Christian Felber tuvo una intuición: en los mercados financieros estaba lo gordo, pensó. Eso es lo que
había que estudiar con detenimiento, ahí estaba la raíz del problema. Conciencia ecológica no le faltaba. De hecho, ya
había pasado por Greenpeace. Pero el tomate estaba en la economía, una ciencia social que había que abordar teniendo en
cuenta aspectos éticos, filosóficos, morales.Tras
investigar y reflexionar, adentrándose en estudios de Sociología y Ciencias Políticas, el joven filólogo y psicólogo
austriaco, nacido en Salzburgo en 1972, convirtió su visión panorámica de las ciencias sociales en 50 propuestas para un
mundo más justo, que publicó en 2006.
El siguiente paso fue ponerse a indagar los valores en que se sustenta el
sistema capitalista: competitividad, rendimiento, crecimiento, beneficio. “¡Qué valores son estos!”, pensó. ¿No hay otros?
Empezó a
estudiar algunos de los que rigen el comportamiento del ser humano en sociedad como la ayuda, la cooperación, la
solidaridad. Y se encontró con que estos no estaban presentes en los mercados.
Pregunta. ¿El problema es que el dinero pasó
de ser un medio a convertirse en un fin?
Respuesta. Sí. El dinero, el capital, el beneficio. Si una empresa puede obtener ese fin más fácilmente
socavando la democracia y corrompiéndola, lo va a hacer; porque para una empresa la democracia es un fin menor, frente al
incremento de sus beneficios y su patrimonio. Si el fin de la empresa fuera el bien común, no corrompería la democracia.
Este es el núcleo.
Christian Felber pronuncia estas palabras en perfecto castellano en una
terraza, en Barcelona, con un calor que derrite el asfalto. El profesor de Economía Alternativa de la Universidad de Viena
pasó años de estudiante en Madrid. Explica que la definición de los valores, los objetivos y los medios le permitió poner
de manifiesto que el sistema vive preso del medio: el dinero.
Convirtió sus reflexiones en un libro,
Nuevos valores para la economía (2008), en el que diferenció valores, objetivos y medios del sistema capitalista. La
claridad de su exposición hizo que varios empresarios austriacos se le acercaran. “Me dijeron que eso era lo que llevaban en
las tripas, pero que nunca lo habían podido verbalizar de forma tan clara”.
La
interacción de Felber, portavoz en Austria de ATTAC (Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras y la
Ayuda al Ciudadano), con una docena de empresarios produjo el modelo de la economía del bien común, que aúna ética y
economía.
P. En La
economía del bien común, usted ofrece datos que muestran que la diferencia de renta entre ejecutivos mejor pagados y
operarios en las empresas ha pasado de una relación de 24 a 1, en 1965, a una de 325 a 1, en 2011. Propone usted que los
sueldos no superen 20 veces el salario mínimo. ¿Cuáles serían las primeras medidas que se tomarían en una transición hacia
una economía del bien común?
R. La
limitación de la desigualdad podría ser una de las primeras medidas, ya se está haciendo en Suiza. Cuando por primera vez
demandé esto, en 2006, y, por supuesto, no he sido el primero en hacerlo, me tachaban de comunista por proponer una
limitación de la desigualdad. Yo me considero liberal. Para salvaguardar las libertades hay que poner límites, por motivos
liberales. Pero la única libertad que no limitamos es la de la propiedad.
Este año, el
fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, propuso en Davos la limitación de la renta en el factor 20, es decir,
que los salarios más altos no sean veinte veces superiores al salario mínimo. Pero los medios de comunicación lo acallaron.
En
noviembre se va a hacer un referéndum en Suiza sobre la implementación del factor doce en las empresas. No es una propuesta
comunista; ni, utópica; entra en la lógica de los propios líderes económicos, que saben que si seguimos así vamos a
desembocar en una guerra civil. Esta no es una buena perspectiva para ellos tampoco, así que prefieren limitar la
desigualdad a perderlo todo y perder la paz.
El modelo de la economía del bien común
desarrollado por Felber es eminentemente práctico. Las empresas en vez de regirse únicamente por sus resultados, lo hacen
por criterios de utilidad social. Tan importante es que produzcan beneficios, como que respeten el medioambiente, remuneren
igual a hombres y mujeres, no exploten a sus trabajadores, creen empleo…
El instrumento, para las empresas, es el
balance del bien común, en el que se evalúan todos esos factores. Lo mismo con los países: el indicador del producto
interior bruto (PIB) es sustituido por el producto del bien común, un indicador que mide la calidad de la democracia, la
política medioambiental, el justo reparto de los beneficios generados, la igualdad, entre otros factores.
Han transcurrido tres años desde la
publicación, en agosto de 2010, de La economía del bien común (editado por Deusto). Más de 3.800 personas se han sumado a
la causa, además de 159 asociaciones y 1.277 empresas (más de doscientas españolas).
P. En su modelo, las empresas que mejor
velan por el bien común reciben incentivos, pero en este punto del proceso, ¿qué incentivos tienen las empresas para
sumarse a esta idea?
R. El
sentido es el más fuerte. A muchas empresas les importa saber por qué están haciendo lo que están haciendo y formar parte de
un sistema que tenga sentido, no de un sistema que vaya en contra de nuestra ética.
Se sienten
pioneros de una economía al servicio del ser humano. El balance del bien común es para ellos un instrumento de desarrollo
organizativo: la evaluación ética de lo que están haciendo les lleva a una metamorfosis.
En la plataforma en la que operan, las
empresas se prestan ayuda entre sí, incluida la financiera. Atraen a mano de obra ética y a clientes
éticos.
P. Una de
las claves de su modelo se basa en una apuesta por la democracia directa. Los ciudadanos son consultados más a menudo,
intervienen en los anteproyectos de ley, por ejemplo, gracias a las posibilidades que brindan las tecnologías
digitales.
R. A lo
mejor esta es la primera clave. Todo es posible con otro tipo de democracia que combine democracia directa, democracia
participativa y democracia económica. Los partidos están demasiado lejos del pueblo soberano.
La cultura
de la democracia directa está empezando, porque la gente se da cuenta de que los supuestos representantes no nos
representan. Para mí la solución es democracia directa, referéndums, asambleas democráticas para ciertos temas como el
sistema económico, monetario, los medios de comunicación…
P. Habla usted de un nuevo sistema democrático de la
economía…
R. Sí, pero
¿por dónde empezamos? Por los municipios del bien común, que organizan los procesos de participación ciudadana. El primero
es el desarrollo del índice de calidad de vida municipal, para saber cuál es la meta. Y, segundo, las asambleas económicas
democráticas, donde la ciudadanía define el orden económico, según sus preferencias, necesidades y valores. La economía del
bien común no es un modelo perfecto y acabado. Las cuestiones clave deben ser debatidas por los
ciudadanos.
P. Y aboga
por la denominada banca democrática, ¿cómo funcionarían los bancos?
R. Habría que empezar por descuartizar los bancos sistémicos, los que son
demasiado grandes y que están muy interconectados, motivo por el que se les rescata. Con eso conseguiríamos que el mercado
vuelva a ser mercado. Se ofrecería a los bancos la alternativa de orientarse al bien común, convirtiéndose en entidades sin
ánimo de lucro, como eran al principio las cajas de ahorros, para que pudieran gozar de ventajas ante el Estado. Si optan
por ser entidades con ánimo de lucro, se les retiran los apoyos del Estado, como, por ejemplo, el apoyo del banco europeo.
El Estado no contrataría con ellos, ni garantizaría los ahorros depositados en ellos.
Y si van a
la bancarrota, el Estado no tiene por qué salvarlos. A largo plazo, la idea es que todos los bancos estén orientados al
bien común, igual que los colegios, los institutos, las universidades.
P. Frente a la competencia usted propone
cooperación. Frente a la desconfianza, la necesidad de control y el miedo, generosidad, altruismo y solidaridad. Más de una
vez le habrán criticado por esta visión idílica y utópica de lo que pueden ser las cosas…
R. Sí, también me han dicho que van contra
la naturaleza humana.
La ciencia dice que la cooperación nos motiva de forma más fuerte que la competencia; que el ser
humano tiene una sensación de justicia innata y la capacidad de compasión, empatía, y el impulso espontáneo de ayudar a
otro, incluso los bebés de dos años lo tienen.
El hecho de que hoy en día seamos tan egoístas es porque lo aprendemos, no
es algo genético.
Cuatro
ideas
¿Una voz alternativa que debería ser escuchada? Teresa Forcades, monja española que clama contra el sistema. “Habla
del capitalismo sin miedo, con lucidez, y está comprometida con la democracia directa”.
¿Una idea o medida concreta para un mundo
mejor? “Democracia directa: referéndums y asambleas democráticas para definir un proceso constituyente”.
¿Un libro? No contest: The case against
competition (no hay caso: el caso contra la competencia), de Alfie Kohn. “Nos abre los ojos acerca de la cuestión de
la cooperación y la competencia”.
¿Una cita? “Una de Max Frisch: El problema del capitalismo es que el ser humano explota al ser humano. Y
en el comunismo es exactamente al revés”.
Joseba
Elola
Publicado en: El
País