El pasado enero, seis organizaciones denunciaron la práctica «frecuente» de la tortura en España. Tras décadas de silencio generalizado, este delito está, poco a poco, dejando de ser un tabú en los medios de comunicación españoles.
¿De qué hablamos cuando hablamos de tortura?
El principal Tratado internacional sobre el tema entiende como tortura cualquier acto que «inflinja intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales». La finalidad debe ser la de obtener información, arrancar una confesión, o castigarla por algo que la víctima haya podido cometer, o intimidar a esa persona o a otras. El último requisito para hablar de tortura es que el autor debe ser un funcionario público, o alguien bajo sus órdenes.
España firmó este Tratado, la Convención contra la Tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, en 1985, y es de obligado cumplimiento en el país. Pero ya sabe, las normas internacionales de poco sirven si no hay voluntad para cumplirlas en cada país.
¿En España se tortura?
Sí, en España se tortura. Es una afirmación tan segura como «el cielo es azul» o «el sol sale por el este». Sin embargo, provocará la incredulidad de la mayoría de personas que la escuchen. En España se tortura, hay que repetirlo hasta el aburrimiento, porque es de las frases que menos queremos escuchar. Y menos quieren que escuchemos.
Olvídese de las primeras imágenes que nos vienen a la mente cuando se pronuncia esta palabra: descargas eléctricas, la bañera (simulacros de ahogamiento), alicates o latigazos. La tortura en España «juega con el horror, con el miedo, es sobre todo una tortura psicológica», sostiene Pau Pérez, asesor del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura. A veces, tan sutil como dar comida salada sin agua. Pero no solo: también se tiene constancia de agresiones injustificadas, palizas colectivas, violaciones…
¿Cuántos casos de tortura se producen en España?
La única respuesta posible ante esta pregunta es «no lo sé». Es más, es imposible saberlo. Seis organizaciones de derechos humanos defendieron el pasado enero en la jornada «Contra la Tortura» que su práctica en España no es «sistemática», pero sí «frecuente y generalizada».
La Coordinadora para la Prevención de la Tortura ha recopilado más de 6.700 denuncias por malos tratos o torturas policiales en los últimos diez años. Y entre 2001 y 2012 se han registrado 752 condenas por algún tipo de violencia por parte de agentes de seguridad. Pero éste tampoco parece un dato definitivo, porque las denuncias por tortura y malos tratos apenas se investigan. Los testimonios de presuntas víctimas e incluso las pruebas médicas no suelen bastar ni siquiera para iniciar un juicio. «Parece que los juristas en España tienen alergia a admitir casos de tortura», afirmó durante la jornada Manuel Ollé, uno de los principales expertos españoles en el tema.
¿Quién tortura?
¿Quién tiene más riesgos de sufrir tortura?
Algunos piensan que solo puedes ser torturado si estás acusado de terrorismo. Mohamed Mrabet Farsi fue detenido por este cargo en enero de 2006, cerca de Barcelona. Durante su detención en régimen de incomunicación no pudo llamar a su abogado. Denunció torturas y malos tratos, pero tanto el médico que lo examino como el juez de instrucción no hicieron ningún caso a estas quejas. Ante una denuncia similar de los miembros de ETA Gallastegi, Portu y Sarasola, el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, subrayó la inocencia de los agentes antes de realizarse ninguna investigación. El Tribunal Supremo les absolvió después de una condena, utilizando como uno de los argumentos que los miembros de la banda recibían instrucciones de presentar denuncias falsas. No importó que otro tribunal hubiera concluido que en este caso no lo eran.
Puede parecer que tienen más posibilidades los extranjeros sin papeles. Sobre todo si pasan por los CIE. Y sobre todo si son mujeres. En Málaga, siete funcionarios fueron detenidos tras una denuncia por abusos sexuales contra las internas del «Capuchinos». El juicio se ha retomado en enero 2015. Dos años antes se había suspendido para buscar a varias de las posibles víctimas: habían sido expulsadas a sus países de origen.
O si participas en protestas. Sobre todo si te juegas el tipo intentando parar un desahucio, o te quedas hasta el final de las manifestaciones. Como Marta (nombre ficticio, pasar por cosas así es lo que tiene), quien tras acudir a la «Marea Ciudadana» se encontró con un grupo que huía de la policía. “Uno de los antidisturbios me acorraló contra la puerta de un restaurante y me presionó el cuello con su brazo mientras me gritaba: ‘asquerosa, que te he visto tirar piedras’, a pocos centímetros de mi cara. Luego me agarró del cuello y me arrastró hasta la carretera”, relata María. El informe médico detalla contusión en la mejilla y abrasión de las rodillas.
Una vez en comisaría, Marta cuanta que le hicieron pasar mucho tiempo de cara a la pared. Cuando ya no pudo más, se dio la vuelta y le dijo al policía que sentía que se iba a caer. «¿Qué quieres, ¿agua o sexo?», fue la respuesta del agente.
Pero también te puede pasar como a Lucian, que te confundan con otro mientras vuelves a tu casa y acabes en una comisaría golpeado por todas partes y con una pistola en la boca. Porque nadie está a salvo de sufrir tortura cuando los que pueden cometerla se saben impunes.
Alberto Senante – Periodista en Amnistía Internacional España