El politólogo Carlos Taibo participa en las XVII Jornades Llibertàries de CGT-València
Conferenciar y escribir sobre el TTIP (Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión) entre Estados Unidos y la Unión Europea no es sencillo, debido a las negociaciones clandestinas que mantienen sus muñidores, pero el politólogo y activista Carlos Taibo prepara, pese a ello, un libro en el que desentraña los aspectos del acuerdo comercial entre los dos gigantes económicos, que representan el 30% del comercio y casi la mitad del PIB mundial. Las posiciones de los defensores del TTIP son tan “francas” y “obscenas” que escucharles y leerles ilumina mejor sus verdaderos intereses que un arduo trabajo de investigación, afirma Taibo, quien ha avanzado algunos de los contenidos del libro en las XVII Jornadas Libertarias de CGT-València, tituladas “Utopia en moviment”.
El TTIP no es un tratado que surja de manera aislada. Parte de una inercia de negociaciones trasatlánticas que hunden sus raíces en la “guerra fría”, por ejemplo, con la constitución de la OTAN. Otro de los elementos que explica el acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea es el auge del comercio internacional. Desde 1950 hasta la actualidad éste se ha multiplicado por 32, mientras que la producción de bienes y servicios lo ha hecho sólo por ocho. Tampoco se explicaría el TTIP sin el crecimiento de los países “emergentes”, y el hecho de que China se haya convertido en el principal exportador mundial. Los pronósticos apuntan a que en 2020 la producción conjunta de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Italia y Alemania será superada por la de China, India y Brasil. Por otro lado, en 2030 el 80% de las clases medias del planeta vivirán en los países del Sur, en economías que ya no serán “emergentes”. A ello se agregan otros factores como la crisis de la Organización Mundial de Comercio (OMC) después que India vetara, por el litigio sobre las ayudas a los productores agrícolas, el acuerdo de Bali (2013).
Además el TTIP se inserta en el proceso de globalización neoliberal, según Carlos Taibo, “un paraíso fiscal a escala planetaria”. En este punto algunos analistas consideran que ha llegado el momento de los estados-nación, pero otros –entre ellos Taibo- opinan que estos actúan más bien en provecho de las estrategias globalizadoras de las multinacionales. Sobre la esencia del TTIP, el mayor acuerdo comercial de la historia, que afectará a 820 millones de personas, se han ofrecido asimismo diferentes versiones. Algunas apuntan a la eliminación de aranceles comerciales, sin embargo, el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid afirma que esta explicación es muy “liviana”, pues los aranceles oscilan entre el 3 y el 5%. Otras explicaciones ponen el centro en la reducción de burocracias y “duplicaciones”, pero el eje del acuerdo trasatlántico se sitúa en la igualación a la baja de las legislaciones que imperan en Estados Unidos y la UE. Ésa es la cuestión, a pesar que las versiones oficiales “vendan” el acuerdo como la gran panacea.
Los discursos oficiales defienden que el TTIP implicará un crecimiento económico muy notable, una masiva creación de puestos de trabajo y favorecerá a los consumidores por la reducción de los precios de bienes y servicios. Se ha hablado de unos beneficios de 545 euros por cada familia europea, e incluso Mariano Rajoy se ha referido a la creación de 300.000 empleos en España como consecuencia del acuerdo comercial. Sin embargo, los informes de impacto de la Comisión Europea reconocen que el TTIP supondrá un aumento en las emisiones de CO2 de 11,8 millones de toneladas. Taibo recuerda que los mismos argumentos propagandísticos se utilizaron hace quince años con la introducción del euro, pero también hace dos décadas cuando se aprobó el NAFTA (Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México). Los efectos serán seguramente muy similares: en Estados Unidos se han perdido 700.000 empleos como consecuencia del NAFTA, y en México cerca de dos millones sólo en el campo.
No faltan los empresarios europeos que valoran el hecho de que los mercados estadounidenses, con 320 millones de consumidores, se abran a las empresas de la UE, pero esta apertura se producirá también en sentido contrario, con el agravante de que los mercados de la UE son fundamentales para las empresas comunitarias. Finalmente, resume Taibo, “las grandes transnacionales de Estados Unidos y la UE serán las principales beneficiarias del acuerdo”. Además, ante el nuevo escenario, el gobierno estadounidense ha conservado instrumentos de política económica con los que hacer frente a coyunturas comercialmente delicadas, lo que contrasta con el progresivo desarme de los ejecutivos de la Unión Europea. Será, en definitiva, un coste muy alto el que los ciudadanos tengan que pagar por un acuerdo forjado en el mayor de los secretismos y con actores no democráticos. De hecho, el 93% de las reuniones preparatorias del TTIP tuvieron como protagonistas a las grandes empresas y lobbies. El dato ofrece pistas sobre los contenidos del acuerdo, ya que unos 1.700 grupos de presión financieros gastan anualmente 123 millones de euros en ejercer su función ante las instituciones de la UE.
El TTIP afectará a prácticamente todos los sectores de la economía europea y estadounidense. Si desaparecen los aranceles que protegen la agricultura y la ganadería de la UE, ésta quedará desarmada ante el sector agropecuario de Estados Unidos, mucho más competitivo. “Los principales perdedores con el acuerdo serán los pequeños agricultores y ganaderos europeos, pero también los norteamericanos”, resume Carlos Taibo. Las consecuencias para la alimentación de los consumidores serán evidentes, por ejemplo, el 70% de los alimentos que se venden en los supermercados de Estados Unidos incluyen organismos modificados genéticamente. En la Unión Europea se aplica el “principio de precaución”, es decir, ha de demostrarse que un producto no es pernicioso para la salud antes de ser comercializado. El “principio de precaución” no opera en Estados Unidos. La posible eliminación de esta cautela afectará al uso de hormonas en la carne, el cloro en los pollos, o la utilización de transgénicos, antibióticos y pesticidas.
Otro sector estratégico, el de la energía, también se verá influido por el tratado comercial. A la liberalización de los mercados eléctricos se agregará previsiblemente un aumento de las importaciones de petróleo y gas norteamericano por parte de la Unión Europea. Ello implicará, subraya Carlos Taibo, “un incremento de la dependencia de los países de la Unión respecto a los combustibles fósiles”. Otro posible efecto del TTIP es el aumento de la extracción de hidrocarburos mediante la técnica del fracking en Estados Unidos –que además resulta cada vez menos rentable-, lo que inevitablemente frenará un cambio en el modelo energético. La privatización de los servicios y las trabas a procesos de remunicipalización está en la agenda del TTIP. “La sanidad y la educación públicas padecerán nuevas agresiones”, apunta el politólogo, y en ámbitos como la genética o la biotecnología el sector privado ganará peso.
En principio, la regulación de las normativas a la baja beneficia a las corporaciones de Estados Unidos, pues en este país los controles públicos son generalmente más laxos. Pero desde la crisis de 2007 la legislación norteamericana ha aumentado los mecanismos reguladores en el sector financiero, por lo que el TTIP beneficiaría en este ámbito a las corporaciones europeas. En el mundo del trabajo, explica Carlos Taibo, “se producirá un retroceso en los derechos laborales, unas jornadas de trabajo cada vez más prolongadas y seguramente un descenso de los salarios en el reparto global de la renta”.
El politólogo advierte de las contradicciones de una formación como el PSOE en este capítulo, pues “rechazan la reforma laboral de Rajoy pero no ven inconveniente en la aplicación del TTIP”. Además, el modelo laboral estadounidense se opone a buena parte de las normas de la OIT, por ejemplo respecto a la libertad sindical o el trabajo infantil, aunque también es cierto que la legislación laboral europea se acerca cada vez más a la norteamericana. El Tratado de Libre Comercio dejará su huella en los sectores productivos y especulativos, pero también implica “agresiones a la libertad digital y controles cada vez más severos en materia de copyright”, asegura Carlos Taibo.
Uno de los aspectos más polémicos del TTIP son los tribunales de arbitraje privados, que teóricamente han de resolver las diferencias entre los estados y los inversores. Estos tribunales no suponen una novedad, pues se han incluido en numerosos acuerdos comerciales entre estados occidentales y países del Sur. El organigrama judicial se compone de tres magistrados, señala Taibo, “que estarán sometidos a todo tipo de presiones”. Además, se trata de organismos judiciales que actúan al margen de la legislación ordinaria, mientras en la propaganda oficial se habla continuamente de “estado de derecho”. ¿Cuál es el trasfondo de estos mecanismos de arbitraje? “Se considera que las inversiones privadas tienen un valor absoluto”, responde el politólogo.
Explica el sentido de estos tribunales de arbitraje el hecho de que sólo las empresas puedan plantear demandas frente a los estados, y únicamente por cuestiones comerciales. El listado de ejemplos es ya abundante. El ejecutivo ecuatoriano tuvo que afrontar en 2015 una multa de mil millones de dólares, impuesta por un tribunal de arbitraje internacional, por la expropiación de la petrolera estadounidense Occidental (Oxy). La multinacional sueca Vattenfall ha presentado una reclamación contra el gobierno Alemán por el anuncio de clausura de las plantas nucleares. La transnacional canadiense Grabiel Resources también ha demandado recientemente al ejecutivo de Rumanía por paralizar la explotación de una mina a cielo abierto (“Rosia Romana”) en la zona de los Cárpatos. ¿Qué se esconde tras estos modos de operar y, en el fondo, detrás del TTIP? “Es conveniente ver el tratado comercial como una OTAN económica, un proyecto agresivo para limitar la posibilidad de los competidores –BRICs o países del Sur- de Estados Unidos y la Unión Europea; también, como una gran jugada de las transnacionales”, concluye Carlos Taibo.