Por Nacho Pato
«Esas chavalas no eran humanas: quizá eran diosas o demonios. Tenían la sangre fría y la destreza de las amazonas circenses. Disparaban con las dos manos a la vez. Luchaban hasta el final».
¿De quién puede un general de las SS nazis como Jürgen Stroop hablar así? La respuesta está en las partisanas, las mujeres que lucharon contra el fascismo y el nazismo con las armas en la mano, y sobre quienes la editorial Virus publica ahora Partisanas.
Lo cierto es que Stroop se equivoca en una cosa: las partisanas no eran diosas ni demonios. Eran mucho más: eran mujeres.
Una chica del brazo de otra chica que va disfrazada de chico. Juntas realizan atentados contra los ocupantes nazis en Holanda. La más buscada lleva pelo corto, negro y gafas con cristales de culo de botella. Era Hannie Schaft, conocida como «la chica pelirroja».
Hannie tenía solo 20 años cuando se unió a la resistencia holandesa. 4 años después, a punto de acabar la guerra, fue capturada y brutalmente torturada. Pero Hannie no dio nombres. Cuando iba a ser ejecutada, el primer tiro la rozó. «Sé disparar mejor que vosotros», les gritó.
Rosario Sánchez Mora era una chica de provincias de 16 años que se había ido a Madrid a aprender a coser. Se fue al frente sin decírselo a sus padres. Lo tenía claro: «No he venido al frente para diñarla con un trapo de limpieza en la mano».
En el frente encajó rápidamente en la sección encargada de la dinamita. Una mala orden a la hora de lanzar un cartucho hizo que le explotase en la mano. La perdió. Rosario la dinamitera no combatió a los nazis, pero sí a su versión española: el franquismo.
Casi medio millón de personas quedaron encerradas en el gueto de Varsovia. La idea de los nazis era deportarlos al campo de Treblinka. Durante el levantamiento del gueto, algunas mujeres como Niuta Tejtelbojm tomaron el liderazgo.
El alias de Tejtelbojm era Wanda, pero los nazis la conocían como «la pequeña de las trenzas rubias». Con 24, no aparentaba más de 16 años y lo aprovechaba para ganarse la confianza de los soldados nazis hasta dispararles.
Wanda fue capturada e intentó envenenarse. No lo consiguió. Lo que sí consiguió fue no delatar a nadie: la asesinaron tras torturarla.
El general nazi Stroop, el mismo que decía que estas mujeres eran diosas o demonios, realizó una histórica foto del gueto de Varsovia:
Durante décadas esta imagen de desoladora indefensión ha creado en el inconsciente colectivo la sensación de que los judíos desfilaron ante los nazis como corderos camino del matadero. El levantamiento de Varsovia demuestra que no fue así.
También ha perdurado la idea de que el papel de las mujeres en la resistencia anti-nazi fue menor, asistencial. No es ni mucho menos así.
Las academias de Historia obvian por ejemplo, la primera acción de sabotaje en la Lituania ocupada, cuando Vitka Kempner, de 19 años, voló por los aires un tren alemán.
Se olvidan, también, de Halina Mazanik, que en Minsk colocó una bomba debajo de la cama de un general nazi. O de Roza Robota, que presa en Auschwitz lideró el plan para hacer estallar, con éxito, uno de los crematorios de Auschwitz.
Como dice la resistente francesa Dina Krischer: » Sí, éramos terroristas. Queríamos aterrorizar a los nazis».
El desafío de astucia de las partisanas hacia los nazis es un thriller de manual. Los nazis llegaron a ordenar registros exhaustivos a las mujeres porque algunas militantes de la resistencia ocultaban pistolas en las bragas.
Más tarde, los nazis comenzaron a dispararlas en caso de duda porque al cachearlas algunas llevaban granadas de mano escondidas en la falda y las hacían explotar en el control de las SS.
Las partisanas se reían de los nazis cuando estos no detectaban los mensajes de la resistencia que llevaban en la cesta de la bici. Eran jóvenes y habían tomado las armas para que existiera un futuro, y esa quizá es la clave de que nos queden tantos retratos de partisanas sonrientes.
Aunque no era exactamente divertido, se jugaban la vida con una sonrisa en la cara.
Había, además, otra buena razón para sonreír. Podían disimular su aspecto de mil maneras, pero hay algo que un cambio de pelo, ropa, o maquillaje no podían ocultar: la mirada. En las calles tomadas por la barbarie, la mirada de acosada, los ojos melancólicos, te delataban ante los nazis.
Partisanas a las cuatro de la mañana
Hoy ninguna mujer de nuestro entorno se enrola en ninguna guerrilla. El tópico habla de que vivimos en una sociedad en la que los problemas son leves, solucionables.
Y es cierto en parte. Pero prueba a ser una chica cruzando la ciudad un sábado a las cuatro de la mañana. Para esa chica, las partisanas lucharon doblemente: primero para que pudieran salir de fiesta y volver a casa con una sonrisa.
Segundo, y quizá más práctico: sentando un precedente para legitimar ese spray de autodefensa en el bolso.
Reportaje publicado en Playground, el 23/10/2015