder y el afán de dominar a los otros”].
En este sentido, ¿estaría, pues, más cerca de la verdad Rousseau?
Por supuesto. Es el primer crítico de la civilización y además, con el añadido de que fue el primero que vio la civilización creada por el hombre a través de la técnica del homo faber [hombre que hace o fabrica], como un proceso de degeneración del hombre natural. Fue más visionario que, por ejemplo, todas las ideologías que han concebido la historia como un proceso de progreso definido: la ilustración francesa, el marxismo, Heggel… y Rousseau se sale de tono y dice no: estaba solo en este aspecto. El marxismo cree que la historia por sí misma nos llevará al paraíso; y no ha cometido solamente el error de convertirse en una tiranía terrible, el estalinismo, sino que la historia ha demostrado que su teoría es una superchería.
Además de Rousseau, ¿algún otro referente?
Sobre todo recomiendo a Camus. Es la persona con la que me siento más identificado. El libro fundamental para orientarse ideológicamente es El Hombre Rebelde. En libros de literatura ficticia, La Peste, donde precisamente está el problema del bien y del mal. Y hay un libro en el plano de las ideas: La Caída.
Te autoexiliaste a Alemania por amor en 1959 y es allí donde vive tu hija. Aunque vienes frecuentemente, ¿añoras Madrid?
Siempre he tenido nostalgia de Madrid y la tendré hasta que me muera. Soy muy español y esta nostalgia y este amor a España me han permitido dos cosas: sobrevivir la lejanía y darme la fuerza interior para combatir, para escribir mis libros en alemán que son muy batalladores, muy polémicos, como Don Quijote in Deutschland. Y ahí es un poco mi amor por España. ¡Yo no soy nacionalista! ¡Cuidado! En absoluto ¡Abomino los nacionalismos! Me encanta España porque es un país distinto.
Ese quijotismo que subyace en el movimiento libertario en la Península, ¿no tiene cierto origen en un cristianismo de base?
He dicho en más de uno de mis libros que el anarquismo es la última versión colectiva del cristianismo español. Aunque haya nacido en la era industrial, ese misticismo, esa entrega a un ideal… todo esto es cristianismo, no tiene nada que ver con la iglesia. Es algo como Don Quijote.
No olvidaré nunca lo que me contó un mendigo. Un hombre le dijo: ‘Estoy en el paro y no tengo ni para el metro’, lo dijo así para demostrar que era pobre. El mendigo, que tenía tres euros, le respondió: ‘Coge estos dos euros y no me digas que no, porque los echo a la basura’. Eso es Don Quijote, es el espíritu quijotesco que tenemos!
¿Con el tiempo hay, quizás, menos quijotes y más hedonistas?
Exactamente. Ahora la sociedad es hedonista. Totalmente. El hedonismo es el veneno que usa el sistema para tener a la gente contenta. Venga la juerga y el consumo, y el viaje de vacaciones, y el coche, y la moto… Y… Así es.
Entonces, en una sociedad así ¿Cuál es su manera de prepararse para la muerte?
Sócrates ya dijo que la labor de la filosofía es prepararse para la muerte. Y yo no estoy muy convencido de ello. Personalmente no temo a la muerte. Lo encuentro una ley natural y no digo que la espero con alegría pero cuando venga el momento, pues sereno. Ahora, me jodería mucho crear problemas a mi hija, que estuviera enfermo, inútil. Mientras pueda desenvolverme por mi cuenta, como hasta ahora, me gustaría todavía estar unos años por mis amigos, por las personas que me quieren, pero no me hago ilusiones porque estoy preparado cada momento.
¿Cuál ha sido el papel de la amistad en su vida?
Ha sido crucial, todo lo que soy se lo debo a mis amigos y a mi mujer, y me emociono. Porque he tenido la inmensa suerte de tener grandes amigos, sin mis amigos hubiera sido un don nadie.
¿También amigos alemanes?
Sí. También alemanes.
Para finalizar, volvamos al principio: ¿Qué dirección hay que seguir para alcanzar el Bien?
Si el hombre de hoy es tan infeliz es porque no sabe lo que significa desprendimiento, generosidad y grandeza de alma. Riqueza, poder y éxito mundano no podrán compensar nunca el bien que dejemos de hacer a nuestros semejantes. Vivir verdaderamente es vivir desviviéndose por quienes necesitan de nuestro calor y nuestra existencia. Un gesto de gratitud de alguien a quien hemos podido tender la mano y acoger en nuestro corazón vale más que todas las riquezas y trofeos del mundo. Enriquecerse no es acumular billetes de banco, sino potenciar al máximo nuestra capacidad de amor y de ternura. Lo más alto que podemos alcanzar no es mandar o ser festejados en los salones frecuentados por los ídolos de moda, sino ofrendar nuestra vida a un ideal excelso de actitud, que corresponde a lo que en mi libro he llamado El Camino del Bien.