Por A. Lareo, militante de Apoyo Mutuo (apoyomutuo.net) y de CGT Enseñanza Madrid
Movilizar a la juventud e implicarla en la militancia sindical para mejorar sus condiciones de vida no es tarea fácil para el sindicato. Después de años de bombardeo neoliberal sobre lo desfasado de luchar y organizarse en el puesto de trabajo, vivimos cierto resurgir de la organización de personas trabajadoras jóvenes y precarias: organizaciones de barrio, comunitarias, con un marcado carácter feminista… Es fundamental trazar alianzas con toda la clase obrera organizada y plantear estrategias efectivas para revitalizar el sindicalismo y atraer la atención de la juventud luchadora.
En los espacios de lucha de la izquierda socialista y libertaria no hay, por lo general, un problema de participación juvenil (entendida como tal la de aquellas personas menores de 30 años). Movimientos de vivienda, feministas, centros sociales, asambleas de barrio… buena parte de estos espacios están integrados (a veces excesivamente) por personas y militantes jóvenes. Sin embargo, el tiempo pasa y más tarde o más temprano la cuestión del relevo generacional adquiere importancia. En algunos casos, como en los espacios estudiantiles, este ocurre de manera apresurada y forzosa. En otros, en los que la militancia más veterana pasa a convivir con nuevas generaciones de lucha, el proceso acostumbra a darse de forma conflictiva, llegando a veces a provocar rupturas dolorosas. Tampoco son pocas las organizaciones o colectivos que mueren por la incapacidad de gestionar adecuadamente un relevo. Estos problemas impiden acumular experiencia en las organizaciones sociales y dificultan el empoderamiento de las mismas para una transformación social.
Las confederaciones sindicales, con una mayor capacidad organizativa que los colectivos, han demostrado su capacidad para pervivir. Con todo, sufren en general una menor presencia de personas jóvenes que participen y se impliquen en el trabajo sindical y orgánico. Tampoco el relevo generacional va siempre acompañado de una evolución en las formas de hacer que permita conectar con las nuevas generaciones. Hay cuestiones estructurales y culturales que pueden ayudarnos a entender por qué esto ocurre. Existen también medidas que se pueden tomar para lograr una mayor implicación de la juventud trabajadora en el sindicato. Sin más intención que dar aquí unos breves apuntes al respecto, allá vamos.
Cuestiones estructurales
Los cambios en el paradigma del empleo en occidente han construido un tipo de trabajador o trabajadora que es muy diferente al existente hace 20 años, y mucho más a los que existían hace un siglo. Las transformaciones tecnológicas y legislativas han traido cambios al mercado laboral que han modificado el terreno de juego para el sindicalismo. Relaciones neoesclavistas se disfrazan hoy de flexibilidad y economía colaborativa. La brecha de género y la diversidad de figuras contractuales dividen a los trabajadores. También la subcontratación y la ultramovilidad dificultan la solidaridad y aumentan la complejidad de la labor sindical. La inseguridad laboral y la temporalidad limitan la utilidad del sindicato ya que, al normalizarse y abaratarse el despido, se imposibilita el establecimiento de secciones sindicales efectivas en el centro de trabajo.
Estas y otras cuestiones estructurales son realidades por desgracia consolidadas o en proceso de consolidarse. Nuestro trabajo es organizarnos como clase para revertirlo lo antes posible pero, mientras tanto, debemos adaptarnos actualizando nuestra libreta de tácticas y estrategias de comunicación, acción y organización.
Para clarificar las posiciones, nuestro equipo es el de la parte izquierda del terreno de juego. Somos quienes apostamos por construir la democracia y el socialismo a través del poder popular. El equipo contrario es el capitalismo, es el empresariado mafioso, las instituciones del régimen y las élites oligárquicas que algunos han llamado trama; es la troika antidemocrática que atenta contra la soberanía de los pueblos, el engaño consumista y neoliberal; es el desarrollismo que contamina el ambiente, destruye el territorio y pone en riesgo las condiciones de vida; es el machismo y el racismo que nos enfrenta y nos mata. Es, en definitiva, eso que los zapatistas llaman con acierto la hidra capitalista: Un monstruo de mil cabezas que se regeneran tras cortarlas. En la lucha contra ese monstruo cambiante no vale mantener las viejas prácticas intactas, pero tampoco reinventarse sin razón ni sentido. Necesitamos experiencia y renovación, acumulación de victorias y nuevas formas de plantar cara. La incorporación de gente joven será causa y consecuencia de cambios en las formas de organización y, para analizar estos cambios, podemos mirar a colectivos que tratan problemáticas laborales y que cuentan en su organización con personas jóvenes.
Y es que, frente a la precarización del empleo, han surgido en los últimos tiempos colectivos barriales de apoyo comunitario (al estilo de la PAH y Stop desahucios en el ámbito de la vivienda) que inciden también sobre lo laboral. Hablamos, por ejemplo, de ADELA en Carabanchel o la OFIAM de Manoteras. Es curioso que en dichos colectivos no falten jóvenes dispuestas a participar, incluso en puestos de responsabilidad, e influye en esto la visión del sindicato clásico como un espacio burocrático y de otro tiempo (pero hablaré de eso más adelante). Lo cierto es que podemos aprender lecciones valiosas de la línea seguida por esta especie de sindicalismo social-barrial. Para ello, por un lado, es importante establecer canales de comunicación y estrategias de colaboración que apoyen en los barrios el trabajo sindical. Por otro lado, debemos analizar cómo hacer más accesibles o cercanas nuestras prácticas a quienes se movilizan en estos colectivos. Por ejemplo, podemos hacer de la sección sindical un espacio de participación, movilización y militancia que no se limite a temas legales o a gestionar despidos, y que haga uso de las asambleas de trabajadoras y trabajadores como espacios en los que también se construyan relaciones de solidaridad. Esa dimensión comunitaria-relacional entronca con los modelos de los movimientos sociales en los que participa la gente más joven.
Con todo, es muy difícil construir y acumular en el vacío de un modelo de contratación precario, aún con el apoyo de lo barrial. Debemos apoyarnos sobre la negociación colectiva para obtener mejores condiciones laborales que permitan la continuidad de las secciones sindicales. Sin estabilidad, la gente más joven difícilmente adquiere experiencia para sumarse a puestos de responsabilidad y, sobre todo, difícilmente cambia esa cultura militante juvenil que no acaba de encontrarle utilidad al sindicalismo. Cada mejora de las condiciones en un ámbito laboral determinado repercutirá en otros. Cada victoria lograda mejorará las condiciones para organizarse y luchar. Esto, unido a una renovación comunicativa en cuestión de logros, movilizaciones y objetivos, puede aspirar a una revitalización sindical que sume a la juventud trabajadora.
Cuestiones culturales
Más allá de las cuestiones estructurales, materiales, existen cuestiones culturales que dificultan un resurgir sindical y, en general, un avance de la izquierda socialista y libertaria. Entre esas cuestiones se encuentra en un lugar prioritario la debilidad comunicativa, que impide disputar los discursos del enemigo.
Es la derrota cultural la que lleva al sentido común de esta época a considerar el sindicalismo como algo caduco, innecesario. Ese sentido común hegemónico no se ha establecido por casualidad. Cada vez que las estrategias del oponente nos superan y pasamos de la ofensiva a la defensiva, el oponente avanza. Si ese avance no se revierte durante un tiempo, las posiciones se establecen, la situación se normaliza y la ofensiva continúa.
Es importante reconocer que la hegemonía está en manos del equipo contrario, aunque se ha agrietado como consecuencia de la crisis. Esa hegemonía neoliberal tiene implicaciones directas en el día a día del mercado laboral. Cuando hablamos de la explotación encubierta practicada por las nuevas empresas tecnológicas, la palabra “encubierta” juega un papel fundamental. Deliveroo, empresa de reparto en bici, ofrece un trabajo esclavista sin seguro de accidente y por un salario de miseria como una auténtica oportunidad. No trabajas para ellos, colaboras con la empresa, y la disponibilidad total es flexibilidad horaria y libertad para elegir cuándo repartes. Todo de acuerdo con lo que el posmodernismo neoliberal les ofrece a los jóvenes para seducirles: vive tu aventura, trabaja a tu gusto, sé emprendedor, pisa a tu compañero para ascender… La experiencia de la lucha en esta empresa es un ejemplo de que los jóvenes también se organizan para luchar por sus condiciones de trabajo.
Pero no es posible combatir esa losa de lo anticuado del sindicalismo desde las cuerdas, de manera aislada y minoritaria. Recuperar el papel central del sindicalismo en el cambio social es una responsabilidad del sindicalismo en su conjunto. Incluidos, mal que nos pese, los sindicatos del régimen. Tener la capacidad estratégica para trazar alianzas puede permitirnos romper la hegemonía discursiva que margina al sindicalismo. Lograrlo nos dará la posibilidad de ofrecer a los y las jóvenes de nuestra clase una alternativa vital de organización y lucha frente a la propuesta de consumo y precariedad.
La lucha sindical no es un entretenimiento de fin de semana. Al contrario, supone arriesgar el empleo, discutir con tus compañeros de trabajo, enfrentarte a tu jefe, entregar tu tiempo de ocio en reuniones, formación legal, preparación de campañas… un esfuerzo continuado que habitualmente no conlleva el tipo de satisfacciones inmediatas a las que nos acostumbra el capitalismo de consumo. Afortunadamente, no todo el mundo se mueve buscando la satisfacción inmediata (ni todo el mundo tiene la posibilidad de hacerlo). El compromiso sin recompensa es una realidad diaria para las personas trabajadoras, también las más jóvenes. Heroicidades como las de quien cuida de sus mayores o de sus hermanos y hermanas mientras estudian; quien trabaja desde que cumple la mayoría de edad para llevar un sueldo a casa; quien se esfuerza estudiando y dona parte de su beca de estudios a su familia; quien acude al desahucio de su barrio para evitar que expulsen a sus vecinas…
Como vemos, los gestos de compromiso sin esperar recompensa son constantes entre los jóvenes. Pero para que dichos gestos ocurran también dentro del mundo sindical es fundamental un caldo de cultivo apropiado: Una renovación estética, una buena política comunicativa de logros, un buen argumentario frente a los ataque antisindicales que además sea compartido por distintos sindicatos, un discurso claro que explique la utilidad de la organización sindical y que se exprese también usando los términos y los medios de la gente joven (redes sociales, memes, videos, youtubers…). En definitiva, se requiere un buen trabajo comunicativo que deje claro que el sindicalismo está vivo, es útil, que necesita a los jóvenes y que es un espacio con objetivos en el que implicarse.
Sindicalismo y género
Si hablamos de la incorporación y mayor implicación de los jóvenes en el sindicato, no podemos dejar de mencionar la necesidad de dar más espacio e implicación a las mujeres jóvenes. El feminismo está impulsando una revolución con cambios en todos los ámbitos sociales. La lucha de las mujeres está hoy transformando el mundo, superando la resistencia que como hombres ponemos en mayor o menor medida. No sólo exigiendo igualdad efectiva de derechos e irrumpiendo en ámbitos tradicionalmente masculinos; sino también revalorizando trabajos minusvalorados como los dedicados a los cuidados, asociados tradicionalmente a las mujeres.
Pero queda mucho que avanzar. Tenemos que seguir actuando contra la brecha salarial y defendiendo igualdad efectiva de derechos. No es casualidad que los trabajos feminizados coincidan con altos niveles de precariedad y que las mujeres representen la mayoría del fenómeno “working poor”, es decir, personas con empleo que viven en la pobreza. Es imprescindible en estos ámbitos defender una política de valorización, exigiendo condiciones y salarios dignos. Es fundamental apoyar en conjunto la agenda de las mujeres trabajadoras y aprender de grupos como Las Kellys, que demuestran la voluntad y capacidad organizativa de las mujeres para defender sus derechos.
Esa mirada debe llevarnos también un cambio en las prácticas y estructuras sindicales. Hay que erradicar cualquier práctica de acoso o discriminación sexual dentro del sindicato, impulsar las secretarías y puestos de responsabilidad en manos de mujeres, feminizar las formas asumiendo una ética del cuidado, romper con la masculinización de la comunicación pública… Es importante identificar estos desafíos para afrontarlos.
Para terminar
El enemigo es a veces un equipo y otras una hidra. Y es a veces también un muro, un gran muro que golpeamos constantemente, tratando de ensanchar una pequeña grieta que mira al otro lado, hacia el mundo que queremos.
Cuando hablamos de poder popular hablamos del empoderamiento de las organizaciones sociales que pueden construir, recuperar y reconstruir unas instituciones verdaderamente democráticas al servicio del pueblo, no al servicio de una minoría enriquecida y poderosa. Cuando hablamos de sindicalismo hablamos de un elemento fundamental de esa mayoría, la clase trabajadora, formada por quienes carecemos de poder y riqueza a pesar de que hacemos funcionar a la sociedad. El sindicalismo defiende las condiciones materiales de vida de las personas trabajadoras, las que crean la riqueza de los países, las que cuidan y reproducen la vida de sus gentes, las que pueden cambiar la sociedad hacia un modo de vida más democrático, más solidario, más feminista y más ecológico. Los jóvenes, como parte de nuestra clase, no podemos renunciar a esa lucha que es la de todas las personas trabajadoras. Tenemos que ensanchar la grieta, tenemos que seguir golpeando el muro.