El obrero -pintor- leridano Salvador Seguí fue asesinado
el 10 de marzo de 1923 en Barcelona, en una esquina del
barrio del Raval, por pistoleros a sueldo de la patronal
catalana. Tenía 38 años. Unas semanas después de su
muerte se publicó su breve novela Escuela de rebeldía,
que Periférica ha editado este verano.
Seguí, conocido como “El noi del sucre” -devoraba
azucarillos-, fue un importante dirigente del movimiento
anarcosindicalista español, llegando a ser secretario
general de la CNT de Cataluña.
Libertario, luchó desde muy joven por la emancipación y
la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera,
siempre con métodos pacíficos, pues no admitía la
violencia como método de consecución de la justicia.
Autodidacta, muy lector, pensó que la formación y la
cultura eran instrumentos esenciales para que los obreros
pudieran estar en situación de lograr sus objetivos, por
lo que presidió ateneos, fundó bibliotecas y organizó
centros de estudio. Era un buen orador. Fue detenido
varias veces y, en 1920, permaneció un tiempo prisionero
en el castillo de Mahón.
Escuela de rebeldía es una novela didáctica y
ejemplarizante sin calidad literaria y con tonos
melodramáticos. Lo que destaca en ella es la inocencia,
la ingenuidad y la pureza a la hora de expresar la toma
de conciencia de un emigrante andaluz en Barcelona, sus
infortunios y sus nobles amores, su entrega a la causa
obrera hasta que la vida -como la de su autor- le es
arrebatada.
Los editores dicen en una nota prologal que, entre 1914
y 1923, nada menos que 523 obreros fueron asesinados
por pistoleros a sueldo de la patronal catalana, a veces
enmascarados detrás del Sindicato Libre, un invento de
los empresarios. Dice también la nota que en un solo
día, el 21 de enero de 1921, los médicos de Barcelona
efectuaron 36 autopsias de trabajadores asesinados.
El narrador de Escuela de rebeldía señala la efervescencia
de la lucha obrera en Barcelona, en la que ya está
envuelto su personaje, en un momento dado. Y dice: “El
líder del partido catalanista, hombre ambicioso y
positivista, quiso ver si era posible aprovechar aquella
gran fuerza para el desarrollo de sus planes; pero
bien pronto se convencieron de que era irrealizable.
Los anarquistas rechazaron desde el primer momento
todas las insinuaciones. Si los trabajadores hacían una
revolución no sería en un sentido nacionalista”. Y un poco
más adelante añade: “Desde ese momento ya no se pensó
más que en destruir aquella gran organización proletaria;
todo lo que se hiciera contra ella sería aprobado por
los políticos catalanes, que contaban con el apoyo de la
burguesía”.
Y es que el nacionalismo nunca ha sido un asunto
relacionado con los ideales de la clase obrera, sino de
la burguesía que se oponía a ellos. Choca ahora ver
a organizaciones políticas que se dicen de izquierdas
apoyando al nacionalismo. O dudando. ¿Tal vez no
son tan de izquierdas como afirman ser? ¿Cuándo se
empezaron a unir caminos que antes se birfucaban y
propósitos que antes colisionaban entre sí? ¿Tal vez
cuando un amplio sector de la antigua clase obrera pasó
a ser clase media e, incluso, pequeña burguesía?
Publicado por Manuel Hidalgo