Dos estudios desmontan mitos sobre la Edad Media y la presentan como una época de lucha constante.
Edad Media, pero, ¿en medio de qué? La historiografía dominante ha representado la Edad Media como un periodo oscuro, como un paréntesis de barbarie situado entre dos periodos de esplendor: el Imperio Romano y el Renacimiento. La burguesía –y sus mistificaciones ideológicas: el humanismo y el espíritu renacentista– necesitaba legitimar su asalto al poder por medio de la construcción de un relato en el que apareciera como continuadora del legado político y cultural que había significado Roma. Renacen y, frente a las penumbras medievales, vuelven a arrojar luz sobre la tierra.
Para ello, la burguesía tenía que representar la Edad Media como un lugar estático y cerrado, sin libertad, donde apenas había espacio por donde podía emerger una lucha de oposición revolucionaria. Sin embargo, un estudio detenido de la época feudal, nos permite identificar en la Edad Media diversos movimientos revolucionarios que o se oponían al orden feudal o se enfrentaban a un naciente capitalismo.
Pepitas de Calabaza acaba de reeditar En pos del Milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas
místicos en la Edad Media, de Norman Cohn, un libro imprescindible para cuestionar el relato dominante sobre la Edad Media. Cohn la describe como un periodo marcado por constantes movimientos revolucionarios; movimientos de masas, donde las multitudes, a veces impulsadas por el hambre y la desesperación, seguían a un predicador, normalmente con pretensiones mesiánicas, que organizaba hordas violentas e infatigables que destruían iglesias, monasterios y ermitas.
Lo más interesante de En pos del Milenio es comprobar quiénes componían la multitud, de qué extracto
social procedían, ya que este dato nos permite colegir las contradicciones radicales de la época en que
estos movimientos se producen.
Por un lado observamos que algunos de estos movimientos “estuvieron organizados en su mayor parte por comerciantes en defensa de sus intereses. Los mercaderes deseaban librarse de unas leyes que […] entorpecían su actividad comercial. Querían escapar de los impuestos y tributos […]. Deseaban gobernar sus ciudades según leyes que reconocieran las necesidades de la nueva economía”. Una clase emergente –la burguesía– necesitaba transformar de raíz las relaciones sociales y construir un sistema a su medida, que no obstaculizara sus pretensiones y atendiera sus demandas.
Siervos feudales
La burguesía empieza a cuestionar las normas y los códigos que regían el sistema feudal cuando éste se encuentra en descomposición. En esta situación de crisis, la clase burguesa encontrará, como un potencial aliado en la lucha, a los pobres que, antes acomodados, habían visto retroceder su calidad de vida.
Los siervos feudales, expulsados del campo cuando colapsa el sistema, añoran la seguridad y la protección que le confería el sistema feudal: “La red de relaciones sociales en las que nacía un campesino era tan fuerte y estaba tan afianzada que […] los campesinos disfrutaban no solo de una cierta estabilidad material, sino también de un cierto sentimiento de seguridad, una confianza básica que no podía ser destruida por la continua pobreza o por el peligro ocasional”.
Esto cambia con el colapso del sistema feudal, y aquellos campesinos que gozaban de la protección feudal, de pronto empobrecidos y descubierta una libertad que conciben como abandono, empiezan a engrosar las filas de los movimientos revolucionarios feudales. En algunos casos, estos movimientos adquirían rasgos que bien podríamos denominar como anticapitalistas. Gran parte de la hostilidad de las llamadas “cruzadas de los pobres”, se dirigía “contra los mercaderes capitalistas de las ciudades”, ya que “cuarenta capitalistas podían poseer la mitad de la riqueza de una ciudad, así como la mayoría de las tierras sobre las que estaba edificada”.
Otro libro fundamental para ver bajo otra óptica la Edad Media es el de la italiana Silvia Federici Calibán y la bruja (Traficantes de Sueños, 2010). El estudio plantea un análisis histórico de la caza de brujas. Lejos de entenderla como una anécdota, como un fallo en el sistema provocado por la locura de unos oscurantistas, Federici nos revela este fenómeno desde su radical historicidad. Porque la caza de brujas formó parte de una campaña internacional organizada para acabar con los movimientos revolucionarios que se estaban produciendo en la transición al capitalismo.
Lo que demuestra Federici es que la Edad Media era una sociedad en permanente ebullición, con tensiones constantes. La autora estudia cómo la transición al capitalismo activa un proceso de exclusión de las mujeres de la esfera pública. El capitalismo, lejos de ser una mejora de las condiciones de vida de todos los habitantes de Europa, supuso un retroceso para las mujeres. Sin embargo, muchas de ellas rechazan el rol que les asigna la nueva sociedad que se está constituyendo y emprenden una lucha de resistencia.
En Calibán y la bruja se hallan numerosos documentos que lo certifican. El precio de la resistencia fue la caza de brujas, un método represivo que destruyó todo un mundo de prácticas femeninas, relaciones colectivas y sistemas de conocimiento que habían sido la base del poder de las mujeres en la Europa precapitalista. Calibán y la bruja es, como afirma Federici, un intento por “revivir la memoria de una larga historia de resistencia que hoy corre el riesgo de ser borrada. Preservar esta memoria es crucial si hemos de encontrar una alternativa al capitalismo”.
Libros como éste nos devuelven los ecos de los gritos de rebeldía de las compañeras arrojadas a la hoguera de la historia. Para que su voz nos acompañe en nuestra lucha de hoy. Para eso sirve conocer la historia.