Opinión de Frank Mintz. Fondation Besnard.
Una multitud de realidades e interpretaciones surgen:
– La eliminación de caricaturistas excepcionales en los planos humano y libertario, acompañados de periodistas honestos;
– Uno de los dos custodios policiales se llamaba Ahmed, prueba de que entre los musulmanes franceses existe cierta integración profesional en Francia. Y los tres asesinos son franceses nacidos en Francia, lo que demuestra al mismo tiempo un rechazo integral de la sociedad francesa por una minoría étnica.
– El trasfondo del atentado es un sector musulmán que viene a ser un Opus Dei islamista: Negación de la fe de los creyentes de la misma religión que no aceptan la interpretación impuesta; Reducción de la mujer a un papel de genitora y sirvienta-esclava; Obediencia absoluta a las órdenes de autoridades inquisitoriales; Asesinato moral, cuando la muerte violenta no se puede aplicar.
– Es una venganza contra el ejército francés que defiende casi únicamente a las minorías cristianas en Siria y en Irak. Y los hace en detrimento de minorías árabes, incluso las que aceptan los valores perversos de la democracia burguesa. Y eso cuando hace años que Francia está prometiendo intervenir.
– El atentado sirve a los partidos políticos franceses para lanzar una campaña de supuesta unión nacional para defender a la sociedad de Francia, cuando es exactamente este tipo de sociedad la que genera desde arriba una xenofobia latente. Xenofobia oficializada en la boca de varios ministros, y del actual jefe del Gobierno que despotrica contra los gitanos de nacionalidad búlgara y rumana, que son ciudadanos de la Unión Europea.
Para mí, el peligro está en el crimen contemplado como acto social liberador. Cuando Émile Henri tiró una bomba en un café frecuentado por burgueses (y de hecho no era del todo exacto), quería atacar a la burguesía “en bloque” porque su policía encarcelaba a los anarquistas. O sea, aplicaba la ley del talión: ojo por ojo. […] semejantes medidas representan una vuelta a los peores momentos de la Edad Media y de las guerras de religión, y son indignas de personas encargadas de crear una sociedad futura sobre bases comunistas, y [que] con tales medidas no se puede marchar hacia el comunismo Escribió Kropotkin a Lenin el 21 de diciembre de 1920.
Los tres terroristas islamistas –y sus colegas fundamentalistas de otras religiones, como el cristiano antiaborto norteamericano (defensor de la vida) que mató a un ginecólogo a pistolazos hace unos años- produjeron reacciones contraproducentes. El objetivo elegido era mezquino, inasible militarmente: ¿cómo matar el humorismo?
Las ideas no se matan: ni las nuestras, ni las suyas.
Son las relaciones humanas, las condiciones materiales las que cambian las mentalidades. El no aguanto más generalizado que descabeza los mitos como en Túnez, en Egipto, en este principio de siglo.
El terrorismo más intolerable es el que deja morir niños (miles al día) en la indiferencia, en las jeremiadas efímeras. Son el terrorismo capitalista y el terrorismo religioso (con el marxismo leninismo incluido).