Si, Pepe, «la revolución será plural o no será»; pero, si el objeto del deseo (1) no es la libertad, la revolución será – como todas las otras – una revolución autoritaria más…
En un breve comentario a tu respuesta (2), te prometía abordar las dos cuestiones que no me parecían muy claras sobre el cascabel que debemos ponerle al gato y la pluralidad que debe ser «la revolución» para que lo sea. Pues bien, esto es lo que voy a intentar hacer a continuación, comenzando por precisar de nuevo nuestras coincidencias y divergencias para salir del «vosotros también» que nos impide centrarnos concretamente en la cuestión más urgente y fundamental : ¿cómo hacer frente al sistema, el capitalismo, que nos está llevando «al desastre social y ecológico más grave de la historia»?
Las coincidencias…
Sí, coincidimos en que el análisis del pasado «debe ayudarnos a situarnos ante los problemas y desafíos del presente» para intentar encontrar la manera de «ponerle el cascabel al gato». Tanto porque hasta ahora ninguna de las propuestas emancipadoras lo ha logrado como porque «todos y todas tenemos lo nuestro que hacer que es la mejor manera de decir» que todos y todas estamos «desitiados ante lo que se está fraguando en respuesta al desastre social y ecológico más grave de la historia social.»
Coincidimos, además, en la necesidad de «acabar con la intolerancia y los sectarismos nuestros», como también en que «los factores objetivos han cambiando tanto (desde Marx y Bakunin), que se nos hace obligatorio repensarlo todo». Pero, sobre todo, en que «el principio debe ser la democracia social» (directa y sin intermediarios), puesto que nuestra lucha es «para conseguir la emancipación de la clase trabajadora del yugo capitalista como para construir una sociedad sin clases».
Estas coincidencias me parecen suficientemente precisas e importantes para dejar bien claro que, entre nosotros, no hay ninguna divergencia sobre la finalidad y lo que debe ser el comportamiento ético de los revolucionarios.
¿ Las divergencias ?
Sin embargo, pese a estas coincidencias, sigues insistiendo en explicar (o, al menos, eso parece ser tu respuesta) el fracaso de las experiencias revolucionarias por los «factores objetivos» («No digo que todo haya que achacarlo a los factores objetivos, pero sí principalmente») y en considerar secundario el hecho de haber querido imponerlas y mantenerlas por la fuerza. Inclusive en aquellas que fracasaron después de «desmontar la hegemonía cultural de los poderosos, de derrocar su sistema de poder» ; pues eso es lo que se puede deducir cuando afirmas que «la famosa ‘dictadura del proletariado’ de Marx no era distinta a la Comuna de París, donde estaban todos, demócratas radicales incluidos», y que incluso El Estado y la revolución de Lenin «no fue otro» modelo…
Además, ¿ cómo interpretar que, tras decir que la revolución «comienza cuando derrocas al Estado e inicias un nuevo proceso» y que «el principio debe ser la democracia social», manifiestes dudas sobre «que ésta pueda imponerse sin ejercer ciertos grados de contraviolencia contra la barbarie restauracionista» ? ¿ No significa esto afirmar la necesidad de conquistar y ejercer el Poder para que la revolución pueda imponerse ? Y eso pese a que todos sabemos cómo, con tal argumento, el nuevo Poder instituido justificó (y justifica) la represión de toda disidencia, inclusive cuando ella surge del interior mismo de la revolución.
Sí, coincidimos en casi todo, salvo en lo de considerar posible la revolución desde el Poder ; pues, aunque éste se considere un «nuevo poder”, será El Poder y no será «plural». Tanto si se convierte en Dictadura como en Democracia parlamentaria, aunque en éstas la represión que el Poder ejerce sea más sutil.
Los «credos»…
Admito que, en tu caso, puede tratarse de un «credo» no «diferente al que nos asegura que el derrocamiento del Estado burgués se podrá hacer sin crear otros poderes» ; pero, esa equiparación de «credos», no invalida el hecho de que se trata de eso, de «credos»… Además de que lo ocurrido hasta el día de hoy debería incitarnos a dejarlos de lado y a tomar más en cuenta la realidad de la historia.
En lo que me concierne, mi posición no se funda en credo alguno sino en lo que fueron y dieron como resultado todas esas experiencias en más de un siglo de historia. Incluidos los “resultados” de las que se pretendían libertarias.
Si pienso que tal fracaso proviene (principalmente) de los medios utilizados para realizarlas no es sólo porque ninguna de esas experiencias consiguió el objetivo emancipador (que anunciaba ser el suyo) sino porque algunas de ellas fueron un Poder hegemónico durante muchas décadas. Pero, constatar el fiasco revolucionario de la vía estatista no me llena de alegría. Al contrario, preferiría que las predicciones anarquistas no se hubiesen realizado y que esas “revoluciones” hubiesen podido poner en marcha su objetivo emancipador para encontrarnos hoy en un contexto histórico más prometedor. No sólo porque lo que debe importarnos es avanzar hacia la emancipación sino también porque es obvio que la responsabilidad de encontrarnos en esta situación nos incumbe igualmente a los anarquistas. Ya sea por no haber podido evitarlo como por no haber sabido o podido orientar la historia hacia el horizonte por el que luchamos.
Y no es de hoy que lo pienso, ya en 1978 – en un artículo publicado (3) en la revista El Viejo Topo – decía esto :
“Poco importa que la crítica anarquista del Estado se haya visto confirmada por los hechos y que algunos anarquistas primarios se consuelen repitiéndose a sí mismos: “¡Teníamos razón!” La bancarrota revolucionaria del socialismo nos concierne a todos y quizás nos plantea problemas aún más graves y difíciles de resolver a los anarquistas que a los marxistas. Primero, porque no siendo el anarquismo un movimiento político, un competidor en la carrera al Poder, no sólo no puede explotar políticamente la quiebra revolucionaria de los partidos marxistas (leninistas o socialdemócratas), para proponerse como solución de recambio, sino porque la desmovilización de las masas por el socialismo acentúa la marginalización de las microscópicas capillas anarquistas y su prédica en el vacío. Segundo, porque si “el burdo optimismo de la fe automática en el progreso” – que era lo que según Ernst Bloch caracterizaba hasta ahora a los partidos revolucionarios que estaban convencidos de que las leyes de la Historia funcionaban en su favor – ha sufrido un duro revés, el pesimismo que le reemplaza induce más bien a la aceptación del orden establecido que a su subversión.”
Intentemos pues que esta «discusión amistosa», que «vale la pena por sí misma», nos permita encontrar – pese a tu credo o ilusión de cambiar el mundo a través del Poder – puntos de encuentro frente «al desastre social y ecológico más grave de la historia social» que la racionalidad capitalista y autoritaria están provocado. Y para ello me parece urgente comenzar por cuestionar nuestra propia concepción del Progreso, pues nos será muy difícil de ponerle el cascabel a esa racionalidad sin cambiar el objeto del deseo que permite al capitalismo colonizarnos ideológicamente y obtener una aceptación tan general.
Cambiar el objeto del deseo…
Como le decía al autor del artículo Las marchas de la dignidad o el futuro de la protesta, mientras sigamos deseando el mismo objeto, seguiremos sin poder «cuestionar en lo central el actual régimen hegemónico», y, en consecuencia, seguiremos retrocediendo pese a esas victorias pírricas que son los «logros precarios» conseguidos hasta el día de hoy : tanto a través de las luchas populares de protesta como de las luchas reivindicativas en el campo sindical.
Mientras el objeto del deseo sea tener, y, por consiguiente, tener cada vez más (la “acumulación” capitalista descrita por Marx), ese deseo nos mantendrá atados a esta sociedad y a sus formas de explotación y dominación. No sólo porque el velo tecnológico del instrumento de producción (transformado en “bien común”) logra disimular la desigualdad y la esclavitud sino porque la ilusión, de la mejoría “del nivel de vida” (nuestra capacidad de consumir), se convierte entonces en el motor de nuestra acción. Una acción que queda fatalmente delimitada por lo que le ha dado sentido y el valor (o valores) que ha instituido en la forma social. Con el corolario de la renuncia a decidir y la predisposición sicológica a la aceptación de la relación de dependencia y de sumisión. Y, tanto más, por cuanto la ilusión del progreso material va acompañada de la otra ilusión alienadora, la de las “libertades públicas” (sobre todo la de “votar”), que en las democracias burguesas liberales contribuye tan eficazmente a camuflar la desposesión de nuestra verdadera libertad de decidir por nosotros mismos.
Que el capitalismo ha logrado impregnar su ideología a la “fuerza material” que Marx reconocía a las ideas “que se amparan de las masas”, me parece incuestionable, como también el hecho significativo de que lo ha conseguido sin tener que recurrir permanentemente a sus instrumentos de formación ideológica y de coerción física. ¿ Cómo sorprendernos pues que, como las malas costumbres, esa “fuerza material” del objeto del deseo se haya vuelto – a la larga – casi hereditaria y que nos sea tan difícil extraernos de su influencia ?
Me parece que debemos ser pues conscientes de cómo se ha construido históricamente el objeto del deseo que, en el capitalismo, fija el sentido e instaura el valor para alienarnos voluntariamente (4) ; pues sólo así podremos comenzar a liberarnos de tal alienación y dejar de contribuir a la perpetuación del sistema que la produce.
La urgencia
Mientras lo intentamos, no creo que debamos dejar de apoyar “las marchas de la dignidad” y todas las formas de la protesta social que se produzcan frente a la ofensiva actual del Capital y el Estado. Y eso pese a ser conscientes de sus límites y de las contradicciones en las que tales acciones nos sitúan cara al objetivo emancipador. Mantener la protesta no es suficiente ; pero la inacción sería aún peor. Además, es incuestionable que somos cada vez más los que somos conscientes – dentro y fuera de esas protestas – de la necesidad y la urgencia de abandonar el objeto del deseo que nos aliena y que nos convierte en cómplices del “desastre social y ecológico más grave de la historia» protagonizado por el desarrollo capitalista. Precisamente porque hoy es ya muy difícil de no ser consciente de tal desastre y de que, para evitar que llegue a término, es necesario y urgente desear vivir antes que desear tener por tener… Lo que implica un cambio radical del objeto del deseo. Tanto para que corresponda a nuestras verdaderas necesidades como para no poner en peligro su satisfacción. No sólo por razones de justicia (el derecho de todos a la vida) sino también por que es necesario preservar la naturaleza para que la vida siga siendo posible en el planeta. Lo que sólo será posible si la aspiración es fundar una eco-convivencia capaz de garantizar el binomio justicia/racionalidad : la satisfacción de las necesidades para todos y todas (justicia) y la preservación (racionalidad) de nuestro habita natural. O sea : una verdadera y consecuente alternativa al capitalismo depredador que nos está llevando a la barbarie y al suicidio.
Octavio Alberola
NOTAS:
(1) El título de este texto viene de un comentario mío a un artículo de Arturo Borra, en Kaos, sobre “las marchas de la dignidad” y “el futuro de la respuesta” :
http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/82858-el-fin-de-la-apat%C3%…
(2) http://www.kaosenlared.net/secciones/s/anarquismos/item/82724-la-revolución-será-plural-o-no-será-una-respuesta-a-octavio-alberola.html
(3)http://www.cedall.org/Documentacio/Articles/Viejo%20Topo/19_033_Abril_1978_Octavio%20Alberola.pdf
(4) http://kaosenlared.net/territorios/t2/internacional/item/79936-el-capitalismo-paradigma-del-progreso-¡hasta-para-el-“socialismo”.html
(5) http://kaosenlared.net/colaboradores/item/30702-la-crisis-del-paradigma-…