La pérdida de la identidad como clase de las personas trabajadoras ha tenido sin duda su reflejo también en el 1 de mayo. En el intento de quitarle todo valor y fuerza a la mayoría de la población que crea la riqueza en nuestro país se ha aplicado intensamente todo el establishment, desde la patronal a los sindicatos mayoritarios, pasando por gobiernos y afines.
Incluso desde quienes se supone representan nuestros intereses (los llamados agentes sociales), se llegó a decir que ya no había guerra de clases, y se abrazaban con entusiasmo valores de los ricos, algunos hasta se pasaban sin mayor apuro al bando de los potentados o a su directo servicio.
Y hay que decir que lo consiguieron tan exitosamente que, cuando un multimillonario americano, Warren Buffett, afirma que «la lucha de clases sigue existiendo y es la mía, la de los ricos, la que va ganando», la mayoría de «los perdedores» no se dan por aludidos, básicamente porque han conseguido borrar de nuestra memoria el sentido y significado de ser trabajadora o trabajador, y de lo que ello representa.
Se ha ocultado y ninguneado la importancia del esfuerzo y sacrificio de la clase trabajadora en la construcción de nuestra sociedad, del mundo en que vivimos. Somos nosotras quienes construimos las escuelas y los hospitales, las carreteras y los barcos, los puentes y las casas. Es la clase trabajadora quien tripula, conduce y pilota, educa y cuida, cultiva, pesca y extrae, cocina y fabrica. Los mismos que diseñamos proyectos y programas, redactamos en los periódicos e informamos en los medios. Son las personas trabajadoras las que incluso, en una media de casi dos al día, perdemos hasta la vida en el ejercicio de nuestra actividad profesional.
Antes de la denominada crisis, los sindicatos institucionales, junto a los partidos políticos, quisieron convertir esta jornada en un acto lúdico-festivo, donde cabían hasta las majorettes en el más puro estilo americano. Eran las épocas, se supone, de «vacas gordas», pero la realidad es que la injusticia y la explotación campaban a sus anchas, solo que las migajas eran más abundantes. Hoy esa precaria realidad se ha generalizado hasta extremos que creímos insospechados, y hemos tolerado que mientras entre todas pagamos rescates a la banca, se haya producido el mayor recorte en servicios públicos tan esenciales como la Sanidad y la Educación, o se haya puesto en cuestión la sostenibilidad del sistema público de pensiones, y se haya desahuciado a miles de familias de sus hogares.
Para rematar la faena, la corrupción generalizada, saqueando las arcas públicas, los recursos y dineros de todas y todos, hacen poco comprensible que toda la ciudadanía honrada y honesta de este país no diga basta ya. No dé una respuesta contundente, aunque las luchas autoorganizadas, como por ejemplo en la defensa de las pensiones, han desbordado y superado al sindicalismo oficial y a los partidos políticos, y son síntomas del cambio que se avecina.
Desde CGT estamos por la labor de cambiar el rumbo de los acontecimientos, luchamos en los centros de trabajo para mejorar las condiciones laborales, y estamos también en la calle, allí donde se nos reclama, exigiendo el derecho de todas a una vida digna. Denunciamos la corrupción en todas sus facetas y trabajamos seria, honesta y honradamente por cambiar esta sociedad que no nos gusta.
Articulo de Enric Tarrida publicado en Levante emv