El Vaivén de Rafael Cid
Deslumbrados por el incendio provocado por Bruselas contra el sector más vulnerable de la sociedad, parte de la izquierda ciudadana se dispone a competir en las elecciones con la promesa de que una vez admitida en el seno de la fortaleza europea trabajará para reconvertirla con sus propias armas.
El sistema que nos devora es una guillotina político-económica. Dominación y explotación se complementan para domarnos en la obediencia debida que haga más inerme la diaria expropiación vital. Siempre bajo el sagrado emblema de la “utilidad”. De un lado está el “pogromo” económico con su divisa de utilidad marginal como deus ex machina, y de otro el sufragio “performance”, que Ricardo Mella calificó hace más de un siglo como “ley del número”. Ambos insisten en reivindicar el voto útil en sus respectivos ámbitos de “libre mercado”. En el plano económico, tenemos un universo de mercancías (productos y servicios) que habitan el mercado autorregulado, y enfrente a los partidos que compiten en el mercado electoral que determina la oferta y la demanda política. El mismo afán utilitarista en uno y otro bando. Mercados al fin y al cabo, bajo cuya conjura se opera el más difícil todavía de lograr que el pueblo, auténtico titular de la riqueza social y política, aparezca solo en re-presentación, en holograma, de cuerpo presente.
Yo no sé si resucitar la memoria del “abuelo” Pablo Iglesias, aunque solo sea como alevín y cacofónicamente, tendrá en estos tiempos de oprobio los efectos movilizadores que los promotores de la plataforma “Podemos” esperan. Pero de lo que caben pocas duda es que esa propuesta, por bienintencionada que sea, implica un intento de capitalización de lo que podríamos llamar “el espíritu del 15-M”, que si algo significa es una forma radicalmente cooperativa, y nunca competitiva, de hacer política de abajo-arriba. Sin líderes, jerarquías o tinglados plebiscitarios acunados por el agit-pro mediático afín. Y en ese sentido, cabría sospechar que la iniciativa que ahora surge desde el flanco irreverente de Izquierda Unida (IU) ambiciona aprovechar el tirón popular del movimiento para su particular sorpasso. Se trata de un proyecto tan legítimo como estéril. El 15-M no es una marca registrada cuya patente se pueda comprar o prohijar. Es una nueva conciencia, sin réditos de inútil utilidad. Ideal que, como en el cuento de Aladino, solo liberará todas sus energías creativas cuando encuentre la fórmula para hacer operativa socialmente sus intransferibles señas de identidad. Y el concurso-piñata de las elecciones para graduarse en la Europa del austericidio está muy lejos de ser la horma de ese zapato.
Contra lo que han pregonado los mentores de “Podemos”, la izquierda pro-institucional se prepara para esos comicios más desunida que nunca. Salvo que nos encontremos ante un escenario de doble vuelta con sorpresa incluida, como el roscón de reyes. Una hipotética genialidad de la mercadotecnia política mediante la cual se intente copar ese espacio con productos distintos y distantes, para adecuarlos a sus respectivos públicos en una suerte de estrategia de integración horizontal, y luego, a la hora de la verdad, integrarlos en una sigla común, tipo la Syriza griega. Cabe esa posibilidad reticular de unidad en la transversidad como intento de abordaje graneado a la circunscripción única de los comicios europeos. Y si ese supuesto terminara dándose sería la prueba de algodón de que la IU matriz es incapaz de organizar el descontento a pecho descubierto por el lastre que le supone ante esos potenciales votantes casos como su presencia en el gobierno andaluz junto a un PSOE tachado por la corrupción de los ERE (el mismo expediente, por cierto, que ha tumbado al portavoz de IU en el ayuntamiento de Sevilla por IU, Antonio Rodrigo Torrijos) o el affaire Bankia-Moral Santín, “el hombre de IU en la corte de Blesa”.
Curiosamente esa teórica dinámica de centrifugación inicial para una posterior concentración del capital político ciudadano así ganado, coincide con la filosofía que algunos gurús del think-tank socialdemócrata intentaron articular durante el primer zapaterismo mediante agentes de influencia cultural. Esta especie de “cuarta vía” es lo que llevó a ciertos empresarios a fundar medios de comunicación 2.0. referenciados con activistas de la blogosfera y redes sociales, como el diario Público o La Sexta TV. La vieja escuela de partido (PSOE), sindicato (UGT) y púlpito (El País), trenzado de intereses que tan buenos oficios cumplió en la transición, hace tiempo que chirriaba ante el nuevo paradigma convivencial, debilitando las expectativas de una sedicente izquierda juramentada en el “patriotismo constitucional”. Los tiempos demandaban otra “operación reformista”.
Choca no obstante que una izquierda que se publicita ferozmente contra el euro, la Europa del Capital, los ajustes, los recortes y las políticas “matapobres” urdidas desde la troika (FMI, BCE, CE), convoque a la ciudadanía a la aventura equinoccial de su ruptura aceptando las reglas del juego y el contrato de servicios que esas estructuras cainitas significan. Pero más allá de esta esquizofrenia por “imperativo legal” que ya ha producido monstruos (como ver a todo un ex secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, en comisión de servicio al mando del pelotón de ejecución de la Comisión Europea), lo que sorprende es que, “iluminados por el fuego”, pretendan seducir a los movimientos antisistema que luchan contra Bruselas, sus pompas y sus obras, en una estrategia condenada a la irrelevancia y la melancolía. La experiencia histórica enseña que cuando tomar el poder nos exige abrazarle, es el poder quien nos toma a nosotros. Por eso abundan tantas democracias sin demócratas.
La función crea el órgano, pasa factura y deja huella en el ecosistema político-social. La ley de hierro de las oligarquías, que tan rigurosamente analizaron Moisei Ostrogorski y Robert Michels, acecha a todas las organizaciones sin distinción de ideologías. Pero es letal para aquellas que piensan que el fin justifica los medios, sacrificando la ética democrática por un puñado de votos en un mercado político que impone sus propias condiciones. Porque, al margen de lo que prediquen los de la parte contratante, ninguna experiencia construida de abajo-arriba, horizontalmente deliberativa, sin jerarquías y de expansión confederal, puede desarrollarse en un vientre de alquiler que metabolice todas sus funciones vitales con un estricto organigrama de arriba-abajo. Es un imposible metafísico, un esperpento, un artefacto, un simulacro, que solo cede como espejismo cuando se fabrican escenarios culturales de troquelación de masas basados en supersticiones políticas y ficciones democráticas.
Claus Offe, el reconocido sociólogo postmarxista legatario de la escuela de Frankfurt discípulo de Jürgen Habermas, ha estudiado el fenómeno para explicar el hecho dramático de que la igualdad política que conlleva el sufragio universal no se haya concretado nunca en las democracias occidentales en un victoria electoral de la superior mayoría social que representa la clase trabajadora. Offe sostiene que la causa radica en que “el partido competitivo totalmente desarrollado se ve obligado por los imperativos de la competencia a dotarse de una estructura organizativa altamente burocrática y centralizada”. “La consecuencia fundamental de este esquema burocrático profesional de la organización política –afirma- es la desactivación de los miembros de la base. Cuanto más esté orientada la organización a la exploración de y a la adaptación al entorno exterior del mercado político en lo que podría llamarse una campaña electoral virtualmente ininterrumpida, tanto menos espacio queda para la determinación de la política de partido por medio de procesos internos de confrontación democrática en el seno de la organización”.
Este tropismo adventicio para captar el mayor número de votantes en el mercado electoral, según la tesis de Offe, implica necesariamente una mutación ideológica del partido original hacia una versión “atrápalo todo” (catch all), que se manifiesta en una inconfesable desradicalización, desactivación de miembros y erosión de la identidad colectiva. Tres renuncias de obligado cumplimiento para brillar en el firmamento electoral que a su vez implican reducir el nivel de exigencia programático para llegar más allá de afiliados y simpatizantes (desradicalización); entregar el poder de gestión a técnicos y profesionales que se promocionan como élite autorrefrencial frente a las propias bases, que pasan a ser meros espectadoras (desactivación de miembros), y el naufragio de la conciencia de clase endógena por necesidades de la reralpolitik que impone metas como la obtención de financiación para costosas campañas, la dependencia de los medios de comunicación, cohabitar con otras fuerzas disímiles como ha ocurrido en Andalucía y cultivar la imagen para merecer en encuestas y sondeos (erosión de la identidad colectiva). Otro intelectual de la misma tradición ideológica que Offe, el catedrático de Economía Política de la Universidad de Toronto Crawford B. Macpherson, ha sintetizado esta “cartelización partidista” así: “El sistema de partidos ha sido el medio de reconciliar la franquicia igualitaria y universal con el mantenimiento de una sociedad desigual”.
¿Simples teorías? Quizás y tampoco. Porque la sedicente izquierda española nos tiene acostumbrados a estos continuos golpes de timón dictados por el ocurrente pragmatismo de sus mesías. Ora era aquella “reconciliación nacional” que se sacó Santiago Carrillo del peluquín, ora el abandono del marxismo por Felipe González para luego abismarse en el otanismo o la no menos curiosa aceptación de la Monarquía del 18 de Julio por el PCE en 1977 y 37 años más tarde ponerse al frente de la manifestación por la III República sin haber hecho público acto de contrición, como sí las deudas de antaño no computaran hogaño. Gracias por venir.
El problema está en que si seguimos iluminados por el fuego se corre el peligro de repetir los errores del pasado en odres nuevos. Porque, volviendo a las fuentes desde donde se mece la cuna de la competición europea, cuando el coordinador de Izquierda Unida en Andalucía, Antonio Maíllo, dice que la derecha puede ser la próxima cantera de la izquierda porque muchos votantes desencantados del PP “votarán a IU” (El País, 22/ 09/13), y a renglón seguido su colega por Madrid, Eddy Sánchez, reafirma las bondades del fuego amigo confesando “queremos ampliar nuestro espacio más allá de nuestras fronteras originales (…) Ampliamos nuestros discurso a una mayoría social que en gran número ha votado al PP, PSOE, UPyD o se ha abstenido” (El País 6/01/14), lo que se constata es una invitación al tancredismo.
Algo de razón tendrán, pues, Offe y Macpherson con sus denuncias. ¿Desradicalización, desactivación de miembros de la base y erosión de la identidad colectiva, o simple creencia en que el proletariado venido a más que ayer falló puede anidar hoy en el precariado de las clases medias venidas a menos? Un cálculo totalmente legítimo, pero lastrado con un implacable déficit democrático, que tiene su alternativa transformadora en el ámbito desmercantilizado de la cooperación local, el municipalismo de democracia de proximidad, la gestión política no profesionalizada y el libre asociacionismo federativo de abajo arriba, entre libres e iguales, sin plebiscitados liderazgos jibarizadores.