“En las próximas elecciones habrá dos opciones: PP y Podemos”
(Pablo Iglesias. El País, 18/01/15))
Cuando irrumpió Podemos hace ahora un año justo fuimos muchos los que peroramos sobre los efectos que semejante botadura podría provocar en el mapa político español. Mi criterio (perdón por la autocita) era que el nuevo partido iba a tener sobre todo un impacto determinante en el futuro de Izquierda Unida (IU). O bien la fortalecía convergiendo con la colación y favoreciendo el ansiado sorpasso, o lo que parecía más probable, la fagocitaría hasta convertirse en su ángel exterminador. El tiempo está demostrando que aquel el ovni político ha aterrizado para hacer de IU un expediente equis. Todas las encuestas fiables constatan que la gran víctima de Podemos es la organización de Cayo Lara, que volverá a posiciones de marginalidad electoral cuando las urnas del actual 2015 arrojen su veredicto.
Ante esa prospectiva, caben todo tipo de reacciones. La más frecuente sin duda, anclada en la vetusta tradición del tancredismo, es la considerar estas estimaciones como fruto de una oscura conspiración para debilitar a la “izquierda real”. Se trata de una salida de pata de banco que bebe en el conformismo que ha hecho del socialismo autoritario una ideología que se afirma más por el victimismo que por sus realizaciones. Fue una decisión de la dirección de la formación la que impidió antes de las elecciones europeas del pasado 25-M la fusión entre la veterana IU y el entonces imberbe Podemos. Y ahora, debilitada la coalición por el fuego amigo, ya no cabe vuelta atrás. O sí, pero aceptando las condiciones de OPA que el nuevo partido imponga, cómo y cuándo quiera.
En realidad el decrecimiento político de Izquierda Unida ha venido siendo la crónica de una frustración anunciada, solo solapada por un coyuntural repunte favorecido por el descrédito del duopolio dinástico gobernante, que ahora también capitaliza Podemos. Prueba de ello son las continuas sangrías de escisiones y deserciones de todo tipo que se han producido en su seno, en la estela de aquel pionero trasvase de cuadros que la matriz del PCE facilitó al PSOE a rebufo de la experiencia de los ayuntamientos socialcomunistas. Baste citar el caso de la Nueva Izquierda (NI) de Diego López Garrido y Cristina Almeida; el fichaje de la alcaldesa de Córdoba Rosa Aguilar en pleno zapaterismo; la fuga de Espacio Alternativo (EA) para fundar Izquierda Anticapitalista (IA) o la defección de Inés Sabanés para entrar en Equo, por poner el foco solo en unos cuantos mojones. Tachar todos estos desgarros de operaciones desestabilizadoras, como suele hacer la nomenklatura de IU, apenas da para estimular el propio ego y cebar un suicida espíritu de bunker.
La realidad, sin embargo, es bien distinta. Izquierda Unida está recogiendo lo que han sembrado sus mandatarios: una arraigada falta de democracia interna. Posiblemente por la desigual relación de fuerzas que siempre ha operado en su seno, como demuestra el hecho visible de que sus principales representantes en las instituciones procedan de la acreditada cantera del PCE (Cayo Lara, Diego Valderas, José Luis Centella, etc.), nunca terminó de consolidarse como referente solvente de la izquierda alternativa. Su pulsión ha estado más orientada a alcanzar el poder, incluso al coste de aliarse con su adversario de la otra orilla en horas de abismal corrupción. Lo que a la larga degeneró en situaciones de clamoroso oportunismo político. Como cuando ha intentado abanderar la defensa de la República sin acto de contrición por aquellos de sus dirigentes que años atrás abrazaron patrióticamente la segunda restauración borbónica. ¡Un 14 de abril de 1977!
La bulimia de poder que ha guiado la hoja de ruta de IU ha cristalizado concurriendo en gobiernos de todos los colores. Con voz, voto y podio junto al PSOE de los EREs en Andalucía. O bajo la forma de apoyo-bisagra en la investidura del PP extremeño o en la Asturias socialista del pestilente affaire Marea. Un déficit de valores democráticos que, tras su recorrido por las autonomías del sablazo y el desfalco, ha terminado estallando también en IU-Madrid, el epicentro de la coalición. Las luchas fratricidas entre el clan de las tarjetas black, con pesos pesados del aparato del PCE como Ángel Pérez, Gregorio Gordo o Miguel Reneses en la trama, y el lobby Aúpa, la empresa favorecida por Tanía Sánchez y su padre en su etapa de concejales en el municipio de Rivas, ha terminado en ese “y tú más” que suele anticipar las demoliciones por carcoma.
Sin que se atisbe una salida de emergencia. Partir de cero, a pocos meses de los comicios municipales y autonómicos, se antoja poco menos que utópico. Se necesitaría que los históricos de la cúpula de IU que fletaron a José Moral Santín para la vicepresidencia de Bankia (y tantos secretos de inconfesables cobijan) se hicieran el harakiri, y que la recién elegida como cabeza de lista para las primarias en la comunidad pasara a la reserva. Porque si los primeros representan un cáncer moral para Izquierda Unida, la flamante candidata es ya una apestada perseguida por la sospecha, aunque sus fieles traten de reflotar sugiriendo la mano negra de otro “tamayazo”. El resultado es un regalo para Podemos: todos los partidos de primera división, PP, PSOE e IU, comienzan este trascendental año electoral con muertos de postín en su fondo de armario.
Por eso, la jaculatoria de Pablo Iglesias que el diario del lobby financiero destaca en la portada de su edición dominical (un millón de ejemplares) no debe tomarse a beneficio de inventario. Podemos puede lograr lo que el franquismo no consiguió: acabar con el nominalismo de una oposición que en la práctica nunca se opone. De ahí el titular con que el rotativo encabeza la entrevista en páginas interiores: “Las ideologías sirven poco. El juego de izquierda y derecha es de trileros”. Si sorprendente es el éxito popular del nuevo partido Podemos, mucho más es el hecho de la súbita conversión de sus líderes, que de estar políticamente comprometidos con Izquierda Unida (IU) han pasado en sólo un año a afirmarse como sus enterradores. Porque no otra cosa significa esa llamada al voto útil: que votar al PSOE o a IU es un desperdicio. No hay mejor astilla que la de la misma madera.
Nota. Al cerrar esta edición se ha conocido que el histórico de Podemos Juan Carlos Monedero posee una empresa unipersonal que en solo dos meses del año 2013 facturó 425.150 euros (unos 70 millones de las antiguas pesetas), por trabajos de consultoría realizados a distintos clientes, entre otros el Banco Central Europeo (BCE), sin que al parecer haya devengada IVA. Y sabemos también que desde el nuevo partido, a través de Carolina Bescansa, se ha justificado esa actividad afirmando “que se sepa en España no es delito tener una empresa” y atribuyendo revelación a una campaña insidiosa. O sea, de nuevo la conspiración judeo-masónica si se trata de “uno de los nuestros”. Según la cúpula de la nueva estrella del tablero político es normal que uno de sus dirigentes facture sus trabajos como S.L. para pagar menos impuestos y no como autónomo. Normal también que la élite de la formación que piensa declarar la guerra al paro si llega al gobierno constituya empresas extractivas que no generen empleo. Y normal, en fin, trabajar por uno de los pilares de la troika, el por ellos justamente denostado BCE. En esto llueve sobre mojado. El director de la Fundación Ideas, Carlos Mulas, al tiempo que aportaba arsenal ideológico al PSOE para combatir las políticas austericidas del gobierno del PP, asesoraba al FMI aconsejando aplicar a Portugal la purga social que aquí su propio partido denunciaba.
Rafael Cid