Ahora que tanto se habla del derecho a decidir y ante la proximidad de las elecciones europeas, municipales y generales (cercanía relativa, porque estamos hablando de un espacio de casi dos años) vuelve a ponerse encima del tapete la eterna discusión sobre si esta vez (y de nuevo nos dirán que es la definitiva) merece la pena olvidar lo pasado y votar todo el mundo (incluido el mundo que no suele votar) a candidaturas de izquierdas, alternativas y nacionalistas; bien por separado o en coaliciones. Sin nombrarlo, se vuelve a apelar al más que discutible voto útil.
La disyuntiva que nos presentan la izquierda de siempre y las fuerzas ansiosas por tener unos cuantos escaños para entrar en el juego de las alianzas es: echar a la derecha cavernícola que el pueblo engañado ha puesto al frente de las instituciones o seguir cuatro años más con la corrupción, los recortes y la represión. Planteado así el asunto, parece evidente que es mejor que gobiernen los regulares que los malos.
Pero si lo que deseamos es cambiar el sistema y buscar una forma de relacionarnos más solidaria, democrática y autogestionaria, está claro que ese cambio no vendrá a través de otras elecciones clásicas. Es un recurso fácil, pero falso, echar la culpa de que gane la derecha a la gente que se abstiene habitualmente, ya sea por pasotismo o por principios. Los resultados de sus elecciones los determinan los que acuden mansamente a votar cuando los llaman. El ejemplo más claro y más cercano lo acaba de dar Chile, donde con una abstención real de más del 50% ha ganado la candidata de la izquierda plural.
Con las políticas antisociales que se vienen aplicando, es de suponer que el caladero de votos para las izquierdas se encuentra entre esos millones de personas de las clases populares que votaron a los de Rajoy, creyendo que era verdad lo que prometían. Es a los desencantados del PP a los que hay que ganarse para esa izquierda que se ve aupada por las encuestas, en lugar de pretender que aportemos los votos necesarios para el relevo los abstencionistas contumaces y los movimientos sociales (15M, mareas, PAH, etc.,) que estamos a diario en la lucha y tenemos otros modelos como alternativa a este caos capitalista que buena parte de la izquierda quiere reformar, dándole unos brochazos para que resulte presentable durante algún tiempo.
Para nadie es un secreto que la cita más esperada es la de las elecciones generales (a celebrar en 2015, si la corrupción no se lleva antes por delante al gobierno de Rajoy) pero no por ello se desprecia cualquier ocasión que las urnas brinden a la oposición para disputarle unos representantes a las fuerzas actualmente hegemónicas. En cada convocatoria nos ofrecerán mil razones para no dar la espalda a las urnas, pero ninguna de ellas suele tener la consistencia necesaria para convencer a quienes tenemos otras mil razones para dudar del sistema parlamentario, cuya trayectoria de sumisión al verdadero poder es indiscutible, con independencia de los partidos que los dominen en cualquier tiempo y lugar.
Sin haber empezado la campaña oficial de estas próximas citas electorales, ya se adivinan las argumentaciones para justificar la necesidad de participar; en el caso de las municipales se dirá que es el marco ideal, por su cercanía al electorado, para que el ciudadano controle a sus representantes e incluso se tenga en cuenta su voz en los acuerdos de los ayuntamientos. Lamentablemente, y aunque hubiera voluntad de dejar decidir a los vecinos, la legislación y las reformas introducidas por el PP impedirán esa participación popular, más allá de los gestos simbólicos. En cuanto a las europeas (2014), se repetirá por enésima vez aquello de la Europa de los pueblos y se apelará a una Europa más social, lo que no dejan de ser meros lemas sin ninguna justificación real. La actuación del Parlamento Europeo durante la actual crisis nos deja bien claro el poco poder que tiene dicho organismo, siendo desde la Comisión Europea y todavía más desde la Troika de donde surgen las decisiones que más están afectando a los europeos: rescates de la banca, imposición de recortes presupuestarios (que tanto están deteriorando los servicios sociales), flexibilidad laboral, represión a los inmigrantes, leyes a favor de las grandes multinacionales, etc.
Todo esto ha ocurrido con una considerable representación (90 escaños, para ser exactos) en dicho parlamento de partidos verdes y de esa de izquierda plural que ahora se apresta a intentar sumar algunos diputados peninsulares. No es menor la fuerza de este tipo de candidaturas ecologistas y alternativas en Alemania, Francia, Suecia, etc. desde hace muchos años, sin que hayan cambiado las políticas de sus gobiernos o, lo que hubiera sido mucho más fácil, hayan mantenido sus promesas de rotación en los cargos, defensa del medio ambiente, del pacifismo, la libre circulación de las personas, etc. La experiencia nos dice que son las instituciones las que acaban transformando a los nuevos diputados y no al revés.
Cuanto hasta aquí se ha dicho sonará a repetitivo, a excusas para justificar la abstención cuando más se necesita agrupar a todas las corrientes de la izquierda, pero no por mucho explicar las razones del abstencionismo activo dejarán los sufragistas de insistir en sus llamadas a la participación. Parece como si ignorasen las políticas tan poco revolucionarias llevadas a cabo por gobiernos de izquierdas en Cataluña o Andalucía; sin olvidar los gobiernos socialistas de Felipe González y Rodríguez Zapatero, brillante avanzadilla de este capitalismo salvaje que en estos momentos liquida los restos del estado de bienestar, que en su momento aplicaron las mismas recetas con lo de la OTAN, la reconversión industrial, el Plan Bolonia, las reformas laborales o el Pacto de Toledo.
En cuanto a lo que se apunta en esta ocasión de que todo lo que ha supuesto el 15M en el resurgir del activismo y el compromiso, no sirve de nada si no hay una fuerza política que lleve sus reivindicaciones al Parlamento, habría que recordar que es precisamente en esa independencia de los partidos políticos donde está el acierto y la fuerza del movimiento surgido en las plazas. Es desde la calle, con la lucha, como se están paralizando los desahucios, se están creando redes y levantando proyectos de todo tipo que ya constituyen un anticipo de lo que pude ser una sociedad autogestionaria, al margen del Estado y del Capital.
Hay como una cierta prisa en rentabilizar lo que han supuesto estos dos años de asambleas, manifestaciones y mareas, olvidando que uno de los lemas del 15M era, precisamente, el de “Vamos despacio porque vamos lejos”. Se dice también que, con ser muy amplio el seguimiento de todas estas convocatorias, todavía hay espacios como el del mundo del trabajo que no se incorporan a la lucha. Con ser bastante cierto, no hay que pasar por alto que la conflictividad y la participación también se han incrementado significativamente en los centros de trabajo y muchos sectores (especialmente del área pública y los servicios) han protagonizado campañas y luchas impensables hace tan solo unos años. Y si la cosa no va a más en los tajos es porque todavía los dos mayores sindicatos de concertación gozan de la comprensión y hasta el apoyo de los medios progresistas y de muchos de estos grupos de izquierdas.
Gran parte de la militancia de partidos y colectivos sociales sigue teniendo como referencia en lo sindical a CC.OO. y UGT, ignorando que desde hace mucho tiempo estos aparatos están pactando, precisamente, todas las políticas y los recortes que desde el 15M y las mareas se denuncian… Por no hablar de los casos de corrupción descubiertos. Asombra ver cómo activistas de movimientos sociales y plataformas, que se cuidan mucho de no dar ni agua al sindicalismo alternativo, se esfuerzan por confluir con Toxo y Méndez o, sencillamente, intentan que todos nos sumemos a sus iniciativas simbólicas, ya sean la Cumbre Social o las supuestas movilizaciones europeas de la CES, que luego no van más allá de algunas manifestaciones en media docena de países. Dar balones de oxígeno al sindicalismo reformista sólo servirá para retrasar la nueva toma de conciencia de la dispersa y despistada clase trabajadora. Pero esto no es así sólo en este momento, ya que conquistas históricas como la jornada laboral de 8 horas, la libertad sindical, los derechos de las mujeres, los servicios públicos y muchos otros avances se arrancaron con la movilización social en las calles, haciendo huelgas generales y arriesgando mucha gente su libertad y su vida. Solamente cuando el pueblo ya ha asumido como irrenunciable un cambio, los parlamentos acaban recogiéndolo en sus leyes.
Y sin embargo, por más que se quieran buscar razones para un nuevo ejercicio de fe en las instituciones parlamentarias, lo cierto es que se trata de un modelo fallido (o exitoso, se si mira desde los principales parqués bursátiles) donde no es que fallen las personas o los partidos que se eligen, sino que falla el propio sistema. No es posible mantener el espejismo de que aquellos representantes que se nombran cada varios años son la voz del pueblo y van a trabajar de acuerdo con sus deseos y necesidades. La cruda realidad nos dice que los parlamentos acaban sucumbiendo a la lógica de las relaciones de poder y, mientras no haya un verdadero cambio, el poder lo detentan las mismas castas desde hace siglos.
Por tanto, déjennos estos nuevos o viejos partidos y coaliciones electorales con nuestro lento avanzar y desengáñense por sí mismos sus ilusionados conversos, porque la lucha está en la calle; será lenta y dura, pero es la forma de ir tejiendo un modelo realmente alternativo al actual. Un modelo donde todo se decida entre todos y directamente.
Antonio Pérez Collado