Artículo de Enric Llopis publicado en Rebelión.
El activista Octavio Alberola participa en las XVIII Jornadas Libertarias de CGT-València.
En la tarjeta de presentación dice escuetamente “Libertario”, pero Octavio Alberola (Alaior, Baleares, 1928) fue además coordinador del grupo clandestino Defensa Interior (DI), formado en 1962 tras un acuerdo de la CNT, la FAI y la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias. Se trataba de “reactivar” la lucha contra la dictadura franquista. En el libro “El anarquismo español y la acción revolucionaria (1961-1974)”, que Alberola publicó con Ariane Gransac en 2004 (La Llevir-Virus), se explican los pormenores. La organización secreta preparó atentados, fallidos, contra Franco en San Sebastián (1962) y Madrid (1963).El activista fue detenido en Bélgica (1968) por denuncias de la policía franquista, y en Francia –junto a otros nueve compañeros- en 1974. A partir de 1998 se implicó en la batalla por la anulación de las sentencias contra los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado, ejecutados a garrote vil en la prisión de Carabanchel, en 1963, acusados de la colocación de dos bombas en la Puerta del Sol. Se les ajustició, pese a que los jóvenes nada tuvieran que ver con los hechos. El activismo libertario de Octavio Alberola comenzó en México, país al que llegó con su familia en 1939 y donde formó parte de la CNT española. También colaboró con los exiliados cubanos en México para el derrocamiento de Batista, pero después se mantuvo en posiciones (libertarias) muy críticas con el comunismo de Fidel Castro.
Aunque a sus 88 años no se muestre partidario de las conmemoraciones, ha participado en las XVIII Jornadas Libertarias de CGT-València en torno al 80 aniversario de la revolución libertaria en España. Frente a los que consideran el anarquismo una religión, Alberola asume una perspectiva más amplia y un punto “relativista”. Porque ciertamente en 1936 se produjeron experiencias revolucionarias en una parte de España, pero hoy gobierna Rajoy. Y también es verdad que una parte de los movimientos que se reclaman “anticapitalistas”, tratan de romper con el sistema, pero lo hacen desde dentro del marco oficial. “Es como ilusionarse con que, como la ‘jaula’ es de oro, ya no es una jaula”. El activista, que con los años ha colaborado en una miríada de colectivos libertarios de todo el mundo, se expresa con claridad, en términos generales e inteligibles. “Una parte de los trabajadores están contentos, hoy, con el sistema de explotación en el que nos hallamos, aspiran únicamente a incrementar el nivel de consumo y mejorar sus condiciones laborales”, explica.
En este punto radica una de las grandes dificultades para el cambio. Los niveles de vida y consumo son superiores a los que existían en los años 30, “y el trabajador que ha conseguido algo lucha para que no se lo quiten”. A ello se añade el fracaso de experiencias previas como los socialismos “de estado”, e incluso el de aquellos que se pretendían “de rostro humano”. Octavio Alberola pone el ejemplo de los trabajadores cubanos, que aspiran a elevar sus niveles de consumo como en otras partes del mundo. Muchas de sus reflexiones pueden leerse en el libro “Pensar la utopía en la acción. Trazas de un anarquista heterodoxo” (Bombarda), editado en 2013, donde recopila algunos de los artículos publicados desde 1950.
“Siempre que los movimientos contestatarios han conseguido algo, es porque han luchado de manera radical; cuando han caminado por los cauces del sistema, puede que hayan alterado algunos aspectos –incluso de los más lesivos- pero no se ha dado una transformación real”, asegura Octavio Alberola. Por eso se sorprende cuando algunos compañeros confían en los cambios “desde dentro”. Sin embargo, con un punto de pragmatismo, no desprecia las luchas solidarias y por un mundo más justo desde el interior de la “jaula”. Tampoco se declara pesimista: principios como la asamblea, la autogestión o la acción directa han penetrado en movimientos como el 15-M o los Occupy, y también en sectores que en principio no se reclaman “anarquistas”.
Apela a las reflexiones de Bakunin y Foucault, quien teorizó sobre los conflictos y luchas por la libertad que emergían, en cualquier coyuntura, como respuesta al poder: “Y me da igual que esto se haga en nombre de los derechos humanos o del anarquismo”. Porque Alberola tampoco idealiza las acciones revolucionarias de hace 80 años: “Hubo contradicciones, y además la situación es hoy muy distinta”. Una de las principales diferencias es la conciencia sobre el capitalismo como sistema destructor de la tierra y el entorno, que amenaza con hacer imposible la vida humana en el planeta. “Éste debate se halla actualmente en los movimientos sociales, pero también en las instituciones y universidades”. Octavio Aberola considera que esta idea medular facilita la proyección de las experiencias locales, respetuosas y autogestionarias, que hoy asumen –en mayor o menor grado- quienes siempre han defendido formas jerarquizadas de organización. Precisamente la conciencia de los límites finitos del planeta y la creciente explotación de la vida, permitirían confiar en los avances para romper la “jaula” de oro.
Defiende un anarquismo no dogmático, de ahí que los problemas del mundo actual no los quiera encerrar en debates sobre la anarquía. La cuestión reside en las sociedades humanas: tal vez haya que remontarse al Neolítico y los orígenes de la propiedad privada. Desde una perspectiva libertaria, cree en la existencia de la lucha de clases y el enfrentamiento de unos sectores oprimidos contra otros, en muchos casos inducidos por los nacionalismos. Ante ese panorama, “el anarquismo no es una doctrina ni entelequia, sino una aspiración a ser libre”. Estas afirmaciones ya las hicieron en el pasado los teóricos de la Idea –“y está muy bien reivindicarlos”- pero otras tradiciones de pensamiento dijeron lo mismo. “También Marx”, concede Alberola, “pero se topó con las contradicciones que engendra el poder y las derivas hacia un capitalismo de estado”. “Mucha gente, se considere o no anarquista, toma del pasado lo que le parece recuperable”, concluye.
Hijo de un maestro racionalista, de la vieja escuela de Ferrer i Guàrdia, considera decisivo el trabajo de difusión cultural y de crear conciencia. “No se ha de imponer nada”. La clave reside en el pensamiento crítico y la creatividad. Al final, “todos somos seres humanos –anarquistas, cristianos o lo que sea- con necesidades que satisfacer”. “Se trata, en mi opinión, de acabar con el sistema de dominación que nos impide ser libres, sea el capitalismo, el socialismo o como se quiera llamar”. Se pueden encontrar ejemplos de maestros en la escuela pública, la privada e incluso la religiosa (no dogmática) que tratan de despertar la conciencia crítica. Pero quienes gobiernan intentan imponer una mentalidad “rígida” y “acrítica”, “el poder exige siempre obediencia”, resume Octavio Alberola.
Otro puntal de su propuesta son las experiencias concretas en las que se pueda vivir de un modo diferente, en otros términos, “ganarle espacios al sistema”. En un artículo titulado “Ser revolucionario hoy”, publicado en Kaos en la Red, el activista defendía la coherencia con el ideal libertario en todo momento y circunstancia. El artículo se integraba en un debate con Tomás Ibáñez, Antonio Carretero y José Luis Carretero sobre la renovación del anarquismo, el anarcosindicalismo y el movimiento libertario. ¿Por qué ser consecuentes? “Es siéndolo como se es revolucionario, y se contribuye más eficazmente a cambiar el mundo autoritario”. Y no sólo de palabra, “sino en la praxis de cada día y en la medida que las circunstancias lo exijan y posibiliten”.
Octavio Alberola ha participado en la universidad popular de Perpiñán, en la que se promueve el debate y el saber compartido. Asiste gente variopinta y no se requiere ningún título de profesor. Se trata, por tanto, de una iniciativa que opera dentro del sistema, sí, pero que contribuye de manera crítica al cambio. “Lo importante es que no se pierda la perspectiva –lejana- de transformación social”, opina el veterano anarquista. “Hay que dejar de pensar en una revolución por decreto, en la que todo cambiará –supuestamente- de un día para otro”. Es la enseñanza que extrae también de la participación con grupos indígenas en conflictos por la defensa del territorio. Defienden su espacio vital y, tras la batalla, vuelven a la “normalidad”. Pero queda lo importante: las expectativas y aprendizajes generados en la lucha.