Entrevista a Manolo Bayona y Jesús Arteaga (“Jipy”), activistas y miembros de la iniciativa Amnistía Social.
La propuesta Amnistía Social reivindica, entre otros puntos, la supresión de todas las causas penales abiertas en los juzgados, que se deriven de protestas contra las políticas de recorte de los derechos laborales y sociales. También la derogación de la ley del menor, la de Extranjería y el cierre de los CIE; y la “erradicación de las prácticas policiales abusivas”, se trate de listas negras, montajes o torturas. Manolo Bayona, de 62 años, y Jesús Arteaga (“Jipy”), de 60, son activistas y miembros de la iniciativa Amnistía Social. No son pocas las organizaciones que plantean la necesidad de las “dos patas” en la lucha emancipadora: una en la calle y la segunda en las instituciones. Ellos anteponen la calle. Manolo Bayona participa en Baladre Internacional, coordinación de luchas contra la desigualdad, el empobrecimiento y la exclusión en cualquiera de sus formas. “Jipy” dedica una parte de su tiempo al Projecte AU, iniciativa de economía solidaria y de autogestión de la Asamblea de Paradas y Precarias de CGT-Valencia. También es músico, en los grupos Skaparápid y Kanas Free (ulldtro).
-La iniciativa Amnistía Social -entendida como una respuesta colectiva y desde abajo a la represión- celebrará el próximo encuentro estatal el 10 y 11 de febrero de 2017 en Salamanca, un año y medio después de la primera asamblea en Madrid…
-Manolo Bayona: Ante una sociedad con leyes injustas, lo que implica tener que desobedecerlas, te responden con la criminalización. La Amnistía Social implica saldar cuentas, es decir, ni debía ni debo nada. En todo caso, me lo deberían a mí. Pero hay que superar este marco legal. Para vivir y ganarnos la vida durante estos últimos 70 años hemos tenido que hacer cosas muy básicas, como la apropiación de bienes comunales u ocupar viviendas. Es el marco legal de protofascismo, el fascismo, el capitalismo y el patriarcado el que ha regido todo esto.
-Jesús Arteaga (“Jipy”): La Amnistía Social es muy importante por una cuestión de justicia. La justicia social requeriría saber por qué las personas están en una determinada situación que les aboca a cometer un delito. Además, amnistía implica olvido: lo que sirvió un día para castigarte, hoy desaparece. Ésta es la base teórica de cualquier tipo de amnistía, que se diferencia del indulto y el perdón en que aquélla implica un esfuerzo por reconocer que el marco legal vigente -cuando cometiste un delito- era injusto. Porque las leyes son siempre un producto de la correlación de fuerzas. En muchas ocasiones te sancionan, cumples una pena y sales, pero después queda un fichero con antecedentes.
-¿Cómo empieza un recorrido de tantos años como activistas sociales?
-MB: Empecé a los 16 años en el barrio de “La Sagrada”, en A Coruña, un barrio obrero y con numerosa población excluida. Allí participé en el movimiento juvenil y vecinal. A lo largo de los años he trabajado, fundamentalmente, en lo comunitario, en el ámbito de los parados y los excluidos. Entre 1982 y 1998 en la asamblea de parados de Gasteiz, que es uno de los grupos que da origen a Baladre. También en el movimiento vecinal Abetxuco de Gasteiz, sobre todo desde 1986. Mi diplomatura dice que soy trabajador social, pero lo que me interesa es la desprofesionalización y la desmercantilización del trabajo social. Durante los últimos años trabajo principalmente en Baladre, Coordinación de luchas contra el paro, el empobrecimiento y la exclusión social. Una de nuestras propuestas medulares es la Renta Básica de las Iguales (RBI).
-JA: Procedo del movimiento autónomo, obrero y consejista de finales de los años 70. Formé parte de “Topos Obreros”. Cuando llegó la Transición y los procesos de desindustrialización, en los años 80, mucha de esta gente cae en el desempleo y la precariedad. En este punto surge una segunda fase, con la presencia del ecologismo, el comunitarismo, los medios de comunicación libres, las okupaciones y el trabajo cooperativo y autogestionado (participé por ejemplo en la formación de “El Rastrell”). Se generó entonces todo un movimiento no estructurado de contestación al sistema. A partir de ahí me vinculo al movimiento alternativo y libertario. Tomo parte en el impulso inicial de la Feria Alternativa de Valencia, donde participo en la organización durante los primeros 17 años. Y en ese contexto, me da por la música. Participé activamente en la Okupación del Kasal Popular, a finales de los años 80 y durante los 90. Allí nació Skaparápid, grupo del que fui cantante.
-¿Cómo han evolucionado el activismo y los movimientos sociales durante las últimas décadas?
-MB: En primer lugar, hay más mercado. Las estructuras de las organizaciones han apuntado progresivamente hacia la mercantilización y el desarrollo de servicios; y también hacia planteamientos muy elitistas. Desde los años 90 el activismo viene principalmente de las universidades. Se trata de sectores, por tanto, que incorporan sus análisis y valores a la acción sociopolítica. De ese modo va cerrándose el ámbito a los barrios, comunidades y parroquias de base, que cada vez aportan menos gente. Actualmente te encuentras con que hay personas más armadas intelectualmente, pero muy distanciadas del dolor, las carencias y el malestar, lo que les lleva al vanguardismo moderno. Su libro básico sería “Manual de guerrilla de la comunicación”.
-JA: Me parece que se ha producido un “salto” importante, cuantitativo y cualitativo, a partir del 15-M. Lo observo como un fenómeno espontáneo, que da un vuelco a la comodidad establecida dentro de la acción política y social. Actualmente hay más grupos activos, nuevas reflexiones y aportaciones, por lo que no comparto que todo tiempo pasado fuera mejor. Ciertamente la época que viví de Okupa resultó muy emocionante, pero hoy existen en Valencia una infinidad de casas okupas: en l’Horta, en el barrio de El Cabanyal, en el Parque Alcosa… Estas personas lo viven hoy con la misma pasión que yo en el Kasal Popular y además originan un mayor movimiento social que cualquier formación política clásica. Por ejemplo en la música, hay expresiones que le pegan veinte patadas… En nuestra época había grupos como Skaparápid, Maniática o Nocivo, mientras hoy existen a centenares. Si entonces era un éxito reunir a 5.000 personas, actualmente los grupos te juntan a 50.000. Lo que creo que falta hoy, al igual que entonces, es dar el salto de lo local a algo más global y compartido. Estamos mucha gente en muchos frentes, sin embargo faltan espacios de confluencia. Pero, ojo, hablo dentro de los antagonistas…
-¿Qué fenómenos represivos son los más invisibilizados y ocultos para el ciudadano medio que se informa a través de la televisión? ¿Dónde se localizan estos silencios atronadores?
Se producen unas confusiones enormes en las llamadas sociedades de la comunicación, que ciertamente han tenido un gran éxito en la tarea de ocultación; porque la gente llega a dudar incluso de lo que vive. Y esto es algo nuevo. Antes, en el territorio se compartían las experiencias y la comunicación era casi directa, por ejemplo se decía: “Hoy me ha machacado el jefe en la fábrica”. Actualmente tenemos unos aparatitos virtuales y rectangulares que cambian la percepción de la vida. Puede parecer Orwell y la novela “1984”… Pero creo que el 15-M desvela el entramado y deja en pelotas la legitimidad del sistema; es un momento histórico en que ese dejarse llevar por la cotidianidad se rompe, gracias también a movimientos como la PAH y otros. Realmente estamos en un mundo donde el trabajo de los medios de comunicación, sobre todo respecto a la imagen y en materia de sublimación, es enorme. Es el minuto de oro de la Coca-Cola, como ha demostrado la psicología aplicada. Me como los contenidos, aunque no los reflexione.
JA: A la represión que aplican sistemáticamente y con mayor intensidad, se añaden otras modalidades más sutiles y sofisticadas. Hay una represión que se transmite por los medios de comunicación, que yo llamo de contaminación ideológica, y que es igual que las toxinas que emite una fábrica. Por ejemplo, el amor vinculado al romanticismo ponzoñoso, o la “adultocracia”, que consiste en la imposición por parte de los mayores a los menores de su visión del mundo y de la vida; desconsiderarlos porque se equivocan o cometen errores y llegar a verlos como una “oveja negra”, cuando lo cierto es que el adolescente no adolece de nada. Todas estas ideas se cocinan también a través del arte y la literatura. Sabemos mucho de las músicas occidentales, pero nada de las africanas. ¿Qué grupos de música portugueses conocemos? Ninguno. Y sólo porque hay una línea llamada frontera, que es física y mental.
–Por otro lado, ¿se puede esperar algo de la política en el marco de las instituciones? ¿Sois partidarios de entrar en el “juego” parlamentario?
MB: Hay una expresión que repito mucho cuando me llaman a compartir experiencias o prácticas de formación en Podemos, Bildu, la CUP o las mareas. Les digo que es duro ocupar la casa del amo, ya que éste tiene estructuras y normas. Que lo hagan, de acuerdo, para frenar en lo posible las políticas del amo, pero no podrán hacer nada más, ya que los cambios reales están afuera; la base de la transformación está en las comunidades y la cotidianidad. Y esto hay que decírselo a los compañeros con cariño, para que no te venga luego el secretario judicial o el tribunal de turno de la institución y te diga que tal cosa no puede hacerse. Lo que más les pido a los compañeros –y lo digo, aunque éste no sea mi recorrido- es que conciencien a la gente de que dentro no hay cambio posible… aunque después no les voten. Allí dentro no podrán hacer lo que quieran. Eso se lo tienen que explicar a sus votantes. Insisto, lo institucional ha de servir para generar más oxígeno al afuera, no al adentro.
-JA: Situaría la acción política (con mayúsculas) fuera de las instituciones. No me gusta la división artificial que considera que la política se hace dentro, yo creo en la otra, la que pone el centro en las personas y en los problemas. Ahora bien, no soy abstencionista congénito. Me parece además que el ámbito en el que mejor se puede actuar es el muncipalista, principalmente en el municipalismo libertario. Últimamente creo que los movimientos sociales han sido más determinantes que las formaciones políticas clásicas. Me refiero a movimientos como la PAH, las Marchas de la Dignidad o la Primavera Valenciana, que han tenido mayor influencia que el surgimiento de Podemos.
-¿Consideráis que en la izquierda tiene un peso excesivo el “intelectualismo” y la argumentación académica, que hay militantes a quienes se les valora por el currículo de publicaciones y doctorados?
-MB : No sólo tienen un peso excesivo. Hemos confundido el conocimiento con el conocimiento académico. Es como si unas minorías quisieran darnos a entender que la construcción de experiencias y de la vida sólo viene de los profesores y de la academia. Sin embargo, éste es un conocimiento muy sesgado y mercantilizado; además, lo que estamos comentando remite a un pequeño drama que sufrimos los pequeños colectivos sociales: vemos que no tenemos voz en distintos ámbitos de comunicación que deberían ser los nuestros. Así pues, creo que hace falta una visión holística de lo que están generando nuestras vivencias; no sólo el enunciado de abstracción y análisis, sino mostrarnos la vida y el pensamiento con toda su tensión. De eso andamos totalmente escasos.
-JA: Creo que el pensamiento que adolece de práctica se queda en eso, en pensamiento. En cuanto a la faceta de los intelectuales dentro del mundo del conocimiento, si éste no se traslada al común de los mortales, queda en muy poco. En los ámbitos en los que me muevo –la Asamblea de Paradas de la CGT o Baladre- las aportaciones en el terreno del pensamiento no se miden por el nivel académico, sino por la posibilidad de la praxis. En mi opinión, dentro de la izquierda no hay gente que tenga más razón por tener más conocimiento. Lo que tienen que hacer es ponerlo en común, esto es lo importante. Nosotros estamos ahora con gente que trabaja el campo, y esto implica también un conocimiento… Y también de tipo intelectual, como saber cuándo se ha de plantar…
-Por último, participáis en colectivos que priorizan la renta básica. ¿Por qué tanta polémica en cuanto a las diferentes modalidades de renta básica, o si debe anteponerse el trabajo garantizado?
MB- Cuando tú constituyes un planteamiento como vanguardia y verdad, tenemos un problema. Todo esto viene de un proceso muy largo. “Gente de Baladre” empezó a trabajar la propuesta en 1984, y durante 20 años el ninguneo fue permanente. Gracias a sectores de la economía crítica –y me refiero a personas como José Iglesias Fernández o Josep Manel Busqueta-, le conseguimos dar a la propuesta una potencia mayor. Pero en las primeras Jornadas sobre la Renta Básica, celebradas en 1998 en Barcelona, algunos sectores de la academia iniciaron el camino de colocar la iniciativa en los carriles del sistema; de modo que potenciaron el que sólo hubiera una lectura de la renta básica, la de la ciudadanía universal. Pero nosotros continuamos con el desarrollo de nuestra idea. Actualmente hay tres modelos. El de las Rentas Mínimas de Inserción, orientadas a sectores en exclusión, que se abonan con algún tipo de contraprestación; en segundo lugar, la Renta Básica Universal como mecanismo de redistribución de la renta, sin contrapartidas ni contraprestaciones; y por último, la Renta Básica de las Iguales (RBI), línea por la que apostamos en Baladre. Ponemos el acento en que la RBI nos ayude, durante el proceso, a generar comunidad; y también a disponer de bienes y servicios, no sólo de dinero.
-JA: En el País Valenciano y en el estado español nos hallamos en un proceso que trata de romper con el desconocimiento y el bloqueo sobre qué significa la renta básica; y además, que dé origen a un movimiento autoorganizado. Las asambleas de paradas y precarias de la CGT somos partidarias de la Renta Básica de las Iguales, pero consideramos que no hay posibilidad de acceder a nuestras propuestas sin una actitud más activa de la gente, respecto a cómo cubrir sus necesidades. No se trata de una idea para la discusión en ateneos, sino para la lucha social y la movilización.