Una triste noticia me ha llegado a través de Mireia Bañuls comunicándome que la compañera Gracia Ventura había fallecido la semana pasada a los 98 años de edad.
La vida de Gracieta, una mujer de temple, ha sido dura pero de una gran dignidad. La conocí en febrero de 1998 cuando fui a visitarla en La Vall d’Uixó (Castellón), donde vivía en compañía de su hermana Asunción. Me contó que nació en Borriana (Castellón) un 27 de mayo de 1918. Su padre, que era medio analfabeto, le enseñó a leer en un paquete de tabaco porque la escuela no le gustaba, la enseñanza era en castellano y ella era valenciano parlante.
Con 10 años empezó a trabajar, cosiendo en una sastrería. Pronto se afilia a las Juventudes Libertarias, hasta que los fascistas entran en Borriana en 1938, siendo la familia detenida y encerrada en el Convento de la Merced. Condenada a 20 años de prisión, es trasladada junto a su madre de 60 años y sus hermanas a la cárcel de mujeres de Saturrarán (Guipúzcoa), de donde saldría en 1944. Después entró a servir como criada en Valencia y luego se fue a trabajar de costurera a Barcelona.
Huye de España y comienza su exilio en Francia, llega a París donde trabaja como modista. En Toulouse, en 1954, conoce a José Peirats con quien se une y viviría hasta la fecha de su muerte en 1989. En los años 60 colabora con la Federación de Mujeres Libres en el exilio, participando en la redacción de la revista que se editaba en Montady, en la casa de Sara Berenguer.
En 1977 regresan a España, instalándose en La Vall d’Uixó, población natal de Peirats. Tras la muerte de su compañero se traslada a vivir a Barxeta (Valencia). De formación autodidacta era una gran lectora y colaboraba en diversas publicaciones como la revista alcoyana Siembra, de la Asociación Cultural Anselmo Lorenzo. Su casa siempre estuvo abierta tanto para los compañeros y compañeras como para las personas investigadoras que iban a visitarla para pedir información sobre Peirats y que descubrían la gran persona que era Gracieta.
Que la tierra le sea leve y así sea también el peso de su ausencia en nuestros corazones.
Rafa Maestre
Fundación Salvador Seguí