Florencia : “Vetrina Anarchica”, 3 de Oct. 2015
El carácter socio-histórico del mundo humano hace que siempre esté inmerso en un proceso de cambio, un proceso cuyo tempo es más o menos rápido según las épocas, y es obvio que la nuestra experimenta una fuerte aceleración del cambio. Nuestro mundo no solo se está volviendo líquido, como explica Bauman, sino que su fluidez evoca por momentos un torrente que se precipita hacia no se sabe donde.
El antagonismo político no permanece al margen de esa aceleración del cambio, y las manifestaciones de Seattle en el 99 anunciaban, sin duda, el inicio de un cambio de ciclo. Un cambio de ciclo cuya genealogía remite a elementos antecedentes como, por ejemplo, Mayo del 68, o el levantamiento zapatista del 94, pero que no se manifestó con total claridad hasta principios de los años 2000.
Ese nuevo ciclo promueve, entre otras cosas, el creciente desarrollo de formas no institucionalizadas de acción política, sustituyendo partidos, y sindicatos por movimientos, por redes, y por colectivos sociales.
Creo que para entender las coordenadas del nuevo espacio subversivo hay que recurrir a una especie de coktail analítico hecho de anarquismo, y de post estructuralismo de tipo principalmente foucaultiano.
Ahora bien, si esa mezcla, si ese coktail, resulta útil para descifrar esas coordenadas es, precisamente, porque la nueva realidad subversiva incorpora elementos que provienen tanto del anarquismo como del post estructuralismo.
Con independencia de esas consideraciones, lo que sí podemos constatar es que los multitudinarios eventos protagonizados por la nueva protesta, la proliferación de experiencias de economía solidaria con sus cooperativas y sus redes, o la multiplicación de centros sociales auto-gestionados, han configurado un amplio tejido alternativo que intenta escapar de la lógica capitalista, y construir al mismo tiempo instrumentos de lucha.
Es bien conocido que ese tejido alternativo reencuentra algunos principios anarquistas, tales como la horizontalidad, la acción directa, o la crítica de la representación, entre otros. No creo que sea muy útil repasar aquí esos principios, me parece más interesante acotar algunas de las dimensiones las más generales que conforman los nuevos espacios de la subversion. Mencionaré cinco de ellas:
*** En primer lugar, es obvia la gran importancia que ha adquirido el prefijo “auto” como principio organizador de esos espacios. Autogestión, e incluso imaginario de la autogestión generalizada. Autodeterminación, en el sentido de poder decidir sobre si mismo, como individuos o como colectivos. Autonomía, pero autonomía de verdad, la que no puede ser otorgada y solo se instituye ejerciéndola.
*** En segundo lugar, llama la atención el carácter prefigurativo de las políticas subversivas. En efecto, se considera que las acciones desarrolladas y las formas organizativas adoptadas, deben reflejar, ya, en sus propias características, las finalidades perseguidas, deben prefigurarlas, porque, como lo intuyó el anarquismo, la manera en la que se lucha nunca es separable de los fines que la animan.
*** En tercer lugar, se manifiesta el carácter presentista de las agendas políticas, los objetivos se desplazan desde su ubicación en el futuro hacia las practicas insertadas en la realidad inmediata. Y la mirada se descentra desde las macro transformaciones totalizantes, hacia los cambios limitados pero radicales. El cambio radical ya no es algo que está por acontecer, sino que se encuentra anclado en el presente, la revolución ya no se situa al final del camino recorrido por las luchas, sino que es constitutiva de la propia acción subversiva.
*** En cuarto lugar, sin olvidar que también el discurso es una practica, se privilegian aquellas prácticas que rebasan el ámbito discursivo, recalcando la importancia del hacer, más precisamente, del “hacer conjunto”, y de sus efectos concretos. En ese sentido, como bien señala el “Comité Invisible” en su último libro, lo importante en las plazas ocupadas fue el organizarse, el interactuar, el “hacer conjuntamente”, el convivir cotidiano, el construir colectivamente practicas compartidas, más que los discursos desgranados en la esfera de lo simbólico.
*** Por fin, un quinto aspecto consiste en la hibridación entre unas categorías que se consideraban hasta hace poco como mutuamente excluyentes. Esa hibridación propicia una imbricación entre lo politico y lo existencial, entre lo teórico y lo práctico, entre la ética y la política, fusionando, en definitiva, la esfera de la vida y la esfera de la política, como ocurre por ejemplo en los espacios donde las personas viven la cotidianidad de la autogestion.
Esos cinco elementos son tan afines al anarquismo, que se entiende perfectamente que este crezca a medida que se desarrolla el nuevo espacio subversivo. Pero, resulta, además, que son las propias condiciones del nuevo escenario ideológico, politico, y social, las que también favorecen el auge del movimiento libertario.
Si el termino no fuese tan polémico diría que ese escenario es el que se configura en el actual proceso de transición hacia la post modernidad, tanto si nos referimos con esa palabra a la materialidad de una nueva época histórica, o al entramado ideológico que pretende legitimar esa nueva época… deslegitimando la anterior.
Sin embargo, para no entrar en disquisiciones, prefiero “aparcar” esa palabra, y me limitaré a señalar que algunos de los elementos clave de nuestra época, por ejemplo, las Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación, no solo posibilitan el desarrollo de fenómenos sociales que carecen de estructuras jerárquicas, sino que ponen fin al monopolio de la eficiencia que ostentaban esas estructuras.
Pero no todo son rosas. “El lado oscuro” del nuevo escenario social despierta la sospecha de que, quizás, el actual desarrollo del anarquismo y de los nuevos movimientos sociales esté favoreciendo sin quererlo el asentamiento de esa nueva época que trae consigo, no lo dudemos, sofisticados dispositivos de dominación.
Por ejemplo, la exigencia anarquista de que el locus de las decisiones se situe en el ámbito local y de que sean los propios interesados quienes las tomen va, casualmente, en parecida dirección a la de los nuevos principios de la gubernamentalidad que están inspirando los procedimientos de “la buena gobernanza”.
Unos procedimientos que consisten, entre otras cosas, en dar voz a los interesados, en delegar poder, en compartir conocimientos, en conceder cierta autonomía y en ofrecer ámbitos de autogestion, todo ello con la finalidad de re-legitimar los actos de gobierno y, al mismo tiempo, de incrementar su eficacia.
Así mismo, el énfasis que el anarquismo pone sobre la libertad encuentra ciertas resonancias en el descubrimiento por el neoliberalismo avanzado del valor de la libertad como potenciador del rendimiento y como instrumento de sometimiento.
En efecto, la libertad y la autonomía se utilizan hoy para incrementar la eficacia del poder, las estructuras jerárquicas se flexibilizan, o incluso se rompen, para incrementar la sumisión de los sujetos o el rendimiento de los trabajadores, porque resulta que gobernar y gestionar en nombre, pero sobre todo en base, a la libertad permite conseguir que sean los propios gobernados y los propios trabajadores quienes contribuyan a mejorar los mecanismos mediante los cuales son gobernados y explotados.
Esa utilización de la libertad indica, sin duda, que el juego de las relaciones existentes entre el poder y la libertad no se reduce a una relación de mutua exclusion, sino que es bastante más complejo de lo que suponía tradicionalmente el anarquismo.
El hecho de que se manifiesten algunas consonancias entre el anarquismo y los nuevos dispositivos de dominación exige, probablemente, una reflexión critica que desemboque sobre eventuales reformulaciones.
Por ejemplo, frente a la instrumentalización de la libertad el anarquismo debería dejar de referirse genéricamente a la libertad y expresarse siempre en términos de equalibertad, es decir, la libertad y la igualdad formando un único e inextricable concepto que une, indisolublemente, la libertad colectiva y la libertad individual, a la vez que excluye totalmente la posibilidad de pensar la libertad sin la igualdad, o la igualdad sin la libertad.
Así mismo, creo que habría que espolear la reflexión anarquista sobre la naturaleza del poder en la sociedad actual, y, en ese sentido, el análisis que hace el “Comité Invisible” cuando desplaza el poder desde los Parlamentos y la esfera de la política institucional, hacia las infra-estructuras, es extraordinariamente valioso.
En efecto, si ayer, como decía Foucault, una parte del poder estaba inscrito en las piedras del Panóptico, hoy está inscrito en las grandes infra-estructuras, tales como las vías y las redes de comunicación y de transporte de personas, de objetos, pero también de energía, de información etc. Ya no hay que recurrir a la ideología, ni a la fuerza, cuando es la propia tecnología la que dicta, o encauza, nuestras conductas.
No es casual que algunos de los nuevos movimientos ataquen las grandes infra-estructuras, sin embargo, no basta con actuar en términos reactivos frente a los grandes proyectos. Para hacer posible una eventual transformación radical de la sociedad se requieren unas estrategias que tomen en cuenta el factor socio-tecnológico en toda su complejidad.
Y, ya para concluir, mi sentimiento es que los nuevos movimientos sociales y un anarquismo renovado se fecundan mutuamente y comparten un amplio repertorio común. Sin embargo, aun necesitan un enorme esfuerzo de creatividad política, una creatividad política que se ira manifestando, poco a poco, al compas de las prácticas insumisas, más que a la luz del discurso teórico.
Tomás Ibáñez
(Versión completa del artículo publicado en Rojo y Negro nº 295 de noviembre: http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro295_0.pdf)