En el artículo «El estado propio y
la independencia de los Países Catalanes», el compañero Jordi Martí Font nos dice que no defiende un «independentismo
de derechas». Ese independentismo que, «aunque se llame a sí mismo «transversal» (…) es el responsable de haber sacado a
la calle la mayor manifestación independentista de la historia de las cuatro provincias». Y al que acusa de «hacer pactos
con el PP que dejarán la mayoría de la población de esta tierra mítica que dicen que quieren liberar en la
miseria».
proteger los bancos que nos roban con participaciones preferentes o cualquier otro invento, proteger a «la Caixa» y sus
montajes empresariales de la desobediencia ciudadana, rebajar los salarios de la mayoría por -dicen y mienten- salir de la
crisis -robo- o aplaudir a la policía cuando abre la cabeza a la gente que lo único que hace es ejercer el derecho de
ciudadanía y protestar…» Y para que no quede ninguna duda del por qué no defiende este «independentismo de derechas» nos
precisa que «una parte importante de los patrocinadores de la manifestación han hecho esto mismo en los últimos años y en
los últimos meses y semanas y no se ve por ninguna parte ninguna intención de cambio».
Obviamente, desde el pueblo y
la izquierda anticapitalista, ¿cómo se podría defender un tal independentismo? Y ni siquiera, «si hablamos de dinero» o del
«expolio fiscal del Principado descabezado por parte de España». Pues, como lo señala Jordi, aunque este «expolio» sea
«insoportable para una cierta burguesía y para el resto de gente», como esa burguesía nos dice, «para este ‘resto de
gente’ es mucho más lesivo notar cómo las grandes fortunas reciben la protección de leyes, jueces y policía» mientras
«los trabajadores y trabajadoras, las personas que vivimos de nuestro salario cuando tenemos trabajo (que a pesar de que
nos quieran hacer pensar lo contrario, seguimos siendo mayoría) sufrimos un robo constante para muchos de los que se quejan
de este ‘gran atraco’ cada uno de los días de nuestra vida, tanto por parte del Estado como de los encargados de la finca
principatina que salen como el que más acumulando dinero que nunca reparten como no sea con los suyos». Efectivamente:
«Para nosotros, salarios bajos, pocos impuestos a los ricos y no persecución de los ladrones que se saltan hasta sus normas
(Millet y compañía continúan disfrutando de una vida regalada mientras las prisiones que gestionan desde Barcelona están
llenas a rebosar de «pequeños delincuentes «). Todo ello, para que el insulto a la inteligencia sea más grande, bien
acompañado por la desaparición de las condiciones mínimas de bienestar social que cualquier ser humano necesita: casa,
sanidad, transporte, cultura, educación…»
¿Cómo se podría defender un tal independentismo? Es lógico pues que
Jordi no lo defienda y que lo denuncie: pero el problema es que, aún siendo «mayoría» los trabajadores y trabajadoras, los
explotados y explotadas, es ese independentismo el que gobernaría en el Principado si éste llegara a la Independencia. Y,
si no fuese así, si gobernara el independentismo de «izquierda» (ése que ya ha gobernado), el resultado sería más o menos
el mismo para los trabajadores y trabajadoras. No creo pues que Jordi pueda siquiera pensar que sería este
«independentismo», por mucho que se diga de «izquierda», el que pondría fin a la explotación en el Principado; pues él sabe
muy bien que el objetivo político y social de este independentismo «no es el camino de la igualdad económica, del reparto
de dinero y la defensa de los derechos sociales existentes pensando siempre en su extensión».
Claro que se debe
«separar a la gente que de buena fe» que «participó en las movilizaciones últimas de las personas que intentan dirigir el
proceso y en buena parte lo consiguen repitiendo lo del ‘Primero la independencia y luego ya veremos’ mientras no dejan de
robar a las clases bajas y medias derechos y protección social desde una evidente opción de clase, de derechas en este
caso». Pero, ¿cómo impedir que esta gente, pese a ser -como lo piensa Jordi- «mayoría», sea recuperada por los que dirigen
el proceso y convocan y controlan tales manifestaciones? Y, peor aún, ¿cómo impedir que esta gente vote por la opción
independentista de «derecha» o por la otra de «izquierda» que también tiene como «nervio de la nación» el expolio fiscal, el
Barça y la Moreneta? Además de que las dos opciones independentistas tendrán siempre como argumento ese manido «Primero la
independencia y luego ya veremos» .
Está pues clarísimo que Jordi no defiende este independentismo; pero lo que no
queda claro, al menos para mí, es el independentismo que él defiende. Lo que realmente quiere decir cuando dice «que nuestra
casa sea los Países Catalanes y que este sea nuestro marco mental siempre, sin apriorismos de nombres ni de mapas pero sí
con la voluntad firme de ejercer de catalán (con nombres y formas diversas) en toda la nación». Pues, independientemente de
que éste sea -como él parece creerlo- «un objetivo factible», yo no veo cómo «nos puede hacer ir más allá» el hecho de
considerar los «Países Catalanes» como «nuestra casa» y que este sea «nuestro marco mental siempre». Y aún menos el «ejercer
de catalán» con «una voluntad firme» en «toda la nación».
No, no veo cómo se podría «ir más allá» con un «proceso» que
normalmente debe culminar en la posibilidad para «las cuatro provincias de convertirse en un estado». Pues, efectivamente,
¿cómo se podría «ir más allá» con un estado, cuando Jordi mismo reconoce que «el estado no asegura nada, que hay estados
que son puras colonias»? ¿Qué se ganaría pues con tal Independencia? Los que la quieren para mandar, sí saben lo que
ganarían; pero, ¿qué ganaría el pueblo?
Estoy convencido de que Jordi desea otra Independencia; pero, el
problema, es que tampoco queda claro cuando afirma que «debe ser la sociedad civil organizada la que construya la
independencia» y no «una mayoría simple de votantes que gane un referéndum». Porque la «mayoría simple de votantes»
expresará inevitablemente lo que piense y desee esa «sociedad civil organizada». Salvo que la sociedad civil sea, para
Jordi, la representada por los «indignados» del 15M y por cuantos se definen con ese claro y contundente «no nos
representan» espetado a todos los integrantes de la clase política catalana y española. Sin olvidar -por supuesto- a los
«independentistas” de viejo o nuevo cuño.
Si esto fuese así, yo también diría -como lo dice él- que «somos
nosotros el sujeto activo que debe hablar a la hora de pedir la libertad de la tierra y de la gente». Pero no sólo en
Cataluña, en España y en Europa sino en todo el mundo; pues es obvio que los explotados y dominados somos el «sujeto
activo» de la lucha contra la explotación y la dominación capitalista en cualquier territorio. Esta es la única
independencia que permitirá conquistar «la libertad de la tierra y de la gente» y no el independentismo nacionalista, en el
territorio que sea.
Octavio Alberola