Un pequeño acercamiento a los hombres, asesinados por los golpistas de julio de 1936, cuyos restos se exhumarán el próximo mes de diciembre del cementerio de San José.
Ya se pueda «romper la memoria como un mástil», «nada desaparece aunque todo derive a una cosa fantasma» (García Montero, Un invierno propio). A fantasmas, sin nombre siquiera, sábanas blancas, no más, flotando en la memoria de sus seres queridos, innombrables incluso, durante años que se cuentan de diez en diez… A fantasmas, a seres difuminados que causan miedo y dolor, a eso fueron reducidos los hombres asesinados por los golpistas del 36. Y quizás este fue el triunfo absoluto de los traidores a la Segunda República. El de lograr cavar un hoyo grande, como una fosa común, para depositar la memoria de un pueblo y echarle tierra, miedo y sinrazón encima. Enterrada, bien enterrada.
Y así se olvidaron los nombres de los muertos, incluso se olvidó que en Cádiz casi no hubo guerra sino un ensayo de la brutal represión que se extendería por todo el país (Alicia Domínguez, El verano que trajo un largo invierno). Pero nada desaparece del todo y la historia se puede exhumar de la tierra blanda de los cementerios. Sólo hace falta voluntad política y ciudadana y, al parecer, ambos condicionantes van a propiciar la exhumación el próximo mes de los restos de quince de estos hombres convertidos en fantasmas por una dictadura letal y una democracia olvidadiza. Pero, ¿quiénes eran?, ¿qué les condenó al extrarradio de la memoria colectiva? El trabajo de los historiadores José Luis Gutiérrez Molina y Santiago Moreno, que nos facilita Antonio Chico de la Plataforma para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cádiz, ayuda a arrojar luz sobre estas historias por desenterrar.
¿A cuántos hombres colocaron frente al pelotón aquel fatídico 19 de octubre del 36 en los fosos de Puerta Tierra? De los quince cuerpos que serán exhumados, cuatro seguro. El de Alfonso es uno de ellos. Lo que está más en el aire es si pasó los cuatro días anteriores en la prisión provincial y si salió de allí pensando que lo llevaban al penal de El Puerto…
Un elemento anarquista peligroso (Informe del Ayuntamiento de Cádiz sobre Procesados por el Juzgado Delegado de la Comisión Provincial de Incautaciones); cenetista y masón (en su expediente no aparece número, ni logia, ni localidad); sospechoso de haber participado en un asalto de la cárcel de San Fernando y atentar contra el director del Banco de España. A Manuel, herrero de 33 años, el nuevo régimen se lo quiso quitar de en medio en su afán de aplastar toda la militancia política y sindical contraria a su ideario. Manuel se escondió, como tantos, pero lo encontraron el último día de marzo del 37. En la Facultad de Medicina, un 2 de junio, un consejo de guerra lo condenó a muerte.
Dicen que se opuso al Golpe como un jabato, que dirigió el asalto de la Audiencia Provincial en la plaza de la Reina, dicen que patrullaba las calles armado en defensa del gobierno legítimo de su país, de su ciudad… Si fuera verdad, y a la luz clarificadora de la democracia, diríamos que José, este chirigotero que salió en ‘Los maños’ y dirigió ‘Los pichis musicales’, fue uno de los mártires de la Segunda República en Cádiz. Pero la locura dictatorial todo lo volvería del revés… 37 años, carpintero, de la CNT (¡y de su directiva!), José era un activista social y un hombre convencido y orgulloso de sus ideas (hubo quien dijo que pertenecía a la Federación Anarquista Ibérica), así ya contaba con antecedentes en conflictos sociales en años anteriores. Un blanco fácil. De hecho, José fue el primer procesado en los Procedimientos Sumarísimos de Urgencia, un 8 de marzo del 37 tras 6 meses en la cárcel. La pena de muerte se dictó en consejo de guerra el 19 de abril y se cumplió diez días después.
A José lo fueron a buscar a su casa en enero del 37. Dijeron sus denunciantes que amenazó de muerte al municipal que le recomendó que tiñera de negro la camisa roja que llevaba puesta. También acusaron al mariscador que trabajaba en un puesto de pescado de la Plaza de participar en actos vandálicos en oposición al golpe, al igual que otros chavales que ya habían sido asesinados por la misma causa. Su caso no fue una excepción. Juicio sumarísimo y pena de muerte que se llevó a cabo el 7 de agosto. Apenas tenía 20 años. José, de la CNT, de las Juventudes Socialistas Unificadas, fue una de las víctimas de la «violencia institucionalizada del régimen» (Alicia Domíguez), violencia revestida de una apariencia pseudolegal.
En Doctor Dacarrete, 6, en casa de su tía, allí se escondió Francisco. Debía mantenerse oculto. Corresponsal de Mundo Obrero y amigo del dirigente comunista Francisco Rendón, los golpistas lo acusaron de «extremista», de participar en la resistencia el 18 de julio del 36, de custodiar dos armas que le entregó el concejal comunista Juan Camerino Benítez y de llevar a la cárcel el dinero del Socorro Rojo Internacional. En la oscuridad en tiempos oscuros estuvo este trabajador de Astilleros de 31 años, del PCE y de UGT, hasta que la Guardia Civil vino a por él un 4 de marzo del 37. Compartió PSU y condena con Manuel Beardo, en abril del 37. El último día de su vida fue el 25 de junio de 1937.
Su defensor pidió la absolución. El fiscal, la pena de muerte. Él, hasta negó el hecho anticlerical, hasta pidió incorporarse a la Legión. Se le denegó, claro. Con 22 años cumplidos, lo que encontró Cristóbal Cosano en los fosos de Puerta Tierra fueron las balas agujereando la vida que tenía por delante. Al joven de San José, de la calle Cropani, el Servicio de Investigación de Falange lo acusó del asalto de la iglesia de su barrio y de levantar barricadas en la carretera de acceso a la ciudad. Y era de la CNT. La Guardia Civil lo detuvo en septiembre del 36 y en marzo le abrieron el Procedimiento Sumarísimo de Urgencia que derivó en consejo de guerra el 16 de abril. No vio mayo.
No llegó al penal de El Puerto. Antes lo matarían en los fosos de Puerta Tierra. José Blandino, carnavalero de la calle Sagasta, 48 fue otra de las víctimas del terror indiscriminado del 36. A la Prisión Provincial lo llevaron un 14 de octubre para, cuatro días después, ser trasladado a la prisión de El Puerto… Nunca llegó. Lo que llegó fue su cuerpo inerte al cementerio de San José. Nunca llegó a saber que en 1955 algunos compañeros homenajearían a la última agrupación en la que salió ‘Los excéntricos’ (1936). También se fue José sin saber que el autor de esta agrupación, Juan Ragel, llegaría a la Cárcel Real el día 31 de octubre de donde salió el último día de diciembre. Corrió peor suerte, sus restos nunca se encontraron.
Antonio sólo tiene su nombre. Ni siquiera su segundo apellido (es Moreno en las listas de Alicia Domínguez). Antonio es una de las víctimas de la fase aguda del terror (entre julio y diciembre del 36). Antonio no tiene edad ni domicilio. Sólo una fecha ligada a su nombre, 19/10/1936. Día en que lo mataron, día en que lo enterraron.
Lo encontraron sin vida en los alrededores de la Plaza de Toros. La Plaza de Toros, los fosos de Puerta Tierra, la misma tapia del cementerio, Valcárcel… Los escenarios de la foto fija colgada para siempre en la última mirada al mundo. Los mataderos. A Andrés lo hacía todo Cádiz en la Prisión Provincial desde el 9 de septiembre del 36 (el Diario lo anunciaba al día siguiente) y, de hecho, en los libros del penal consta que fue entregado a la Guardia Civil el 30 del mismo mes para su traslado a la prisión de El Puerto. ¿Alguien llegó vivo? A Andrés lo encontraron al día siguiente. Muerto.