Después de unos días y visto con
cierta perspectiva, es preciso observar desde la distancia y la objetividad el terrible accidente de Santiago. Tras el
bombardeo mediático y el linchamiento interesado al maquinista, se empieza a diluir la tragedia en ámbitos generales para
permanecer sólo en los hogares de quienes nunca la olvidarán.
El inmenso dolor de las víctimas y de sus
familiares y amigos es compartido por toda la sociedad, y no puede dejarnos indiferentes de ninguna manera, al igual que el
fatídico accidente del Metro de Valencia, es nuestra obligación, exigir responsabilidades a todos los niveles.
Ayer,
como hoy, podemos extraer unas conclusiones definitivas y demoledoras, una baliza de unos cientos de euros, hubiese evitado
la catástrofe. Este hecho, además, se transforma en sumamente grave después de los 93.000 millones de euros que el Estado
se ha gastado en infraestructuras de Alta Velocidad.
La privatización del ferrocarril es un hecho que sólo ha podido
paralizar el duelo a las víctimas, el Consejo de Ministros del pasado viernes 26 no se atrevió a dar el paso, también CGT
desconvocó las huelgas que anunció para el día 31 contra esa misma privatización por respeto a las víctimas. Parece obvio
que la venta de los operadores ferroviarios no hará aumentar las partidas presupuestarias destinadas a seguridad de los
nuevos operadores, guiados, sin duda, por cuentas de resultados economicistas.
La línea de Ourense a Santiago se
inauguró en noviembre de 2011, evidentemente bajo los parámetros del Reglamento General de Circulación Ferroviaria, con las
garantías de seguridad que ello implica, al igual que el convoy, que también circulaba dentro de estos márgenes, pero,
parece evidente que no fue suficiente, que la chapuza en los últimos kilómetros ponía una piedra en disposición de
tropezar. No sólo hay que garantizar la seguridad en ciertos aspectos, debemos hacerlo en todos.
Uno de los
condicionantes que quedarían fuera de este paraguas de seguridad serían los cambios de velocidad en los libros horarios,
que van variando según los trayectos, y que, en condiciones normales, no realizan cambios tan bruscos, pero tampoco es el
único que existe en la red.
Parece inaudito que teniendo dos de los sistemas de seguridad más avanzados que existen en
el mundo, el ERTMS y el ASFA Digital, puedan quedar lagunas de seguridad en puntos tan críticos como el Km 84.2 de la línea
Ourense a Santiago, donde, cualquier circunstancia que impida actuar al maquinista en 35 segundos, pueda desencadenar la
segunda mayor tragedia ferroviaria de la historia del ferrocarril español.
Las palabras del presidente de Renfe
empeñándose en afirmar que sólo hay un culpable y que la seguridad estaba cubierta, no pueden causar más que estupor y una
cierta indignación que debe rebelarnos para exigir una investigación exhaustiva que depure responsabilidades en todos los
estamentos y, sobre todo, que impida, con todos los mecanismos disponibles que este accidente sea el
penúltimo.
Juan Ramón Ferrandis SFF-CGT, Valencia.