el movimiento 15-M- han reactivado de forma más visible un cierto espíritu libertario. ¿Qué factores inciden en este
retorno del anarquismo? De forma inversa: ¿por qué ese espíritu libertario no cuenta con apoyos sociales más
amplios?
verdad, yo no percibo un especial “regreso del anarquismo”, ni siquiera queriéndolo observar a través de la experiencia
colectiva con que entendemos el 15-M. Me imagino que desde esta apreciación habría que hablar entonces de la crisis del
keynesianismo en occidente, de la caída del régimen soviético, de la rendición de los estados nacionales a las familias más
ricas y a los mercados, o de la incompatibilidad acuciante que existe entre expansión capitalista y
naturaleza.
anarquismo. Sin embargo, hay dos hechos que podrían llevarnos a repensar esto con otros matices. El primero es que ese
mismo movimiento también se alimenta de elementos propiamente socialdemócratas que no estarían del todo dentro de sus
supuestas filiaciones libertarias. En segundo lugar, sería quizá deshonesto pensar en un “regreso del anarquismo” cuando
las prácticas sociales del movimiento libertario vienen de bien largo, desde hace décadas, expresándose históricamente en
diferentes circunstancias concretas.
en este nuevo ciclo histórico. El aparente desmantelamiento actual del estado en manos de la voracidad de los mercados
pareciera correr paralelo a un regreso del anarquismo, cuando estoy más que convencido que no es más que un espejismo
cuidadosamente tramado: el estado, en fin, sigue siendo hoy una de las mejores instituciones con las que poder canalizar
los intereses de clase de los más poderosos. El parlamentarismo con el que se pretende legitimar ese estado “recortado” no
hace más que actualizar la necesidad de prácticas sociales reivindicadas desde hace tiempo por el mundo libertario. Y ese
mundo no podrá recibir apoyos sociales más amplios mientras se siga creyendo que, ante las llamadas “fuerzas del mercado”,
es imprescindible apuntalar la arquitectura de lo estatal.
seguiremos creyendo que la “la fuerza de nuestros votos” cambiará de veras la actual alianza entre estado y mercado?
¿Cuántas catástrofes seremos capaces de acumular para desvelar por fin el rostro actual que se enmascara en ese espejismo
de pactos?
incertidumbre, ¿cómo movilizar a diferentes sujetos colectivos en la construcción de un porvenir
deseado?
a ser auténticamente libres y, al mismo tiempo, somos más que conscientes de que ese miedo existe, tanto en nosotros como
en nuestra propia biografía de educación y formación. Lo realmente complicado es desear empoderarnos de nuestra historia, y
hacerlo en común. Precisamente la experiencia acumulada del anarquismo nos muestra cómo se ha podido vencer esa lógica de
encierro y de dejación de nuestra propia libertad: un hombre o una mujer diciendo “No” es un hombre y una mujer “posibles”,
claro que sí. Si no nos creemos eso, deberíamos entregarnos ya a la resignación que se nos predica, a la destrucción mutua,
o al fascismo.
de la conversión individual) alimentan esa posibilidad común de resistencias y desobediencia, allí donde se ejercen, y son
precisamente esas prácticas sociales (el anarquismo, creo, es más una práctica social viva que una teoría meticulosamente
preestablecida) las que nos pueden demostrar que no es un absurdo “educarnos” desde otras lógicas posibles. Sé que aquí
deberíamos sacar algo de artillería de los manuales de antropología, pero reconozco que yo me manejo muy mal con la teoría;
con la palabra poética en la mano (quizá me desenvuelva algo mejor ahí) quise expresar esto mismo, no hace mucho tiempo,
con este poema, por si sirve de algo:
nunca el nombre que te dé la policía
del invasor
su leche
lodazal
magistratura
con sus ropas
duerme a los guardianes
sabor
incendiarias
presagios del poder
comisaría
del ataúd
de sus bancos
de una bandera
del impostor
tras tu casa
hijos,
hijos
jardín.
Fermín Salvochea: «
Los pobres son los más y tienen la razón y la fuerza de su parte. ¿Quénecesitan para vencer? Solamente quererla».
marxismo heterodoxo y anarquismo no siempre resulta nítida, aunque sus diferencias con respecto al estado son conocidas. En
este punto, ¿qué puede aportar ese discurso marxista al movimiento libertario?
Las fronteras entre esos dos mundos –el “marxista” y el “libertario”– son más nítidas y cerradas
en la teoría que lo que en realidad ocurre en las calles, donde el transvase de intuiciones y prácticas es más fluido de lo
que cabría imaginar. Dicho esto, y reconocida la transfusión recíproca entre esos dos discursos (¿realmente son solamente
dos?), la pregunta a lo mejor no sería tanto cuáles podrían ser las mejores aportaciones del marxismo al anarquismo (o a la
inversa), sino qué aportan ambos, y cada uno, en el frente de las resistencias comunes al sistema de poder actual, cómo
cuestionarlo de manera más eficaz y visible.
acerca de la gestión de la fuerza; y que, de un modo inverso, de un anarquista un buen marxista podría aprender también
alguna cosa acerca de la gestión de las decisiones verdaderamente colectivas.
concebirse la transición desde los actuales estados-nación a una sociedad sin estado, dando por sentado que los grupos
hegemónicos ya despliegan todos los medios disponibles –sin excluir la violencia- para retener su régimen de privilegios?
¿Cómo se regularían los conflictos tanto en la vida pública como privada en esa sociedad
autogobernada?
Sería muy ingenuo dar
una respuesta sencilla a esa pregunta cuando ni siquiera está del todo claro que aún estemos manejándonos en las
coordenadas de los estados-nación. Lo cierto es que asistimos a un despliegue asombroso del capitalismo en el que este
necesita tanto del “político clientelista” (que se siente cómodo en los entresijos de las administraciones nacionales) como
del “tecnócrata” (especialmente hábil cuando se maneja en las redes más globalizadas de los mercados
financieros).
por parte de las poblaciones gobernadas, y ese acto les confiere a ambos un enorme poder de continuidad y legitimidad. No
es otra cosa que una especie de pacto delegacionista por el que transvasamos sobre el político nuestras propias capacidades
de decisión (acerca de qué prioridades políticas hay que tomar en cada momento) y, en caso de fracasar aquel, nuestra
propia capacidad de movilizar ideas (acerca de cómo se vuelven efectivas sus formas concretas de organización
social).
más preocupante es si deberemos esperar la emergencia (hablo de Europa) de una tercera “figura delegada”, la del político
caudillista, a la que el capital no dudará en recurrir en caso de que incluso el tecnócrata también resulte insuficiente.
¿También entonces la gente delegará en él su propia capacidad de fuerza, en un nada improbable escenario de sociedades
administradas según corte fascista?
dinamitando nuestro miedo a la libertad y deslegitimando toda práctica con que la gente renuncia a su empoderamiento en
tanto ciudadanos. Es decir, dejar de delegar en los extraños (el político clientelista de siempre, el tecnócrata de ahora,
el caudillo de pasado mañana) nuestra decisión, nuestra creatividad y hasta nuestra propia fuerza. De otra manera seguiremos
asistiendo a cómo el capital moviliza sus propios intereses (que no son, ni de lejos, los de la ciudadanía) a partir de esa
triple dejación.
autogobernados posibles– de decisión colectiva, los presupuestos participativos, la banca ciudadana, los tribunales
populares para los conflictos del ámbito común, el control sobre el armamento nacional, la territorialización sostenible de
nuestros recursos, la socialización de todo medio de producción, la mesura sobre la productividad y el consumo, la
emergencia de las asambleas locales, y todas cuantas prácticas de empoderamiento horizontal sea capaz la gente de movilizar
libremente. Pese a ello, mucho me temo que tras el “No nos representan” nos podamos llegar a contentar con la conquista de
alguna que otra reforma electoral, con Sarkozy celebrando ahora una Tasa Tobin, o con una ciberdemocracia tipo Facebook
(esas “plataformas simpáticas para seducir a millones de usuarios a los que colocar publicidad personalizada”, ha escrito
Isaac Rosa en su última novela), … y que ahí se quede todo.
más repetidos con respecto a la izquierda es su dificultad de construir frentes de lucha en común. ¿Qué responsabilidades
históricas tiene el anarquismo en la fragmentación de esos movimientos que buscan activamente una transformación social
radical?
Seguramente que
muchas, como también ocurrió desde otros lados de ese frente de lucha común. Rastrear esas fracturas –sobre todo las que se
produjeron en esos momentos de nuestra historia en que la rebelión fue realmente decisiva– es un campo minado del que
deberíamos aprender muchísimo. Pero no es fácil decir esto y quedarse tan pancho cuando se recuerda a los rebeldes de
Kronstadt o a los anarquistas españoles durante la guerra civil.
renunciar a abrir un frente de lucha también (aunque no solamente) en las instituciones del estado, considerando que sus
políticas nos afectan de forma directa? ¿Qué posibilidades reales hay de articular «representación parlamentaria» y
«democracia directa»?
No creo que sean
articulables de modo alguno «representación parlamentaria» y «democracia directa», sinceramente. Es lo que no acabamos de
asumir. El pasado año 2011 se saldó con un hecho devastador (entre los muchos que cabe contabilizar en la memoria del
capitalismo): la inconveniencia de que el pueblo griego hablara a través de una cosa tan sencilla como es un referendo. Lo
que no interesaba a los mercados se ratificó mediante un acto de decisión por parte de los representantes estatales del
pueblo griego. ¿Habría sido una alternativa una lucha en las instituciones del estado para intentar abrir allí una salida “a
la islandesa”? Probablemente, pero sabemos en qué suele acabar todo eso.
con el deseo de pararles los pies a las fuerzas del mercado, es preciso dotar a ese partido de unas dimensiones tales y de
unas dinámicas organizativas tales que acabarán inhabilitándolo como vehículo de democracia directa, aunque fuera
precisamente esa su vocación inicial. Nuestra historia está jalonada de dinámicas como esta (ahora estoy recordando el
registro que sobre algo parecido hizo Belén Gopegui en su última novela). Basta asomarse a los entresijos de poder que
maneja cualquier partido medianamente capacitado para obtener una destacada fuerza en los parlamentos, para comprobar –no
sin cierta dosis de desolación– sus traiciones de clase y sus alianzas con los sectores estratégicos de poder en las
sociedades que pretenden administrar. Creo sinceramente que las estructuras de partido actúan de manera impermeable ante
cualquier posibilidad medianamente seria de democracia directa; las estructuras de partido ni son asambleas ni generan
asamblea a su alrededor.
ácratas, de modo similar a lo que ocurre en el liberalismo, la noción de «poder», circunscripta al estado, es concebida en
términos negativos y represivos. Ahora bien, ¿qué implica desistir de toda forma de poder? ¿Qué puede hacer el antipoder
ante poderes imperiales globales, despreocupados de la injusticia cotidiana y de la violencia que ejercen sobre millones de
seres humanos?
negativizan el poder. De modo alguno. Ni siquiera creo que sea admisible que los neoliberales hayan renunciado al ejercicio
de poder, vaya que no. Lo que ocurre es que estos desean ejercerlo (y repito: vaya que lo ejercen) minimizando las
dimensiones del estado y arrodillándolo ante las fuerzas del mercado, cuyos intereses –sería bueno que no lo olvidáramos–
no suelen ser nunca los de la mayoría de la gente.
empoderamiento popular: la gente ejerciendo su capacidad de decisión (y no seamos ingenuos: esto es poder) en todo lo que
afecta a las cosas comunes, sin mediación de representantes ni de agentes externos del orden. Las prácticas sociales
libertarias no desisten, pues, de poder decidir juntos acerca de la vida en común. La asamblea, de hecho, no se constituye
nunca como una fuente de antipoder (aunque este término sea desde luego útil a la hora de juzgar las posiciones en
conflicto): es, de facto, una fuente de poder.
pensamiento anarquista, el “problema de las escalas”: ¿cómo escalar el poder de las dinámicas asamblearias a dimensiones
globales sobre territorios cada vez más complejos? Es esta, de hecho, la misma cuestión que estarían planteándose hoy los
ideólogos que confían en la fuerza de los estados, acerca de los posibles modos de construcción de un estado global capaz
de hacer frente a la internacionalización de los mercados financieros y de la ya intensísima comunicabilidad de los
espacios tradicionalmente regionales. Desde luego, no es nada fácil manejarse en esas escalas –al menos a mí me resulta más
que dificultoso– y es aquí donde se suele acusar al anarquismo de acabar siendo no más que una buena idea “para pasado
mañana”.
la tradicional dificultad que el anarquismo muestra para las arquitecturas sociales a gran escala, hay que reconocer –quizá
hasta con urgencia– que los primeros frentes de lucha y contestación han de partir de lo local, en el ámbito de territorios
de alcance seguramente más pequeño. Si las personas somos incapaces de romper jerarquías y delegaciones en nuestra vida
social más cotidiana, ¿cómo plantearnos hacerlo sobre escalas todavía más gigantescas?
del capitalismo mundializado, facilitada por la institucionalización del estado de excepción, parece estar conduciéndonos a
un punto de no retorno en el que el desastre ecológico y social es una posibilidad cierta, nada remota. ¿Cómo reinventar las
luchas libertarias en el siglo XXI, considerando esta dinámica económico-política que nos enfrenta a una situación inédita
en nuestra historia?
Si te soy sincero,
cuando pienso en el futuro de Europa, soy cada vez más pesimista: puede que a la postre el fin del capitalismo arrase,
efectivamente, con todo. No deberíamos menospreciar la posibilidad de estar llegando a ese punto de no-retorno
absoluto.
del capital es a todas luces imparable y ella misma parece precipitarse al colapso, independientemente de si se reactivan o
no fuerzas antagonistas de resistencia. La gran pregunta de nuestro tiempo es si ese colapso dejará –justamente antes o
justamente después– algún espacio verdaderamente respirable en términos humanos, o si habremos de asistir en Europa a la
emergencia de comunidades humanas refeudalizadas de corte fascista. La figura del caudillo no es, a mi modo de ver, una
reliquia del pasado.
memoria histórica de la gente: la experiencia acumulada de prácticas sociales saludables, contenidas, esperanzadoras y
autogestionadas podrá ser más que útil para hacer creíble, entonces, la supervivencia de los pueblos. Y el anarquismo –junto
con otras fuerzas emancipatorias de resistencia y liberación– tendrá entonces mucho que
decir.