En una literatura contemporánea en la que el trabajo nunca es el centro de la trama -y si aparece forma parte del paisaje, del telón de fondo-, resulta una novedad digna de reseñarse encontrar una novela en cuyo conflicto narrativo esté presente el trabajo y la protagonice un sindicalista.
Articulo de opinion de Juan Jorganes Diez publicado en nueva tribuna
Antonio Soler (Málaga, 1956) novela la biografía de Salvador Seguí, el Noi del Sucre, en Apóstoles y asesinos (Galaxia Gutenberg, 2016). Seguí formaría parte de la mitología sindical si tal cosa existiese. Sin duda fue una referencia en la Barcelona de las primeras décadas del siglo XX. Lo fue por su capacidad de liderazgo en las reivindicaciones laborales, por su trabajo organizativo y porque permanecen vivas sus teorías sobre el papel del sindicato, la unidad sindical, o la inseparabilidad de la presión y la negociación, que puede llevar al pacto. De la mano de Seguí asistimos a la fundación de la CNT como central sindical.
Salvador Seguí nació en Tornabous (Lleída) en 1886 y murió asesinado en Barcelona en 1923. Como su muerte se conoce, carece de interés para la tensión narrativa desarrollar unos hechos que desemboquen en el asesinato del personaje principal. Por eso, Soler dedica el primer capítulo al asesinato de Seguí. Ahora el autor tiene que manejar toda la documentación histórica sobre el personaje y su entorno de manera que presente al lector una narración interesante y no un informe del servicio de documentación. Lo consigue. Mezcla los datos con la descripción de un ambiente, traídos al presente de la lectura las ideas, los miedos, alegrías y peripecias del protagonista y de una ciudad dividida entre una clase obrera explotada, que comenzaba a organizarse y a luchar por sus derechos, sin que faltaran las bombas y las pistolas, y una burguesía que tenía de su parte el poder político, lo que incluía la policía, y el militar, y que, llegado el caso, defendía sus privilegios con las armas, reclutando matones cuando le parecía necesario.
Aquella Barcelona de comienzos del siglo XX da para muchas novelas.
Aquella Barcelona
A Eduardo Mendoza le dio para dos novelas: La verdad sobre el caso Savolta (1975) y La ciudad de los prodigios (1986). Ambas tuvieron éxito entre el público y la crítica, recibieron premios varios y llevaron a su autor a la nómina de ilustres de nuestras letras (se le concedió el Premio Cervantes en 2016). Los autores contemporáneos a los hechos que novela Soler no les prestaron atención en sus obras, al menos entre los más importantes. Solo Valle-Inclán deja constancia de la lucha obrera y su represión en Luces de bohemia con el personaje de El Preso, un obrero barcelonés con quien comparte celda Max Estrella durante unas horas. “Barcelona alimenta una hoguera de odio”, le dice a Max. Levantó un motín en la fábrica y fue condenado. “Conozco la suerte que me espera: Cuatro tiros por intento de fuga”.
La vida del Noi transcurre señalada por grandes acontecimientos internacionales y nacionales: las dos exposiciones universales de Barcelona (1888 y 1929), la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la crisis española tras perder en 1898 las últimas colonias (Cuba y Filipinas), la Semana Trágica de Barcelona (1909) con la guerra de Marruecos al fondo, la Revolución Rusa (1917), el conflicto laboral de La Canadiense (Barcelona, 1919) o, como ya se ha adelantado, la fundación de la CNT (1911).
Las dos exposiciones renuevan la ciudad. Atraen a miles de personas en busca de trabajo, a otras tantas en busca de negocio y a un sinnúmero de buscavidas. La neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial convierte Barcelona en centro del contrabando de armas y base del espionaje internacional.
Mendoza se enfrenta a esa Barcelona libremente, sin atarse a los acontecimientos históricos ni a la biografía de un personaje real, con esa ironía descreída marca de la casa, tan cercana siempre a la caricatura. Soler está obligado a ser fiel a los hechos y a la vida de Salvador Seguí, el Noi del Sucre. Con planteamientos y estilos muy diferentes, Mendoza y Soler manejan elementos novelescos que surgen con fuerza, desde la realidad o desde la ficción, de una misma fuente: aquella Barcelona.
El Noi del Sucre
Salvador Seguí es hijo único de campesinos leridanos llevados a Barcelona por la misma ola que arrastró a tantos emigrantes, la de la Exposición Universal de finales del XIX. Su vida laboral comenzó a los once años. Después de trabajar en una panadería y en un garito de mala muerte, elige el oficio de pintor de brocha gorda. Muy pronto se aficiona a la lectura. Un compañero de la panadería le presta novelas y obras de autores que quieren cambiar el mundo: Kropotkin, Spooner, Max Stirner, Proudhom. En su habitación un retrato de Friedrich Nietzsche sustituirá en seguida la estampa de San Judas.
Extravertido, dicharachero, recorre las calles, charla y bromea con todo el mundo, asiste a reuniones de anarquistas, participa en ellas con vehemencia. “Resulta atractivo para las chicas del barrio. Sonríe con facilidad y también con bastante facilidad le aflora la ira”. Sublevar es el verbo que más conjuga en esta etapa de radicalismos. Con otros de su misma onda, forma el grupo “Els Fills de Puta”, toda una declaración de principios. Con quince años ya ha pasado unas horas en un calabozo por formar parte de un piquete y se considera un experto en la lucha obrera.
Su espíritu inquieto le empuja a buscar otros grupos obreros en los que debatir, con los ojos y los oídos muy abiertos. Su cabeza y su corazón están con los anarquistas, pero “tienen que encontrar una fórmula para ganar la confianza de la sociedad y hacerse cómplices de los trabajadores, que no deben ver en ellos a los representantes de un imposible sino un grupo organizado y decidido a alcanzar conquistas concretas. Justicia, pan, dignidad. Trabajo, salario, derechos”. Verá en la violencia más un peligro para la clase obrera que una forma de presión. “Su ideal no es otro que un obrero bien alimentado y bien educado”. Ha trazado las líneas de su ideario, que defenderá con toda la energía de su personalidad desbordante.
Hasta el día de su asesinato defenderá la organización obrera y contribuirá con todas sus fuerzas a la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT); luchará por la unidad sindical y vencerá todos los obstáculos para conseguirla con UGT, incluso con el amarillista Sindicato Libre; buscará siempre mejorar las condiciones laborales y peleará tanto en el enfrentamiento contra la injusticia como por el acuerdo que suponga un avance; rechazará la violencia armada, incluida la reacción contra los asesinatos de los pistoleros al servicio de la patronal o de la misma policía; separará el sindicato de la política; sus buenas relaciones con el catalanismo (es amigo íntimo de Companys), no le impiden ver la independencia de Cataluña como “la cola del cometa”.
Su defensa de la lucha obrera sin pistolas para conseguir mejoras concretas de las condiciones de vida de los trabajadores le convierten en el enemigo de una parte de sus propios compañeros, que le acusan de traidor (pacifista, contemporizador), y de la patronal, que duda de su victoria en ese terreno porque tiene la seguridad de que ganará en el enfrentamiento directo a sangre y fuego.
La cola del cometa
Salvador Seguí y Lluís Companys se reencuentran por casualidad en Barcelona. Ambos proceden del campo leridano, Companys hijo de terratenientes y Seguí de humildes trabajadores. Companys ha estudiado Derecho y lleva un bufete cuya principal clientela se compone de “obreros represaliados, militantes y trabajadores perseguidos por su filiación política o sindical”. Un propósito magnífico y un negocio funesto. Las intenciones del niño bien y del pintor de brocha gorda coinciden en tantas cosas que se iniciará una amistad inquebrantable junto con Francesc Layret, amigo de Companys desde el bachillerato, también abogado, también con un despacho cargado de ideales y trabajo, pero muy escaso de ingresos.
Layret morirá asesinado, acribillado por casi veinte disparos, el 30 de noviembre de 1920, dos años y medio antes que Seguí.
Companys y Layret participan durante la primavera de 1917 en la fundación del Partit Republicà Català, futura Esquerra Republicana de Catalunya. La relación del trío se mantiene irrompible incluso cuando en el sindicalismo catalán domina la desconfianza hacia los políticos. “Especialmente hacia los políticos de derecha y, especialmente, hacia la derecha catalanista. Cambó se ha convertido en el traidor oficial”. Para el Noi, los de la Lliga, el partido de Cambó, y los que no son de la Lliga pero están con ellos no quieren realmente la independencia de Cataluña. “Lo único que quieren es usar Cataluña como un chantaje. […] Y los trabajadores, nuestras condiciones laborales, nuestra explotación, es la moneda de cambio”.
Companys y Lairet se quejan de que Seguí les incluya en el mismo saco que a Cambó. Ellos sí han apoyado la huelga general y lo han pagado con represalias. Seguí les replica que tienen en común el catalanismo. Layret le pregunta si le parece mal que sean catalanistas. Responde Seguí: “No me parece nada. O sea, nada en absoluto. Es un adorno. Es un acto secundario. Es lo que viene después de lo que viene luego. Es la cola del cometa. ¿O de verdad me queréis decir que a uno de nuestros trabajadores, cuando lo entierren a causa del hambre o por un tiro de un guardia civil, le va a importar que la bandera que esté colgada en el gobierno civil tenga las rayas más anchas o más estrechas?”.
“Antes que la independencia queremos todo lo demás. La justicia social, por ejemplo”. Habla el Noi “con su voz ligeramente ahuecada, como un trueno en una bóveda”.