La Asociación de Mujeres Inmigrantes de Valencia trabajó durante años con dos objetivos transversales: la integración y la autonomía propia de las inmigradas dentro de la sociedad valenciana.
España es actualmente un país emisor de migrantes. Entre 2009 y 2014 más de 700.000 españoles han fijado su residencia en el extranjero, superando en enero de 2015 los dos millones de emigrados. Así lo recogen las cifras proporcionadas por el INE, y aunque hace escasos meses la Marea Granate denunciaba que éstas minimizan la situación real, evidencian una tendencia ya consolidada.
Con este contexto parece que han quedado muy atrás los años en que el fenómeno migratorio era el opuesto. Una idea equivocada teniendo en cuenta el poco espacio de tiempo transcurrido hasta que el proceso se ha invertido. Es importante recordar de dónde venimos. Por ello, a través de la experiencia de la Asociación de Mujeres Inmigrantes de Valencia, volvemos a poner de manifiesto las realidades y situaciones derivadas de la inmigración con la mujer como protagonista.
Dicho colectivo nace en el año 2002 tras observar un grupo de mujeres que “las inmigrantes no recurrían a las organizaciones dedicadas a esta labor. Decidimos crear un espacio para ellas, para atraerlas e intentar facilitarles así su proceso de integración” define Geno Ros. Cabe destacar que según cifras del IVE (Instituto Valenciano de Estadística) entre 2002 y 2008 la población en Valencia capital, de africanas, asiáticas y latinoamericanas se triplicó pasando de 1.825 a 3.820, de 1.136 a 3.040 y de 11.303 a 30.213, respectivamente.
Acorde con esto, aunque en la asociación no había presencia de asiáticas, acudían mujeres africanas y de manera mucho más reducida europeas del este, pero la procedencia de mayor peso era la latinoamericana. Viviana Miranda subraya que el hecho que se incrementara el número de mujeres latinas se debe a que “encontraban más fácilmente trabajo que los hombres. Reemplazaban a la mujer española que por su profesión dejaba vacío el espacio de las tareas domésticas o cuidado de niños y mayores. Además de por compartir el idioma”. Destaca también que se generaban situaciones contradictorias en este sentido “tuvimos chicas con formación muy alta que ya se las metía en ese saco de labores domésticas obviando su preparación y por otra parte, gente que venía de determinadas zonas para la que los electrodomésticos eran de otro planeta”.
Independiente de su país de origen, la gran mayoría de las mujeres acudían a la asociación tenían en común que la causa de su migración era por motivos económicos principalmente, pero también otros de tipo político y social, edades comprendidas entre los 25 y los 40 años, su llegada en solitario y, por último, estar en situación irregular. Siendo así, el papel de la asociación era crucial durante el primer tiempo de llegada “los tres primeros años son terribles. No se tiene trabajo, ni papeles, ni información y hay mucho aislamiento personal” expone Geno. La necesidad primordial que movía a las inmigrantes a acercarse a la entidad era la consecución de empleo. No obstante, se les ofrecía también atención psicológica, asesoramiento jurídico, información de todo tipo y un lugar de encuentro y de socialización. Todo esto sin ánimo de lucro, con subvenciones interanuales que no superaban los 800 euros, mediante una organización horizontal y asamblearia, y con clara vocación de dotar a las inmigrantes de recursos propios para alcanzar su emancipación como mujeres.
Uno de los puntos de inflexión por lo que respecta al incremento de la proyección y de la actividad de la asociación fue la regularización llevada a cabo por el gobierno de Zapatero en el año 2005, a la que se acogieron más de 500.000 inmigrantes. Cuenta Viviana que “nos movilizamos mucho y crecimos. Junto con compañeras abogadas realizamos cursos para aprender formalizar los papeles o se les hacían directamente, les conseguíamos lo necesario para acreditar que estaban legales”.
Por contra, en el año 2008, justo en el inicio de la crisis socioeconómica, es cuando la inmigración en Valencia empieza a decaer y el trabajo del grupo también. Actualmente, se mantiene la llegada de asiáticas, pero se reduce en menor número la presencia de africanas y en más de 10.000 la cifra de latinoamericanas con respecto a ese año. Junto con esto, aunque “la idea era que fueran que las propias mujeres que fueran viniendo las que cogieran las riendas de la asociación” aclara Geno, se dio el hecho de que las inmigrantes empezaron a organizarse ellas mismas, en la gran mayoría de casos según nacionalidades. Viviana valora que “fue un proceso normal, un fenómeno natural en el que acompañábamos durante todo el camino. Desde que llegaban hasta que se emancipaban y funcionaban de manera propia”.
Se ve muy remota la posibilidad de que se vuelva a repetir a medio plazo un desarrollo migratorio como el anterior. Así pues, aunque el papel de la Asociación de Mujeres Inmigrantes de Valencia en presente se ha diluido, pueden contar con la satisfacción de haber visto cumplidos sus objetivos iniciales, de haber sido una de las primeras manos tendidas a las inmigradas y una organización decisiva para establecer de manera justa los cimientos de este proceso social en la ciudad de Valencia.