La Veranda de Rafa Rius
Conjeturemos por un momento que el tiempo, como quiere la teoría de la relatividad, constituye la cuarta dimensión. Pues bien, en este contexto, se conoce como horizonte de sucesos a la hipersuperficie que forma la frontera del espacio-tiempo, considerando que los sucesos que acontecen a un lado de ella en ningún caso deben necesariamente afectar a un espectador situado al otro lado. Además, para acabarla de liar, esta relación entre un lado y otro, no tiene por qué ser recíproca, es decir, que el hecho de que un suceso dado a un lado de la frontera, afecte al otro, no implica que un suceso del otro afecte al uno.
El concepto horizonte de sucesos puede aplicarse en diferentes situaciones aunque el más conocido aparece en astrofísica al hablar de agujeros negros. En estos, constituye una superficie esférica imaginaria a partir de la cual se genera un campo gravitatorio de tal magnitud que todo cuerpo sería inexorablemente absorbido en dirección al centro, en gran medida inefable, del agujero. Es decir, el horizonte de sucesos es el punto sin retorno, la frontera a partir de la cual el peligro de ser succionado para no volver a salir se convierte en fatalidad insoslayable: no existe otro suceso posible más que el de ser absorbido. Y eso vale para todas las partículas, incluidos los fotones -las partículas de luz- con lo cual nos quedamos a oscuras: no hay manera de observar lo que ocurre a partir de ese horizonte. Por otra parte, en torno a él existe una región llamada ergosfera cuyas partículas están en permanente rotación a unas velocidades, en algunos casos superiores a la de la luz, lo cual significaría que llegarían a su destino antes de haber salido, es decir que, en términos de tiempo, viajarían al pasado.
Todos estos conceptos pertenecen obviamente, al campo de las matemáticas y la física, pero haciendo una extrapolación arriesgada, nos podrían ser útiles a la hora de explicar algunas cuestiones pertenecientes a las humanidades, y no me refiero sólo al más evidente de la literatura de ficción científica, sino a campos como la sociología o la política.
Como digo, siempre es arriesgado hacer este tipo de extrapolaciones, pero también es cierto que nos pueden ayudar a entender algunas historias de las que nos pasan cada día. Cuando vivimos instalados en un caos de sucesos aparentemente contradictorios, cuando nos bombardean a diario con noticias confusas y terribles en las que el denominador común es nuestra impotencia para actuar sobre ellas porque las palancas de cambio que las modificarían pasan muy lejos de nuestro alcance, al menos nos queda el consuelo de intentar entender un poco mejor algo de lo que pasa, ayudados de la física.
Valga un ejemplo: la vorágine judicial con que nos obsequian a diario los medios. Docenas de casos de todo tipo de estafas, corrupciones, corruptelas y mamoneos varios llegan con agobiante impuntualidad al horizonte de sucesos de los tribunales de justicia. Con no menos agobiante asiduidad vemos como su instrucción se dilata en el tiempo para que, en los contados casos en que llegan a juzgarse, se sustancien con una declaración de inocencia o unas condenas ridículas que casi nunca llegan a cumplir y sin que por supuesto, veamos ni un euro de todo lo afanado.
En nuestro contexto histórico-geográfico, osease, en eso que llaman la España del siglo XXI, hay una hipersuperficie judicial a partir de la cual, una fuerza gravitatoria descomunal, se traga todos los asuntos que andan zascandileando por sus alrededores para engullirlos irremediablemente y hacerlos desaparecer en dirección a un agujero negro del que jamás saldrán. Los sucesos que acontecen a un lado de la justicia no llegan a hacerse inteligibles para los que nos hallamos al otro lado, y al parecer, viceversa. Nos hallamos entonces en un punto sin retorno a partir del cual, cualquier posibilidad de saber en cada caso lo que pasó y por tanto de establecer responsabilidades y recuperar malversaciones, desaparece por completo acompañado del epitafio de costumbre: “¡Qué le vamos a hacer, es lo que hay!
Ya lo sabíamos, pero lo repetiremos una vez más: la justicia, ese gigantesco agujero negro, es cualquier cosa menos justa.