Texto; Enric Llopis/Rebelión Fotos Miguel A. Morcillo
Hijo de un militante de la CNT y miembro de los ateneos enciclopédicos populares, el filósofo Heleno Saña (Barcelona, 1930) bebió muy pronto de las fuentes anarcosindicalistas. Pasó la infancia en Mataró, donde se hallaba la cooperativa “Forn del Vidre” (fundada en 1919) y donde su progenitor trabó amistad con el histórico militante de la CNT Joan Peiró (secretario general del sindicato en los años 20 y ministro de Industria entre noviembre de 1936 y mayo de 1937). El filósofo y ensayista reconoce que su aportación a la lucha antifranquista “fue muy modesta”. En Barcelona conoció al “facerías”. Trabajó un año como periodista en Madrid. Recuerda además cómo, a mediados de los años 50, “la CNT estaba llena de confidentes”. En 1959 se traslada a Alemania, donde hoy reside (más de un tercio de sus 40 libros publicados los ha escrito en lengua germana).
En la obra del filósofo y escritor pueden distinguirse dos partes, aunque con matices. En la primera (años 70), de corte más sociopolítico, se incluyen libros como “El anarquismo. De Proudhon a Cohn Bendit”, “La Internacional Comunista I y II”, “Cultura proletaria y cultura burguesa”, “Líderes obreros” o “El anarquismo”, entre otros. En la segunda etapa desarrolla su vocación humanista, con títulos como “Antropomanía: en defensa de lo humano”; “Breve tratado de ética: Una introducción a la teoría de la moral”; “Tratado del hombre”; “La derrota de Dios” y el último texto, publicado en 2013: “El camino del bien: respuesta a un mundo deshumanizado”.
-Tu obra gira, a grandes rasgos, en torno al movimiento obrero y al anarquismo, y en una fase posterior sobre cuestiones más espirituales y humanistas. ¿Qué opinión tienes de la Ilustración y las “luces”, tan denostadas últimamente?
Creo que es una fase importante de la edad moderna y supone un progreso histórico. Es el paso de la monarquía absoluta a un régimen no plenamente democrático, en el que se estableció el sufragio censitario (derecho electoral únicamente para los ricos). En ese sentido la Ilustración representa un progreso frente al feudalismo. Se trata, en definitiva, de la Revolución Burguesa, lo que representa un progreso. Pero a partir de un determinado momento, se da un retroceso, con la explotación de la clase obrera por parte de la burguesía (por ejemplo, las jornadas laborales de 16 horas en Manchester). Así, lo que en un principio constituye un progreso, se convierte en regresión. En la edad media los siervos de la gleba estaban esclavizados, pero el “régimen” manchesteriano era más duro aún. Con el tiempo los siervos de la gleba fueron refugiándose en las ciudades y consiguieron derechos. Ya no trabajaban 14 horas. Trabajaban mucho menos que en el capitalismo manchesteriano.
-Y la postmodernidad…
Es un movimiento cultural muy crítico con la modernidad y con los grandes ideales de la Revolución. Derrida, Deleuze y toda la pandilla… En nombre de lo que Derrida llama la “diferencia”, se vuelve al individualismo más insolidario y feroz. Tiran a degüello contra todos los ideales de la lucha obrera y la emancipación.
-Pero hay determinadas corrientes del anarquismo muy interesadas en Nietzsche.
Por ignorancia. En Nietzsche y también en Stirner. Nietzsche define su obra como “voluntad de poder”. Estaba loco pero ha tenido mucho “cartel” y ha sido muy estudiado. Se llamaba el “anticristo”. Lo positivo de Nietzsche, y es eso lo que abre la puerta a los anarquistas, es la definición que hace del estado como “el más frío de los monstruos”.
-Dentro de las dos grandes corrientes de la AIT tomas claro partido por el anarquismo, al tiempo que te muestras muy crítico con Marx y sus ideas. ¿No caben puntos de síntesis entre los dos idearios?
No hay puntos en común. Pienso que en lo personal Marx era un miserable. La manera en la que se portó con Bakunin y Proudhon, no sólo por motivos teóricos sino por envidia… Marx estaba introducido en determinados círculos, pero realmente Proudhon era mucho más conocido. Cuando se conocen en París, Proudhon era el teórico principal del movimiento obrero. Marx deja París y se traslada a Bruselas, funda una revista y le propone a Proudhon colaborar. Éste le dice que no, porque le ha dejado entrever que será una publicación “autoritaria”. Se trata de una carta célebre que he citado en algún libro. Marx era conocido entre una minoría de intrigantes, mientras que Bakunin era una personalidad europea. En el plano teórico, toda la fama que Marx tiene de genio, inteligente y superdotado, todo lo que Marx escribe, está sacado de Hegel, quien tenía una concepción determinista de la historia. Hegel pensaba que la historia caminaba hacia el espíritu universal. No suele decirse y es muy importante. Marx simplemente convierte el Espíritu Universal de Hegel como fin de la historia, en el reino de la libertad o sociedad sin clases. Y más importante aún: todo esto es un producto del profetismo judeo-cristiano, la secularización o laicización del profetismo judío, que es puro determinismo. Eso es intelectualmente Marx.
-¿Y “El Capital”?
Marx pudo estar empollando y reuniendo mucho material, pero la base filosófica de la que parte es un camelo. En “El Capital” Marx afirma que la sociedad sin clases llegará de manera irreversible, como las leyes de la naturaleza. Sostener que el mundo un buen día va a convertirse en un paraíso… Eso dependerá de la conducta de la gente, es algo que está por decidir.
-En alguno de tus libros te refieres a un humanismo “obrero” que se ha destacado muy poco, frente al humanismo renacentista que podían representar Leonardo da Vinci, Erasmo o Luis Vives. ¿En qué consistiría este humanismo proletario?
Lo explico en aproximadamente 20 páginas del libro “La Revolución Libertaria”. Las figuras intelectuales (Anselmo Lorenzo, Seguí, Peiró…) eran obreros, eran humanistas, pero con la diferencia de que no se trataba de un humanismo teórico. Ellos trabajaban. También abordé este asunto en “Cultura Proletaria y Cultura Burguesa”. No eran humanistas “de cátedra” sino humanistas de hecho, porque lo cierto es que la burguesía ha tendido a valorar el trabajo de eruditos y profesores de universidad. ¿Dónde podía apreciarse este humanismo proletario? En la conducta y la ética personal, que es lo decisivo. Uno de los grandes errores es creer que la actitud personal de alguien en relación con sus semejantes depende de los estudios superiores. La experiencia me ha demostrado, por el contrario, que la gente más honesta son las clases asalariadas. Y conozco también, por mi experiencia, la vanidad de los intelectuales de salón.
-En plena crisis económica, pero también de valores, con individuos que naufragan aislados, atemorizados y con un porvenir nada halagüeño, ¿qué papel ocupa la filosofía y qué autores recomendarías?
La cultura griega en general, como fundamento de la cultura universal, y especialmente en Sócrates, que era a la vez la humildad personificada y el fundador de la cultura dialógica. El diálogo me parece clave en la relación interhumana. Y el “conócete a ti mismo” socrático. También Platón, a quien la gente critica, y con razón, porque tiene una concepción elitista del estado, pero tiene –y no se dice- algo positivo y a mi juicio esencial. La tesis de Platón era que la verdad de la persona está en su propio interior, y que lo que la persona sabe no lo aprende de fuera, sino concentrándose en sí mismo. Es la anámnesis, que es reminiscencia. Ésta es la contrapartida de la autoalienación de la gente, cuando se deja llevar por las modas y la ideología burguesa. Resaltaría además el estoicismo, que niega la idea de patria, se definen como “cosmopolitas” (ciudadanos del mundo) y cultivan la virtud (algo propio de la cultura griega). Epicuro y la escuela cínica tienen también aspectos simpáticos.
-¿Y en cuanto a filósofos contemporáneos?
Uno de mis predilectos en la actualidad es Albert Camus. Hijo de madre mallorquina, sin ser específicamente anarquista Camus tenía una sensibilidad libertaria. Hay algo muy bonito y que le retrata. En su libro autobiográfico (publicado Post mortem) “El primer hombre”, afirma: “Es tan triste ser vencido por alguien como vencerle a él”. Pero antes citaría a Simone Weil, libertaria, y que combatió en la Columna Durruti. Era un símbolo de bondad. De familia agnóstica, por sí misma empezó a creer en Dios por un impulso personal. Aunque procedía de una familia rica de origen judío, se fue voluntariamente a trabajar en una fábrica para conocer las condiciones de vida de la clase trabajadora. Escribió el libro “La condición obrera”. Para mí Simone Weil es un ejemplo. A pesar de creer en Dios, nunca quiso entrar en una iglesia porque estaba en desacuerdo con la actitud de la iglesia. Era, en definitiva, una libertaria y partidaria de la autogestión que reivindicó la cultura obrera. En la segunda guerra mundial, durante la ocupación francesa, se exilió y cayó enferma. Se negaba además a comer por solidaridad con la gente que estaba sufriendo las consecuencias de la segunda guerra mundial. También era una mujer muy culta (una gran admiradora de la cultura griega).
-Sobre las nuevas tecnologías hay un gran debate, similar al que Umberto Eco recogió en su día sobre la cultura de masas, en el que se posicionan “apocalípticos”, “integrados” y “equidistantes”. ¿Está configurando Internet un ser humano nuevo?
Sí, por el culto a la velocidad, a la eficacia y a la mecanización que conduce a la robotización del ser humano. Es la parte negativa de la técnica. Lo que en un principio constituía un progreso, se convierte en un retroceso. El teléfono, por ejemplo, nunca representó esa sacudida traumatizante. Era una cosa práctica y sencilla a diferencia de Internet y las nuevas tecnologías, que conducen a una dependencia, robotización y a la muerte de la cultura dialógica.
-Otro asunto del mundo de hoy es el imperio de la estadística y de los números. Cualquier argumento parece banal si no está acompañado de una miríada de números, datos y citas…
En mi caso cito muy pocas estadísticas. Creo que todo esto es una secuela del pragmatismo y el positivismo. Se considera las estadísticas como la realidad, como la referencia definitiva a la hora de resumir la realidad, pero sin atender a lo que hay detrás. Todo esto forma parte de la ideología burguesa. Se trata de eliminar la autorreflexión sobre los hechos y sustituirla escuetamente por números. Eso, unido a la manipulación de las conciencias…
-¿Influye la Economía y el gran predicamento que han alcanzado los economistas?
El “Homo Economicus” es una categoría sociológica inventada por la burguesía, un invento capitalista. No existía en el mundo griego (Zoon Politikon) ni medieval (Santo Tomás de Aquino hablaba del “Homo socialis”). Se trata, por tanto, de una simplificación y deformación de la naturaleza humana. En esto hay que ir con los clásicos. La burguesía reduce al hombre a lo que ellos son: valor de cambio y mercancía. En la estratificación social por fortuna y profesión, si uno es obrero puede ser sustituido y es una escoria. Pero a mí me aburren los economistas… La cosa sencilla es que la burguesía ha convertido a la persona en un objeto material. Entonces, ¿qué es la economía? Algo tan sencillo como el reparto y la justicia distributiva. En las colectividades españolas de 1936 a 1939 no había ningún problema.
-Y otro imperio, el de la urgencia y la velocidad.
Asistimos desde hace tiempo a la eliminación sistemática de la quietud y el reposo, que es una condición previa para autorreflexionar. La gente ya no pasea, sino corre. Hace poco he estado en Madrid y me he quedado horrorizado. Bajé en el Metro por la parada de la Puerta del Sol y la gente, corriendo, empujaba. Es una auténtica locura, la robotización del individuo, la conversión en máquina… Y luego está el autismo de los auriculares y los teléfonos móviles.
-Por último, en el libro “El camino del bien. Respeto a un mundo deshumanizado” pones de relieve el valor de la humildad. ¿Por qué consideras importante esta virtud?
Creo que una persona ha de ser humilde. Siempre me han fastidiado los que van presumiendo o aspiran a mandar, y pienso que es un problema de educación. No hemos de crear jerarquías entre las personas, como hacen las clases rectoras. Ello ha surgido en mí como rechazo instintivo a la vanidad que se ve por todas partes. Ahora bien, no hay que forzar esa humildad: es un estado natural. El cristianismo original practicaba la humildad; era el cristianismo de los evangelios y catacumbas, donde se compartía todo y reinaba la hermandad, que se daba de patadas con la práctica de la iglesia ya institucionalizada. Es lo que en el movimiento obrero se llamó solidaridad.